Granada

De Ana Orantes a la manada

  • La vergüenza y la culpa estigmatizan a las víctimas más jóvenes de violencia de género, que se muestra bajo nuevas formas como son el acoso o el maltrato infantil

Puerta con el precinto de la Guardia Civil.

Puerta con el precinto de la Guardia Civil. / granada hoy

Entre el caso de Ana Orantes y el juicio a la manada han pasado 20 años. Son el alfa y omega de los casos mediáticos de la violencia de género, que han sido capaces de sacudir a la sociedad, de poner sobre la mesa una realidad, la de la violencia sobre la mujer sólo por el hecho de ser mujer, con la suficiente fuerza como para mostrar cada cierto tiempo una nueva cara, a pesar de ser siempre el mismo monstruo. Jesús Huertas fue el abogado de José Parejo, el condenado por la muerte de Ana Orantes, reconoce que aquel suceso marcó un "antes y un después". En aquel caso hubo dos particularidades que hicieron que tuviera un enorme eco sólo social que llegó a permear hasta el punto de plantear la necesidad de abordar una cuestión que, hasta entonces, se consideraba doméstico: "La forma tan cruel" con la que Parejo acabó con la vida de Ana, quemándola viva, y "lo que había pasado diez días antes" del crimen, ocurrido un 17 de diciembre de 1997 en Cúllar Vega. Diez días antes la mujer había asistido a un programa de televisión para relatar cuatro décadas de convivencia y de malos tratos. La acusación particular, a cargo de Pablo Luque, pidió que se visionase la grabación del programa durante el juicio, algo que, para Huertas "no hacía falta". La defensa de Parejo se centró en intentar demostrar que hubo un detonante, una gota que colmó el vaso. Diecinueve años después, en el juicio oral que se desarrolla estos días por la supuesta violación grupal a una joven madrileña en los Sanfermines 2016 el debate se ha acerado con cuestiones sobre el perfil de la víctima, lo que hizo -o dejó de hacer- y en su comportamiento en los días posteriores a los hechos que ahora se juzgan. Todo ha cambiado para seguir igual. "No sé si hemos avanzado mucho desde entonces", resume Jesús Huertas, que ha defendido a los asesinos de Ana Orantes; de Encarnación Rubio, atropellada hasta la muerte por su ex esposo; de Ana Ariza, apuñalada en Guadix; o de Conchi Peñate, la vecina de Lanjarón que también fue arrollada por su exmarido.

La de la violencia de género en el ámbito familiar es una de las aristas del problema, que ahora ha engordado con el caso de la supuesta violación grupal o las denuncias por acoso sexual en ámbitos como el universitario. "Nunca vamos a tener una foto fija, nunca vamos a acotar" la violencia de género, reconoce la doctora en Sociología Carmen Ruiz Repullo, autora de un estudio realizado con 1.226 jóvenes de la capital granadina, de entre 16 y 18 años, en el que el 40% de las chicas (246) narraron situaciones de agresión sexual. Sólo en un caso se llegó a presentar denuncia.

El 80,5% de los chicos creen que las chicas "van de estrechas" pero sí quieren sexo

Ruiz Repullo reconoce que "hace falta mucha investigación" para conocer qué ocurre en las relaciones entre los adolescentes. Es difícil asir el hilo del que tirar para desmallar el fenómeno de la violencia de género en sus primeras etapas. En la adolescencia están "los primeros peldaños de esa violencia". Uno de los problemas para hacerlo visible es que se "tiende a normalizar" lo que les ocurre a las jóvenes. Ruiz Repullo reconoce que en los talleres con las jóvenes -hace sesiones conjuntas pero hay temas que trata por un lado con ellas y por otro con ellos- son frecuentes los codazos disimulados entre las chicas, las miradas, "algunas salen llorando" y la sorpresa. "Me dicen ¿cómo lo sabes? ¿quién te lo ha contado?". Lo que la socióloga les expone son casos reales que siguen un mismo patrón. Se les expone la realidad, la que viven las jóvenes aunque por "vergüenza" callen. "Te dicen que eso ocurre mucho, pero a ellas no. Ninguna quiere reconocerlo, pero cuando terminamos el taller se acercan y te dicen 'a mí me ha pasado". Ese primer peldaño de la violencia permanece mudo porque las niñas creen que en lugar de apoyo lo que van a encontrar es el reproche y el estigma por haber accedido a mantener relaciones. Se sienten "culpables" porque, por ejemplo, vestían de una determinada manera, tontearon o se besaron, accedieron a ir a casa con el chico. "Es importante que hablen sin que se las juzgue", sentencia Ruiz Repullo, que insiste en que hay que enfocar el trabajo en los "mitos" del amor romántico y en la necesidad que se inculca a las chicas de agradar desde que son niñas. A esto se une la conducta de los chicos. Tras escucharles los talleres, Ruiz Repullo indica que no son capaces de identificar la violencia sexual. En su estudio en centros de Granada, el 80,5% de los chicos piensa que hay chicas que "van de estrechas" pero que en el fondo quieren mantener relaciones sexuales.

Ellas tienen asumido que "tengo que darle lo que necesita porque si no, se va con otra", abunda la decana de la Facultad de Psicología, Francisca Expósito, que ha desarrollado el programa de la Universidad de Granada de intervención con niños y sus madres testigos y víctimas de violencia de género que se ofrece gracias al convenio entre la UGR, el Ayuntamiento de Granada y la Diputación provincial. "Lo hemos hecho muy mal", concluye la decana, que asume que las situaciones que viven las adolescentes son diametralmente opuestas a lo que, en buena medida, se ofrece desde los medios como el perfil de la mujer acosada o maltratada. "Las jóvenes están muy lejos de eso", de las imágenes de las puertas precintadas tras una muerte o de las caras amoratadas por los golpes que se exhiben en las campañas institucionales. Para Expósito, las niñas asumen que la violencia se ejerce contra otro tipo de mujeres, siempre mayores. Además, al mostrar los extremos -las muertes, las palizas- "hemos polarizado la situación", lo que contribuye a ver como normales las situaciones cotidianas. Como no se ha llegado a la agresión física, "como no me pega", no se identifica lo que ocurre con un caso de violencia o acoso. "La cara destrozada es el elemento más extremo", explica la decana, que apunta a que "quizá habría que mostrar cómo empieza", los primeros síntomas de control. "Pueden pasar años hasta que se produzca la agresión", señala Expósito. La investigadora destaca que la "condición necesaria" para ser un maltratador es ser "sexista". Esta es la conclusión a la que se llegó tras una investigación en la que se comparó a personas que habían cometido asesinatos, agresores y delincuentes comunes. "La única diferencia entre los tres grupos es que los maltratadores son más sexistas y más rígidos". La amenaza de su "situación de poder" en la relación de pareja es lo que desencadena la violencia, que no siempre es física. También puede ser verbal, en forma de descalificaciones, o de control. Les legitima el hecho de tener "derechos adquiridos", que ejercen con su pareja.

El salto generacional implica, cuando hay hijos, una mayor dificultad para atajar la violencia. "La mayoría de las mujeres con hijos exponen a éstos a esa violencia porque creen que sus hijos están mejor con una madre y un padre", indica Expósito, que añade que cuando la violencia se extiende a los hijos es cuando llegan las denuncias de las madres.

Otra arista del problema saca la violencia del ámbito doméstico para colocarlo en el espacio público. El acoso "no es nuevo", reconoce la decana. Lo novedoso es que mujeres jóvenes, capaces de desarrollar una carrera profesional, reconozcan ser víctimas de acoso. Según la estadística de la Agencia de Derechos Fundamentales, el 62% de las mujeres universitarias españolas han sufrido situaciones de acoso, ya sea laboral, sexual, psicológico, ciberacoso o por motivos como el sexo, origen racial o religión. De hecho, la Universidad de Granada cuenta con un protocolo pionero para visibilizar esos casos y dar una solución. A la Unidad de Igualdad de la UGR que coordina Miguel Lorente había gestionado medio centenar de casos de los que uno ha llegado a la vía penal. "Con el acoso, ahora salen mujeres con fama reconocida y son creíbles", apostilla Expósito, que indica que "lamentablemente, "seguimos manteniendo prejuicios" sobre cómo se llegó a esa situación de acoso. Quienes cometen esos actos -compañeros, clientes, superiores- "no son desadaptados. Saben lo que hacen, contra quien y cómo".

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