Granada

¡Más madera...!

  • Pocas denuncias oímos de la mala gestión que hacemos de los recursos naturales que disponemos

Se atribuye a los hermanos Marx, al parecer indebidamente, la frase "Más madera, esto es la guerra" pronunciada en una de sus memorables películas: Los hermanos Marx en el oeste, aunque para la tranquilidad del lector el contenido de este artículo solo está relacionado con la primera parte de dicha frase.

Escrito en plena canícula, asistimos a la recurrente ola de incendios que parecen indisolublemente asociados al periodo veraniego como la sombrilla playera o los chiringuitos. Ya hemos tratado en estas mismas páginas el tema de los incendios forestales, por lo que en esta ocasión vamos a hacerlo con el combustible que los alimenta, es decir, la madera.

Hemos pasado de una sobreexplotación de la madera a un abandono de la misma

Como cualquier problema ambiental, las causas y soluciones suelen ser complejas dada la incidencia de múltiples variables de índole ecológica, social, política o económica. Y el tema de la gestión de la madera tampoco constituye una excepción.

Estamos habituados a escuchar que España es un país con escasos recursos naturales, por lo que somos muy dependientes de la importación de los mismos y, por lo tanto, vulnerables a factores externos. Es el caso de los productos mineros en general o del propio petróleo. Pero pocas denuncias oímos de la mala gestión que hacemos de los que disponemos. Aparte de la infrautilización del recurso más abundante asociado a nuestro clima como es el sol (al margen del atractivo que supone para el turismo), atenuada por las recientes construcciones de huertos solares para la generación de energía fotovoltaica o de las obligatorias instalaciones de energía solar térmica en las nuevas edificaciones, disponemos de unos recursos forestales nada desdeñables.

La interacción de la sociedad española con dichos recursos a lo largo de la historia ha sido muy dispar dependiendo de factores como las batallas navales, la agricultura, la ganadería o la ruralidad de la población. En cierta forma hemos pasado de una sobreexplotación de la madera a un abandono de la misma con las nefastas consecuencias que estamos viviendo. Sirva como ejemplo de lo primero la Real Orden de 26 de marzo de 1816 recogida en el libro de Genaro Navarro López, "Segura de la Sierra. Notas histórico-descriptivas de esta villa y su comarca", y que reza así: "Que los dueños de montes y arbolado que hayan sufrido talas, incendios y destrozos han correspondido mal a la confianza de S. M. que solo quiso librarlos de traba que deben por tanto cesar en semejante escesos repoblando lo roturado y manejándose en cuanto a los aprovechamientos, con sujeción a las reglas prevenidas en la ordenanza del 48…" (p. 197). Sirva el párrafo anterior para mostrar la tradicional presión padecida por la cubierta vegetal que llevó a la desertización de extensas zonas de la piel de toro, como el sureste español.

Si nos remontamos a la posguerra civil española, el régimen de Franco emprendió una ingente campaña de repoblación forestal con sus luces y sus sombras. Las primeras vienen dadas por la recuperación de suelos muy degradados, contribuyendo a mejorar la calidad ecológica de los mismos, así como su aprovechamiento forestal; las segundas tuvieron que ver con la roturación y aterrazamiento de los terrenos que rompieron su estructura, así como la sustitución en algunos casos de la vegetación autóctona por especies como el pino y el eucalipto que acidifican el suelo e impiden el crecimiento de especies vegetales de menor porte. La consecuencia de ello fue que, pese a los incendios experimentados durante las últimas décadas, la biomasa haya crecido significativamente desde entonces.

A la par de este proceso, el abandono del campo y el traslado a las ciudades de una relevante proporción de la población a la búsqueda de mejores oportunidades y unas condiciones de vida más cómodas, hizo que el pastoreo y la recogida de leña se redujeran drásticamente, con lo que los montes se transformaron en potenciales bombas incendiarias alimentadas por el cambio climático que ha extremado los periodos de sequía y las temperaturas máximas.

A ello sin duda han contribuido las administraciones públicas por su desidia en la gestión de los montes y limitarse, en la mayoría de las ocasiones, a actuar sobre los incendios cuando se han declarado. La analogía con la política de salud es evidente, se incide en los cuidados paliativos pero no en la medicina preventiva. Tampoco, a pesar de la demanda de derivados de la madera como el papel higiénico o la industria del mueble, se valoriza el arbolado mediante sacas selectivas que disminuyen su densidad y, por tanto, la posibilidad de la transferencia de los incendios de copas. En la mayoría de los casos, los restos de las actuaciones se queman sobre el terreno o se abandonan en el suelo con la consecuencia de propagación de enfermedades o la del mismo fuego.

Una planificación de intervenciones en las estaciones previas al verano, contando con la mano de obra que cobra el PER y suplementándole el citado subsidio, serviría para mejorar la calidad de nuestros ecosistemas forestales y, a la vez, evitaría el frecuente fraude cometido en su percepción. Los productos obtenidos permitirían la fabricación de pellets, cuya demanda para calefacción se va imponiendo gradualmente como una alternativa sostenible a la generación mediante derivados del petróleo. Siempre, no obstante, deberíamos de asegurarnos de que dicha fabricación se hiciera con recursos renovables, evitando lo ocurrido recientemente en Castilléjar (Granada), donde se taló abusivamente un pinar privado que albergaba nidos de varias aves rapaces protegidas por la ley para vender la madera obtenida a una fábrica de pellets. Sorpresivamente fue incumplida la autorización concedida por la Delegación de Medio Ambiente sin que hubiera ninguna medida de supervisión in situ establecida al efecto; está visto que con amigos como esos, el Medio Ambiente no necesita enemigos.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios