Festival Internacional de Música y Danza

De romanticismo, treguas y acomodos: el primer día del Festival

  • El Palacio de Carlos V llena sus 1.200 butacas en el concierto inaugural a cargo de la OCG con el director Ivor Bolton

Moscheles, Beethoven y Mendelssohn. Tres compositores para la apertura de una edición de asentamiento de un director y de tregua en la batalla de una orquesta. Acomodo merecido de Pablo Heras-Casado que este año firma su segundo Festival de Música y Danza de Granada como director tras un estreno, el del pasado año en el que la Alhambra sonó a la francesa rindiendo honores a Debussy y que este año se mezcla con una variedad más amplia de capítulos estéticos y artísticos. 
Por otro lado, la OCG, quien estrenara esta noche la imponencia circular del Palacio de Carlos V con el concierto inaugural, se ha reconciliado con las instituciones por una noche para servir al Festival de su ciudad dejando al lado las desavenencias que ya cuentan meses de dilación a tenor de la deuda de la orquesta y la falta de financiación que denuncian los músicos con sede en el Auditorio Manuel de Falla. Un detalle de que la entente cordiale no es completa: todos los músicos, no así el director ni Heras-Casado, lucían un lazo rojo que desnuda la inquietud aún efervescente de los artistas.
Desavenencias a un lado, la noche disipó cualquier aspecto que pudiera enturbiar la puesta de largo de la 68 edición del Festival Internacional de Música y Danza y lo hizo como los personajes elegantes, evitando lo grosero de pura indiferencia. Lo que tocaba era mirar la Alhambra, disfrutar de la compañía y por supuesto y ante todo, entregarse al arte que es a quien Granada rinde pleitesía desde hoy y hasta dentro de tres semanas. 
La musa que se deja caer por la Alhambra una vez al año -y esta vez con una inauguración que guiña al Día Internacional de la Música- vestida de smoking o con pies de bailarina siguió a partir de las 22:30 horas el compás del sinfonismo de la OCG dirigida por la batuta de Ivor Bolton y con un repertorio volcado en tres figuras del primer romanticismo como son Moscheles, Beethoven y Mendelssohn. 
A las puertas del Carlos V hay como cada año saludos de quien se ve puntualmente en la misma cita. Comentarios sobre el concierto inminente, el programa completo de este año o conversaciones más prosaicas sobre la brisa, el cambio en la alcaldía de la ciudad o simplemente, un recuento de sucesos personales de cada cual en este tiempo entre Festival y Festival. Las citas ciertas siempre traen consigo los reencuentros seguros y sin éstos, los marcadores de calendario posiblemente perderían parte de la gloria. 
Comienza el concierto, entra el director y tras él la orquesta. Aplausos y cuando acaba el protocolo, empieza la magia de lo real. Llega la Juana de Arco de Moscheles – Obertura Jeanne d’Arc, op. 91–. La Obertura rinde honores a la tragedia romántica La doncella de Orleans de Friedrich Schiller y el trágico final de la heroína tras ayudar a las tropas francesas. De este modo, la obra estrenada en 1801 es un cuento sonoro de tragedia, triunfo, honor y lucha que arraiga en los vientos y se sostuvo en las cuerdas de una orquesta que en determinados momentos parecía esforzarse en dejar claro su carácter de soberbia profesionalidad. 
Tras 11 minutos de Juana de Arco y unos 20 segundos de aplausos, llegaba, inconmesurable, Beethoven con la pieza Concierto para violín y orquesta en re mayor, op. 61 con la violinista Viktoria Mullova dispuesta a desplegar su dosis de virtuosismo a cuatro dedos y una muñeca. Tramo sinfónico en el que las mentes pudieron funcionar en piloto automático y trasbasaron sus conexiones hacia la anestesia sensorial que provoca el arte y por qué no repetirlo, la espectacular acústica de la que goza el Carlos V. La musa raptó al auditorio -el aplauso tras esta segunda pieza casi llega a los 3 minutos- y solamente soltó las cuerdas para dejar que se recuperasen en el ambigú durante el descanso tras más de 50 minutos de pura belleza. 
Una vez hidratados y despejados por el frío que se despereza, llegaba el viaje a las Highlands de Mendelssohn y su Sinfonía Escocesa, op. 56, nacida en unos de los viajes a esas tierras del compositor. Un final de noche para un concierto en el que era pecado cerrar los ojos que comenzaría lento pero que no encontraría pausa hasta final, dando a la noche una sensación de unidad y fluidez hasta el último toque. Bienvenidos a otra de las primeras noches del Festival de Granada, la rueca de Penélope afila su aguja.

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