Historias de Granada
  • Dentro de unos meses se cumplen 40 años del descubrimiento de un fragmento de cráneo que fue achacado a un homínido que vivió hace 1,5 millones de años

  • La comunidad científica francesa se encargó de difundir poco después que el hallazgo del profesor Gibert pertenecía a un burro

Aventuras y desventuras del Hombre de Orce

Aventuras y desventuras del hombre de Orce Aventuras y desventuras del  hombre de Orce

Aventuras y desventuras del hombre de Orce / Juan Ortiz (Orce)

Cuando lo conocí en 1983 era un hombre alto, apuesto, de piel quemada por el sol y con barba y pelo canosos. Gastaba gafas de sol y ajadas rempujas de fieltro, como las de Indiana Jones, con las que luchaba contra las inclemencias solares. Yo antes nunca había conocido en persona a un paleoantropólogo y ni sabía a qué se dedicaba. Él mismo me lo explicó para que lo comprendieran los lectores a los que irían destinados la entrevista que fui a hacerle. "Mira, yo me dedicó a estudiar la evolución humana a través de los huesos antiguos que encuentro".

Se llamaba José Gibert y estaba haciendo unas excavaciones en Venta Micena, en el municipio de Orce, cuando descubrió algo que, en un principio, revolucionó el mundo científico: un trozo de cráneo que presuntamente pertenecía a un homínido que habitó esta zona hace 1,5 millones de años, lo que lo situaba como el fósil humano más antiguo de Europa. Gibert estaba radiante, atendía a los periodistas con una alegría y un optimismo fuera de lo común. Lo que había descubierto revolucionaba todas las teorías sobre la aparición del hombre en el continente europeo.

Lo volví a ver en 1993, diez años después. Ya no era el mismo. Parecía como si por él hubieran pasado cien años, como si el peso del mundo se le hubiera echado encima. Su rostro parecía el de un seminarista en plena crisis de conciencia. Unos colegas suyos franceses habían dicho que el trozo de hueso que él había encontrado pertenecía a un asno. Aquello lo desmoralizó tanto que estuvo, hasta que en 2007 murió, luchando por defender su teoría de que el cráneo encontrado era el de uno de aquellos homínidos que habían llegado a la península ibérica a través del estrecho de Gibraltar cuando no había mar de por medio.

El trozo de cráneo. El trozo de cráneo.

El trozo de cráneo. / Juan Ortiz (Orce)

Recuerdo aquellos últimos días de mayo y primeros de junio de 1983 como de los más apresurados de mi vida. Mis idas y venidas a Orce eran frecuentes. Granada se había incorporado de pronto a la lista de los importantes yacimientos arqueológicos del mundo porque la noticia de que había aparecido el hueso de un homínido del pleistoceno estaba en miles de medios de comunicación de todo el planeta.

A mí me tocó ir a Orce los días uno y tres de junio. Me acuerdo perfectamente porque el cuatro tenía que estar en mi pueblo para casarme. Pasé de Venta Micena a la vicaría en menos de veinticuatro horas. En el trayecto a mi pueblo pensé en la suerte que tienen las esposas de los paleontólogos y los arqueólogos, que cuando más viejas son más interesantes las ven sus maridos. Pero yo era periodista y la preocupación de la que iba a ser mi mujer pasaba porque yo llegara a tiempo para la ceremonia. Y llegué. Vaya si llegué.

Recuerdo mi luna de miel por tierras extremeñas pendiente de las noticias que llegaban de Orce. Los periódicos más importantes de España le estaban dedicando amplios espacios al descubrimiento. Gibert explicaba en los medios como había sido la vida de ese hombre que vivió por aquellos lares hace millón y medio de años. Decía Gibert que aquella zona estaba al borde de un extenso lago, parte de un auténtico paisaje africano que se extendía por toda Europa. Al lado de este lago y en zonas de varios centenares de kilómetros de ancho, se supone que deambulaban pequeños grupos de hombres y mujeres, parando en asentamientos temporales y luchando contra enemigos como hienas, linces y hasta osos de la época.

Gibert, ante el dibujo de un homínido del Plestoceno. Gibert, ante el dibujo de un homínido del Plestoceno.

Gibert, ante el dibujo de un homínido del Plestoceno. / Juan Ortiz (Orce)

Gibert calculó que el trozo de cráneo encontrado pertenecía a un hombre de 17 años, mediría más de metro y medio, andaba erguido y tenía mucho más pelo que nosotros. Se alimentaba de frutas, cereales, bayas e insectos. Todavía no había probado la carne y si acaso lo hacía era de los restos que dejaban las hienas. En definitiva, estaba a medio camino entre el chimpancé y el ser humano actual. Pero, según el descubridor, este hombre ya pensaba y se organizaba socialmente. Se comunicaba, usaba herramientas primitivas y podía sentir pena ante la muerte. De política lo más probable es que, afortunadamente, no supiera nada.

Un hombre primordial en la búsqueda de ese trozo de cráneo fue Tomás Serrano, un lugareño que había alertado del gran número de restos prehistóricos que había encontrado mientras guardaba ovejas. Nadie en el pueblo le había hecho caso. Hasta que llegó Gibert en 1976 y se interesó por los huesos y restos fósiles que tenía guardados Tomás. Los paleontólogos empezaron a picar la tierra y descubrieron restos de los antecesores de los caballos, ciervos, bisontes, hienas e hipopótamos. Estaban en bloques fosilizados. En uno de esos bloques apareció el trozo de cráneo que Gibert y sus colegas creyeron que era humano. Lo analizaron con más detenimiento y concluyeron que, efectivamente, había pertenecido a un hombre. El descubrimiento era esencial porque cambiaba la hipótesis sobre la aparición en este continente de los colonizadores africanos.

El caso es que, durante un par de años, la hipótesis de que el fragmento encontrado en Orce era humano fue avalada por los principales expertos europeos en la materia, personalizados en el prestigioso matrimonio francés Henry y Marie Antoinette de Lumley. Ambos visitaron el yacimiento en el verano de 1983 y confirmaron entonces su autenticidad. La alegría desbordaba las voluntades en Orce, cuyo alcalde, José Ramón Martínez, vio una oportunidad para sacar a su pueblo de ese anonimato al que los núcleos pequeños están condenados. Se levantó un museo provisional en la Torre del Homenaje del castillo que fue inaugurado por la consejera de Cultura de entonces, Carmen Calvo.

Granadinos de toda la provincia acudían a Orce para ver el famoso fragmento de hueso, que estaba adherido a una ganga calcárea que únicamente permitía observar su cara externa. El tamaño era el de la palma de una mano. Cuando se limpió el fósil tiempo después por su cara interna, apareció una cresta endocraneal que hizo tambalear el origen humano del fragmento. Al notificarse dicha anomalía al matrimonio Lumley, estos cambiaron su diagnóstico inicial estableciendo desde ese momento que los restos pertenecían a un asno joven y no a un homínido.

Un hombre mira el cartel del Yacimiento de Venta Micena, que se encuentra cerrado. Un hombre mira el cartel del Yacimiento de Venta Micena, que se encuentra cerrado.

Un hombre mira el cartel del Yacimiento de Venta Micena, que se encuentra cerrado.

Comenzaba la pesadilla para Gibert. A partir de entonces le dieron tortas por todos lados. Fue acusado de realizar un montaje y de ser un heterodoxo en los medios de comunicación, sobre todo en la prensa generalista. Sus detractores le criticaban por no haber publicado su tesis en revistas de divulgación científica, medida obligada para que sus teorías fueran aceptadas. al of Organic Evolution. Pero en este mundo, lo mismo que en todos, hay egos y envidias que atender. José Gibert murió en 2007 y no logró en vida que su argumentación, sólida en muchos aspectos, fuese considerada ni por sus colegas europeos, ni lo que es más triste, por la mayor parte de los españoles.

Pocos años después se descubrieron los más antiguos restos humanos en la sierra burgalesa de Atapuerca. El equipo que llevó a cabo el descubrimiento, entre ellos Emiliano Aguirre, considerado el padre de Atapuerca, que había trabajado en Granada en los yacimientos de Láchar y que ha muerto recientemente, no dejó que la injerencia foránea estropeara sus hallazgos. Todo un aparato mediático se puso en marcha para proteger y difundir unos descubrimientos que pronto lograron una repercusión mundial y una difícil contestación en el plano académico. Cosa que no había logrado Gibert.

Así son las cosas en la arqueología. No soy el único que piensa que el doctor Gibert encontró al Hombre de Orce en el lugar y momento equivocados, como sucedió a tantos otros que realizaron grandes hallazgos que cambiarían la concepción humana y que no tuvieron el reconocimiento merecido en vida. Su hijo Luis intentó que la Junta de Andalucía siguiera confiando en el equipo del profesor Gibert en las excavaciones a la hora de hacer sus aportaciones, pero ya nunca fue lo mismo.

Mi última visita a Orce

He vuelto a ir a Venta Micena recientemente con mi amigo Guillermo Vázquez Mata, que se ha establecido por aquellos lares. Orce es uno más de esos pueblos que hacen suyo el lema de la España vaciada. Los jóvenes huyen de allí porque no hay alternativas de ocio y de casi nada. En el camino, las paredes de tierra horadadas sirven de refugio de los buitres. El secarral no permite más que pequeñas extensiones fértiles en donde se cultiva el brócoli y la coliflor.

De camino a Venta Micena Se pasa por una cueva en la que vivió el profesor Gibert y que está abandonada. A la entrada un cartelón advierte que se está en una zona importante de yacimientos arqueológicos y la cuna de los primeros pobladores de Europa. Pero eso ya suena a antiguo. Aquellos yacimientos que un día tuvieron el trajín de lo novedoso y que incluso fueron denominados como el Silicon Valley de la Prehistoria, están prácticamente abandonados.

La consejera de Cultura de entonces, Carmen Calvo, observa el trozo de cráneo del supuesto homínido. Foto. Juan Ortiz. La consejera de Cultura de entonces, Carmen Calvo, observa el trozo de cráneo del supuesto homínido. Foto. Juan Ortiz.

La consejera de Cultura de entonces, Carmen Calvo, observa el trozo de cráneo del supuesto homínido. Foto. Juan Ortiz. / Juan Ortiz (Orce)

Desde hace años allí no se practican nuevas excavaciones. La desolación es la tónica general en ellos donde los ajados carteles de la Consejería de Cultura de la Junta anuncian que allí hay yacimientos arqueológicos de la edad del pleistoceno, de 1,6 millones de años. El cartel del de Venta Micena está en el suelo y una losa de mármol encargada por el Ayuntamiento, suelta y sin anclaje alguno, recuerda a José Gibert, "por su tenaz labor investigadora en Orce y su gran contribución al conocimiento de la paleoantropología y a su extraordinaria figura humana y científica". Al menos el Ayuntamiento le agradeció su trabajo. Si nadie se ha llevado aún la losa es porque pesa demasiado.

Los yacimientos de Barranco León y Fuente Nueva corren casi la misma suerte. En el de Fuente Nueva, en donde se ha levantado una vistosa carpa metálica, al parecer solo hay actividad durante un par de semanas en verano, el tiempo necesario para limpiar algún hueso encontrado.

No sé cómo se las apañarían los homínidos que vivieron por aquí hace un millón y medio de años, pero los agricultores de ahora han encontrado cerca un suelo en el que se puede cultivar pimientos y guindillas gracias al agua que les aporta el pantano de San Clemente. Los que recogen la cosecha son casi todos trabajadores sudamericanos que viven en Murcia. Hay trabajo, pero parece que ya pocos jóvenes locales están dispuestos a esas duras jornadas de recogida de la cosecha. Por eso se tiene que recurrir a la mano de obra extranjera.

Aquellos hombres del Pleistoceno y estos tienen algo en común: una vida dura, en íntimo contacto con la naturaleza y en constante lucha contra los elementos. Ahora los hombres de Orce vienen de Sudamérica.

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