La elegancia y el refinamiento más inspirado en el Patio de los Arrayanes
Alexandre Tharaud, que ha transcrito gran parte del repertorio, ofreció un nueva cita memorable dentro de la programación del Festival
La velada en el mágico Patio de los Arrayanes de Tharaud resultó una auténtica delicia. Llegaba un día después del recital de la violinista granadina María Dueñas en el Carlos V que queda para la memoria, con lo que ese regusto estaba en el ambiente, y contaba. Pero apenas hicieron falta unas notas de Tharaud para entender que compartíamos otra gran cita con un monumental virtuoso, en este caso del piano.
Hablamos de un virtuoso con muchos elementos muy personales y con una manera propia de interpretar, en primer lugar, su capacidad de estudio y análisis, que parte de una transcripción personal de obras en este caso de Bach. Esa artesanía propia de los mejores orfebres era algo habitual en tiempos pretéritos por ejemplo cuando un autor quería tener en propiedad obras de otros autores contemporáneos, sirva como ejemplo el propio Bach. Bach admiraba a autores como Marcello o Vivaldi y transcribó sus propias obras. Esa labor de recreación en cada nota desde tu propio escritorio es ya en sí un proceso de acercamiento a una obra minucioso y que en manos de Tharaud rebela un gusto por el detalle y el fefinamiento que propician, entre otras virtudes un asombroso planteamiento. Tharaud, como vemos en el programa ha transcrito la mayoría del repertorio interpretado esta noche y esa pulsión interna y esa complicidad con cada uno de los autores se podía palpar.
La noche comenzó con unas nubes amenazantes y un viento a ratos incluso violento, que pareció darse por vencido en cuanto comenzó el recital. La interpretación de Bach de Tharaud, fue hipnótica. Además de elegante y refinada, se percibía estar ante una interpretación única, los matices y los pasajes pianissimo eran de una levedad sobrecogedora. El carácter de cada una de las obras de Bach parecía el preciso, el perfecto, era como si Tharaud hubiera elegido justo cada sonido de la manera más apropiada, unas veces con la gravedad requerida, como en los pasajes de las Pasiones de S. Mateo y de S. Juan, otras veces con el lirismo más absoluto como en la Sicilienne y en cada una de las dos Suites igual, cada una de las danzas que conformaban cada una de las dos Suites que eligió el tempo, el carácter y la interpretación fluían con una elegancia y una precisión que permitía el disfrute más absoluto.
Alexandre Tharaud, piano
I Parte
Johann Sebastian Bach (1685-1750)
Chorus, de Pasión según San Mateo, BWV 244 (1727) *
Sicilienne, de la Sonata en mi bemol mayor para flauta, BWV 1031 (1730-34) *
Suite en la menor, BWV 818a (1722)
Aria Aus Liebe will mein Heiland sterben, de Pasión según San Mateo BWV 244 *
Suite en mi menor para laúd, BWV 996 (1708-17) *
II Parte
Maurice Ravel (1875-1937)
Miroirs (1904-05) **
Paul Dukas (1865-1935)
L’apprenti sorcier (1897) *
* Transcripciones de Alexandre Tharaud
** En el 150 aniversario del nacimiento de Maurice Ravel y Ricardo Viñes
Puntuación: 5 estrellas
Tras una parada técnica de apenas unos minutos, la parte francesa del programa, con Ravel y Dukas. Ambos compositores fueron figuras centrales de la vida musical parisina de finales de siglo XIX y primer tercio del siglo XX, muy en la línea de la creación de una música alejada del wagnerianismo imperante en la época, con una búsqueda de una estética francesa depurada, a base de claridad formal, precisión orquestal y economía de medios. Tras la muerte de Dukas, que se produjo dos años antes que la de Ravel. Este escribió “era el más grande orquestador después de Berlioz... y el más modesto de los genios". En esta parte, todo cambió, pues la propuesta era absolutamente diferente. El lenguaje de la obra de Ravel, y más tarde de Dukas, con la famosa “aprendiz de brujo” permitió recrearse en otros planos sonoros, llenos de virtuosismo en pasajes como Alborada del gracioso o en Une barque sur l’océan pero siempre controlado. Ante todo, refinado, sin estridencias. Sí fue curioso, en este sentido la interpretación en Oiseaux tristes de Tharaud que miraba al cielo, al artesonado como recreándose en la belleza de un Patio de los Arrayanes que conmueve. Como igualmente caprichoso resultó el hecho de que los reflejos en la pared, del agua de la alberca en “une barque sur l’océan” se tornaron ondulaciones. Da que pensar. El Concierto terminó y Alexandre salió en dos ocasiones, brindando al público asistente un par de piezas inspiradas en Édith Piaf, Himne a l’amour y Padam padam. Una maravilla.
Debemos añadir que el concierto sirvió como como homenaje a la memoria de José Luis Kastiyo, periodista y cronista del Festival desde los años 60, fallecido el año pasado, y autor junto a Rafael del Pino de los volúmenes que recogen la historia del Festival hasta 2001. Un reconocimiento que honra la memoria del propio Festival.
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