Esencia francesa

Crítica

Klaus Mäkelä y la Orchestre de Paris cautivan el Palacio de Carlos V, lleno hasta la bandera para la ocasión

El finlandés, que ya visitó el Festival en 2021, es uno de los más emblemáticos representantes de la nueva generación de directores

Mäkelä, en el centro, durante un momento del concierto en el Carlos V.
Mäkelä, en el centro, durante un momento del concierto en el Carlos V. / José Velasco / Photographerssports
Gonzalo Roldán Herencia

01 de julio 2024 - 12:17

Klaus Mäkelä se ha convertido en uno de los más emblemáticos representantes de la nueva generación de directores, aquellos que están llamados a ser las grandes batutas del siglo XXI. En 2021 veíamos a este joven director, que fue seleccionado como director invitado del Festival de Granada, extraer a la Orchestre de Paris el mejor sonido. Por aquel entonces todavía no era titular del conjunto galo, aunque ya había sido anunciado su fichaje. Ahora, tras tres años de trabajo y una interesante andadura en pos de la revitalización de repertorios como el de los Ballets Russes o la producción de Claude Debussy, las expectativas creadas ante su visita fueron colmadas con creces.

La primera obra del programa fue la suite del ballet Petrushka de Igor Stravinsky, en la versión de concierto que el compositor realizó en 1947. Esta partitura, que ha sido recientemente grabada por Mäkelä y su orquesta para el sello Decca Classics, sirvió como referente para demostrar la valía y el profundo conocimiento musical del director, quien con una dirección expresiva y muy dinámica perfiló a la perfección cada matiz, describió con claridad y presencia cada motivo musical y aunó timbres y texturas en un ejercicio sublime de interpretación.

No se puede decir que Stravinsky sea un compositor fácil de interpretar, pues no sólo concebía sus obras con meticulosidad, sino que dejaba expresado en la partitura cada necesidad dinámica y cada planteamiento rítmico al más mínimo detalle. Así pues, poner en atriles con destreza y rigor su música es una labor compleja que requiere un profundo conocimiento de la orquesta como instrumento colectivo y un elevado dominio de la dirección. Ambas cualidades demostró poseerlas Klaus Mäkelä, quien desde el primer gesto abrió un amplio ventanal a la sensorialidad del universo del compositor. Las dinámicas de la orquesta evolucionan en manos de Mäkelä de forma orgánica, al tiempo que cada movimiento de sus manos, hombros, brazos o cabeza se refleja hábilmente en un énfasis rítmico, una entrada en attacca o un juego de texturas combinadas de sorprendente coherencia y belleza. La Orchestre de Paris brilló con un sonido propio y trascendental, una precisión tímbrica y un balance que pocas veces se pueden disfrutar en directo. Merece mención especial la magnífica sección de vientos de la orquesta, con un sonido cristalino, preciso y oportuno de los solistas, y un empaste y perfección de toda la sección colosales, distintivo inequívoco del sonido propio de esta orquesta, una de las mejores de Europa; también hay que destacar, por su importancia en esta partitura, a la sección de percusión, y en particular a la caja. Mäkelä, en reconocimiento de un trabajo bien hecho, hizo saludar a los responsables de cada sección al finalizar la primera parte del concierto.

Orchestre de Paris - Philharmonie

Programa: Igor Stravinsky, Petrushka; Claude Debussy, Prélude à l’après-midi d’un faune L. 86; Wolfgang Amadeus Mozart, Sinfonía núm. 31 en re mayor K. 297.

Director: Klaus Mäkelä

Lugar y fecha: Palacio de Carlos V, 30 de junio de 2024

Clasificación: 5 estrellas

La segunda parte de la velada contó con dos obras de menor duración. En primer lugar, se interpretó el Preludio a la siesta de un fauno L. 86 de Claude Debussy, la obra que para muchos inaugura el impresionismo musical y que abre las puertas de las vanguardias del siglo XX. La ductilidad de la Orchestre de Paris y la habilidad para moldear sus efectivos sonoros a voluntad de Klaus Mäkelä fueron evidentes en esta conocida partitura, que cautivó al público asistente hasta el punto de crear en el auditorio un clima de concentración intimista pocas veces vivido. Son muchas las veces que esta obra se ha interpretado en el Festival de Granada, y siempre se ha dicho que las comparaciones son odiosas; sin embargo, sin ánimo de menospreciar el trabajo de directores anteriores, me arriesgo a afirmar que la versión de Mäkelä fue una de las más expresivas e impactantes que se han escuchado, al menos en los años de memoria musical de quien suscribe.

Para finalizar el concierto, la Orchestre de Paris redujo sus efectivos para convertirse en una orquesta clásica, oportuna adaptación para amoldarse a las necesidades sonoras de la Sinfonía núm. 31 en re mayor K 297 de Wolfgang Amadeus Mozart, que cerró el programa. Reiterar las bondades interpretativas de la formación y de su director en este caso sería redundante e innecesario. Basta con decir que el rigor interpretativo y la adaptación al repertorio clásico supuso un sello de calidad y un estupendo broche de oro a la velada. En definitiva, asistimos a una cita con la mejor música de esencia francesa, que será recordada en los anales musicales del Festival de Granada.

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