El parqué
Sesión de máximos
EN La Chana, en el Zaidín, en las Angustias o en el barrio del Realejo; puede ocurrir en cualquier lugar. El boom inmobiliario puso de moda a un curioso personaje: el presidente de la comunidad.
Entre los vecinos del bloque Van Gogh, de la urbanización El Girasol, cuatro eran alquilados, la del tercero era muy mayor; el del bajo era insufrible; otros ya habían sido cargos y el que estaba de presidente era la cuarta vez que presentaba la dimisión. De modo que, por fin, Crispín culminaba su sueño dorado: ser jefe o presidente de algo alguna vez en su vida.
Ha cambiado, es otro; está feliz. Se le ve por las mañanas paseando por la finca con aires de inspector. Mira los aleros del tejado por si hubiera algún desperfecto. Con sus manos cruzadas por detrás adopta unas poses mitad guardia urbano mitad capataz de obras. Ahora pondrá en marcha su mayor ilusión: repintar la escalera de "gotelé" gris perla y colocar una cenefa de azulejos con flores en el portal. Por fin la hija tendrá su espejo en el ascensor y la mujer podrá sacar el perro al patinillo a la hora que quiera: para eso es la mujer del presidente, es decir, la presidenta.
Crispín es ya un señor; tiene hasta su propio secretario y un administrador que le pide permiso y le habla de "usted". Él nunca sabrá que los administradores son de la comunidad, no del presidente. Casi todas las tardes le vemos merendar en la cafetería de la esquina y al ser meriendas de trabajo paga la comunidad, claro; ya se encarga él de que el administrador ajuste los presupuestos.
Sus diálogos con el portero ya son más prolongados; no se quedan en el "hola" y el "adiós" de antes. Ahora se interesa por si el del primero A pagó el recibo y si la del B sigue poniendo la basura fuera de hora. Estaba loco por recriminar al vecino que se empeña en lucir los calzoncillos recién lavados en el tendedero que da a la calle.
Su última ocurrencia ha sido todo un alarde de imaginación: adornar el portal con vistosos maceteros de latón azul marino de los que brotan enormes floripones de girasoles de plástico, porque dice que así se rinde homenaje al nombre de la urbanización. ¡Si Van Gogh levantara la cabeza! Menos mal que el edificio no se llama Goya, porque hubiera sido capaz de pintar de negro la entrada, por aquello de las Pinturas Negras goyescas.
Con los presidentes hay que tener cuidado, porque algunos alcanzan tal engreimiento que cada vez que te los cruzas te miran de tan especial reojo que llegas a pensar si tu piso es tuyo de verdad o se lo debes a él. Y ten cuidado de no retrasar el pago, porque son capaces de poner tu nombre en el tablón de la entrada con tu foto debajo y la leyenda "Se busca: moroso".
El problema gordo lo tuvo en la última reunión: le salió respondón el malencarado del bajo que se niega a pagar los recibos si la María del segundo le sigue sacudiendo el mantel con las caspicias de la comida y alguna servilleta de papel usada. Dice que ya está harto y ella responde que el patio no es suyo. Fue entonces cuando don Crispín quiso mediar sacando a relucir sus doctos conocimientos legales.
De la noche a la mañana el Presidente se convierte en letrado muy versado en las leyes de la propiedad horizontal. Es maravilloso oírlo citar artículos de los estatutos con una voz tan engolada que apabulla al vecindario. Al final de la reunión, como de costumbre, nada quedó solucionado; la mitad se marcharon irritados y el resto prometió no asistir más.
Pero eso al presidente Crispín le da igual. Mientras no le muevan del cargo de sus amores… Además, si le fueran muy mal las cosas, se presentará a vocal de algo en la APA del colegio de su niño o a concejal del pueblecillo de su suegra.
Si lo que aquí se ha dicho se parece a algún caso real será por pura coincidencia. Pero, por si acaso, ten cuidado y si te ves muy apurado, vete a un "endosado".
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