Pasado con presente incluido

Álvaro Salvador, el poeta sentimental

  • Este granadino, catedrático de Literatura Hispanoamericana, creó junto a Javier Egea y Luis García Montero el movimiento poético de 'La Otra Sentimentalidad'

  • Considera que las nuevas tecnologías están influyendo negativamente en el desarrollo de la poesía

Álvaro Salvador (con camisa roja de cuadros) junto a Ángel González (con chaqueta y camisa).

Álvaro Salvador (con camisa roja de cuadros) junto a Ángel González (con chaqueta y camisa). / A. C.

Este notable cultivador de la poesía tiene mucho de testigo que ha presenciado todo lo ocurrido y es capaz de hacer el análisis crítico de una sociedad que ha encumbrado innecesariamente a unos y ha olvidado a otros. Álvaro Salvador siempre pasa por el hombre serio que no es y por ese personaje introvertido al que hay que acercarse con cierta cautela, que tampoco es. Álvaro es una persona más bien cavilosa, propensa a la gravedad, pero con el sentido común en buen estado y el sentido del humor cuando se hace necesario.

Locuaz o lacónico, según propongan las condiciones ambientales o las compañías ocasionales, es propietario de una sosegada ironía por la que pasa cualquier situación que requiera el análisis de un intelectual recocido en una época demandante de libertad. Y lo mismo es capaz de callar por prudente como poner la voz en grito cuando de por medio hay una evidente falta de compromiso con los tiempos que nos han tocado vivir.

Con Luis García Montero y Javier Egea, amigos de vino y poesía, defendió a comienzos de la década de los ochenta del siglo pasado la teoría de que para llegar a una nueva poesía acorde con los tiempos era necesaria una nueva sentimentalidad. Esa nueva sentimentalidad fue el origen de la llamada Poesía de la Experiencia. Ahora, con su pericia expositiva, puede ejercer de fiscal del distrito poético y posicionarse desde su inflexible concepto de independencia.

Con Jaime Gil de Biedma Con Jaime Gil de Biedma

Con Jaime Gil de Biedma / A. C.

Adosado a Pepa Merlo, su inquebrantable compañera, conviene con ella que la poesía es antes que nada una cuestión de palabras e imágenes capaces de crear una realidad desconocida y un rango poético de innovadora efectividad. Álvaro ha sido siempre considerado el vate de la poesía sensual, perdurable y romántica, ese poeta del que copiamos sus versos de amor a la hora de iniciar una conquista. Cree que hemos llegado a un tiempo en que es más urgente que nunca insistir sobre los sentimientos, los valores y las emociones.

Doctor en Filología Románica y catedrático de Literatura Hispanoamericana y Española, apura sus últimos meses como profesor. En la Universidad de Granada ha dirigido el Aula de Poesía y el Seminario de Estudios Latinoamericanos. Además de poesía, ha escrito teatro, novela y ensayo. Ha sido siempre el agitador cultural que toda ciudad necesita y sigue escribiendo todo lo que su estado de ánimo le permite.

En un chiringuito

Álvaro Salvador y yo solemos buscarnos por bares y por días, sobre todo en La Herradura, donde ambos tenemos un refugio que utilizamos cuando en nuestras almas pintan bastos en el devenir de los días. Un lugar de días recatados, modestos y amigables en donde él con su gorra de marinero y yo mi gorrilla de fieltro nos dedicamos a hablar de todo lo que se nos cae encima en un ambiente en el que no falta la necesaria cordialidad y el buen vino. En esta ocasión hemos elegido para nuestro encuentro un chiringuito frente al mar en una mañana en la que transpira el aire de poniente y en la que el sol hace brillar el agua del mar. Acabamos de participar en una reunión en la que se ha elegido al escritor que ha ganado el Premio de Poesía de La Herradura, pues los dos somos miembros del jurado. Y, como siempre, en los chiringuitos nos da por hablar.

Con Javier Egea y Pepa Merlo Con Javier Egea y Pepa Merlo

Con Javier Egea y Pepa Merlo / A. C.

– Nací en Granada, en el Carmen del Gallo de la calle Alamillos, dentro del barrio del Realejo, en 1950, pero compartí mi infancia con este barrio y con el ensanche de la calle Recogidas (donde nos mudamos a finales de los cincuenta) y con el pueblo de Cúllar-Baza, lugar originario de mi familia y en donde poseíamos algunas fincas y casa grande en el pueblo. Así que, como he escrito después en algún poema y en algún relato, mi infancia fue un continuo contraste entre un paisaje campestre que se estaba industrializando poco a poco y una ciudad provinciana que se transformaba también rápidamente. Dos escenarios perfectos para un niño. Desde pequeño tuve una gran familiaridad con las letras, con la literatura, porque mi abuelo paterno era un lector empedernido que incluso había sido empresario teatral y autor de teatro en una de sus aventuras americanas en Argentina. Mi padre era también un poeta clandestino, doméstico, que me inculcó no sólo la lectura sino también la escritura de poesía. Y mi tío Gregorio, que se inclinó por la Filología como profesión, nos hizo ver, a mí y a la familia, que dedicarse a las letras podía ser rentable y prestigioso. Más tarde mi tío llegó a ser vicepresidente y secretario de la Real Academia de la Lengua.

Álvaro estudió en el colegio de los Hermanos Maristas, de los que guarda un grato recuerdo porque, me dice, era entonces una especie de lugar paradisíaco lleno de jardines, patios y enormes campos de juego. El bachiller lo cursó en el Instituto Padre Suárez, más estrecho físicamente, pero mucho más ancho de miras intelectuales y de conocimiento. Allí tuvo la suerte de tener ilustres profesores en su bachillerato como Antonio Domínguez Ortiz, Fernando Mascaró o Emilio Orozco Díaz, cuyas clases magistrales le hicieron decidir a cursar la carrera de Filosofía y Letras.

Ha sido siempre considerado el vate de la poesía sensual, perdurable y romántica

Estamos hablando de los tiempos en los vecinos de los pueblos colindantes venían a resolver asuntos a Granada que se mezclaban con los lugareños que leían los chistes de Miranda en el tranvía. El café Suizo se llenaba de catetos e intelectuales y los 'orejas' se acercaban a los turistas para indicarles donde podía dormir. Al joven Álvaro le da por la música y llega a formar parte como guitarrista de varios grupos musicales. También trabaja de disc-jockey, se hace corresponsal de Mundo Joven, la mejor revista juvenil de la época, cuyo redactor jefe era José María Íñigo. Por entonces los jóvenes empiezan su rebeldía oyendo a los Rolling y los Beatles y dejándose el pelo largo. Hasta que le llega la hora de cursar una carrera.

La entrada en la Universidad fue para mí decepcionante. Entré en el curso 1967-68, justo cuando la Universidad se estaba masificando gracias al crecimiento de la clase media española. La Universidad, como siempre ocurre en este país, no estaba preparada para este cambio y de pronto nos vimos en manos de profesores ayudantes, la mayoría poco preparados, y aquellos magníficos catedráticos que habíamos tenido en el instituto sólo nos visitaban una vez al trimestre para impartir una lección magistral. Por otra parte, la Universidad comenzaba a removerse y la actividad política se generalizaba. Me eligieron delegado en el primer curso y además, junto con otros compañeros con mis mismas inquietudes, pusimos en marcha una revista de poesía, Tragaluz. Demasiada actividad para hacerla compatible con los estudios. El primer curso lo pasé a duras penas, pero en el segundo me estanqué, hasta el punto de pensar muy seriamente en dejar la carrera y marcharme a Madrid, que era entonces la única tierra prometida a nuestro alcance. De esa deserción me salvaron –o condenaron– mi padre, pidiéndome un último esfuerzo, y la irrupción en la Universidad del profesor Juan Carlos Rodríguez que supo recuperar mi entusiasmo con su magisterio.conversaciones con el maestro.

Dice que es más urgente que nunca insistir sobre los sentimientos, los valores y las emociones

Es la época en la que Álvaro Salvador se toma la poesía en serio porque le gusta escribir versos. Hasta había compuesto letras de canciones para Los Ángeles. Me dice que el ambiente cultural de aquellos años y de los siguientes estaba muy condicionado por la propia Universidad. Recuerda que fuera de ella estaban las actividades del Centro Artístico y, sobre todo, de la Casa de las Américas, donde se refugiaban los poetas veteranos como Rafael Guillén, Ladrón de Guevara, Martín Vivaldi y todos los de Versos al Aire Libre y Veleta al Sur.

Este movimiento poético serviría de trampolín para otras iniciativas culturales como Poesía 70 –que pondría en marcha el inolvidable Juan de Loxa–, Manifiesto Canción del Sur –donde destacaría Carlos Cano– o el Colectivo 77. Álvaro me dice que en sus primeros años como poeta le tiene que agradecer mucho el apoyo de Elena Martín Vivaldi y Rafael Guillén, que le daban consejos y le prestaban libros de poesía, y de Ladrón de Guevara, el difusor desde la prensa de las actividades de los jóvenes poetas. Así hasta que entra a formar parte de la historia de la literatura con la creación de un movimiento que revolucionaría el mundo de la poesía.

Con Joan Manel Serrat y Antonio Mata Con Joan Manel Serrat y Antonio Mata

Con Joan Manel Serrat y Antonio Mata / A. C.

–A comienzos de los años ochenta, cuando Javier Egea y yo mismo tenemos ya un cierto nombre en el panorama poético nacional, irrumpe en el ambiente cultural granadino Luis García Montero, estudiante de letras y poeta prometedor. Poco a poco, mi amistad con Javier, que era ya antigua, se va estrechando e incorporamos al joven y brillante estudiante, discípulo también de Juan Carlos Rodríguez. Y a partir de muchas horas de trabajo compartido, reuniones, tertulias, conversaciones con el maestro y un interés creciente por hacer una poesía distinta a la norma hegemónica del momento, surge La Otra Sentimentalidad. Todo el entramado teórico lo fundamentamos a partir de unos escritos poco conocidos pero muy significativos de Antonio Machado y su concepto de Nueva Sentimentalidad con el que, desde una concepción histórica de la poesía, se oponía a la Nueva Sensibilidad de Ortega y Gasset. Nos apoyamos también en Bertolt Brecht, en Pessoa, Borges y, sobre todo, en el marxismo estructuralista de Juan Carlos Rodríguez. Desde esa posición, escribimos nuestros poemarios en esos años, que recibieron varios premios importantes y tuvieron una gran repercusión a nivel nacional. Pronto, el grupo se completa con Antonio Jiménez Millán, Ángeles Mora, Teresa Gómez, Inmaculada Mengíbar y Benjamín Prado que viaja desde Madrid para conocernos y, según él mismo declaró en numerosas ocasiones, “aprender a escribir poesía”. Y Juan Vida que nos pintó una imagen, casi en exclusiva. Los apadrinamientos de Rafael Alberti, de Aurora de Albornoz y de Jaime Gil de Biedma contribuyeron a nuestra maduración y también a la consolidación de nuestra obra.

La Otra Sentimentalidad en La Tertulia La Otra Sentimentalidad en La Tertulia

La Otra Sentimentalidad en La Tertulia / A. C.

Cuando Álvaro termina la carrera se hace profesor, se casa, se implica en los movimientos políticos que exigían la libertad que faltaba y comienza a publicar libros de poesía. El primero se llamó La mala crianza, que obtuvo el Premio Nacional Universitario. Después le vendrían el Blas de Otero, el Olivo de Jaén, el Hermanos Machado y el Jaén de poesía, entre otros. Ha sido finalista varias veces del Premio Nacional de la Crítica y del Nacional de Poesía. Pero también escribe novelas y obras de teatro que son premiadas. Ahora, con la experiencia que dan los años y ese espíritu crítico y no adocenado, le permite hacer un análisis de la poesía actual:

-Hoy, como hace unos años y cómo en los años 80 hay buenos poetas que continúan la tradición de buena poesía de la que siempre ha presumido Granada. No sé, pienso en Rosa Berbel o en Javier Calderón que son, a mi jucio, dos poetas jóvenes llenos de talento y de posibilidades. Por otra parte, se ha producido un fenómeno a nivel nacional muy perjudicial para la poesía: el hecho de haberse convertido, gracias a las redes sociales, en un género excesivamente mercantilizado, en una poesía bestseller escrita por adolescentes. El problema de esta poesía, que se vende a cientos de ejemplares, es que es de mala calidad, vulgar y banal, y que no tiene ningún límite de autocrítica o de autoridad externa, editorial o académica. Hay quien dice que de cualquier manera esto favorece el que haya lectores o el que los jóvenes se interesen por la poesía, pero yo creo que no, creo que es mayor el daño que se hace que el beneficio que se puede recibir. Aunque tengo la esperanza de que sea un fenómeno pasajero.

Recitando poemas en la Casa de Ameěrica Recitando poemas en la Casa de Ameěrica

Recitando poemas en la Casa de Ameěrica / A. C.

Granada sin granadinos

Le pregunto a Álvaro que me dé su opinión sobre cómo ve Granada ahora. Esto es lo que me responde:

-Cuando me hacen esta pregunta siempre me acuerdo de la solución que daba otro maestro mío, el catedrático Antonio Gallego Morell: “La solución para Granada es la de repoblarla con habitantes de otros lugares”, que era lo mismo que decir que el problema de Granada somos los granadinos. Voy a cumplir ya 70 años y cada día estoy más convencido de que, desgraciadamente, Granada, la cultura de Granada, no tiene remedio. Es una ciudad en la que el arte y la literatura crecen como las plantas: con un poco de agua y muy pocos estímulos. Y a pesar de esa facilidad el resto de la ciudad se empeña en agotarlos o en descuidarlos hasta que mueran o emigren. Si no fuese por la Universidad, esta ciudad sería un páramo provinciano insoportable. La Universidad alivia un poco, pero no puede solucionar todos los problemas. No sé, a veces pienso que desde Ibn-Zamrak hasta García Lorca vivimos en una maldición que nos hace criar poetas o artistas para luego matarlos o echarlos de la ciudad.

Terminamos nuestra conversación contándonos cómo van nuestros respectivos proyectos literarios. Dice que tiene un nuevo libro de poemas acabado y que está escribiendo una historia de los Ateneos que ha tenido Granada. Yo le digo que acabo de terminar una novela. Y brindamos por ello.

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