Infancia de trastadas en casa de la abuela

Veranos en primera persona

El investigador recuerda especialmente el verano de los 14 años, que no paró de hacer el ‘gamberro’ con los amigos. Vuelve todos los años al pueblo asturiano de Cancienes.

Pablo Menéndez · Director Del Banco Andaluz De Células Madre

Granada, 13 de agosto 2008 - 00:00

Los veranos que mejor recuerdo son, como para mucha gente, los de la infancia. He vivido y fui educado en Gijón y los veranos me iba desde San Juan hasta primeros de septiembre al pueblo en casa de mi abuela. A Cancienes, a 7 kilómetros de Avilés con maizales, ríos... Era especial porque me escapaba de la ciudad y del control de mis padres para ir con la abuela, a la que era más fácil mentir por ser mayor y más inocente.

Por mi personalidad, he sido líder entre amigos y tenía mucho poder de convicción, hacía mucha piña. Y un año fue especialmente gracioso. Fue el verano de 1985, cuando tenía 14 años, porque me dediqué a organizar todo tipo de trastadas.

Enfrente de mi casa en Cancienes recuerdo la carretera, la calle de la estación, con las típicas casas de pueblo. Siempre había unos 20 niños jugando todo el día. Había un almacén de piensos y estaba el camión de Antibio, que ya se ha jubilado, que repartía pienso por todos los pueblos colindantes. Me acuerdo de pasar jornadas de doce horas subido al camión repartiendo pienso. Al llegar, mis padres me regañaban porque no estudiaba, pero los amigos que íbamos lo hacíamos porque al final del día el hombre nos daba 500 pesetas.

Ese mismo verano pasaron muchas cosas. Yo iba mucho en bici, incluso llegué a ser amateur, pero mi padre no me dejó seguir más. Me dio por convencer a mis amigos, que muchos también venían de la ciudad a estar con los abuelos en verano, para salir en bici por ahí. Ese año nos fuimos a 60 kilómetros, al pueblo de mi padre. Con 14 o 15 años, solos, sin avisar, por autovía y carreteras nacionales, llegábamos reventados. Nos íbamos a las diez de la mañana y nadie sabía nada de nosotros hasta la vuelta. Como verano azul. Mis padres no podían hacer nada porque era un trasto, pero al día siguiente todos mis amigos estaban castigados por mi culpa.

Ese también fue el verano de Carrefour. A 16 kilómetros del pueblo había un supermercado y nos dio por ir. Primero fue sólo para llegar, luego por competir, pero cuando nos cansamos de la bici nos dio por hurtar pastelitos. Luego pasamos a los mecheritos, chicles, y un día decidimos marcharnos con un ‘cedé’ de Duncan Du o El último de la fila, no recuerdo. Con tan mala suerte que, sabiendo que ya era robar, nos pillaron los de seguridad, que nos tuvieron 20 minutos retenidos. Nos pidieron la documentación pero al final les convencimos de que no llamaran a nuestros padres, que éramos de pueblo y nos iban a regañar.

Como con esa edad éramos muy ‘gallitos’, inventé otro juego que era dejarnos caer con la bici por la calle de la estación, de 500 metros. Al final había una cuesta con un seis o siete por ciento de pendiente. Bajábamos y competíamos. Un día me dio por bajarla sin manos y con los dos pies en el manillar, con la mala suerte de que cuando llegué abajo me pegué un piñazo. Estuve siete días sin salir de casa por las heridas. Era el problema del listillo. Mis padres se enteraban de todo pero no por mí sino por los padres de los demás niños, que les decían lo que se nos ocurría. Era un desperdicio de adolescente, con 13 o 14 años.

Otra historia de ese verano es que hubo una atracción general en el pueblo, de 800 personas y que llegaba a 2.000 en verano.

Por el centro pasaba la vía del tren con la línea Oviedo–Avilés. Una noche que íbamos la pandilla por las vías, uno de los amigos llegó diciendo que había visto un fantasma. A esa edad, nos dimos la vuelta y vimos un hombre con una sábana blanca que intentaba asustarnos y que nos podía dar juego. Al día siguiente lo contamos pero nadie nos escuchaba, pero empezó a coger trascendencia y llegaron a juntarse hasta 80 personas del pueblo esperando a verlo. Hasta llegó a salir en la prensa.

Ahora sigo volviendo todos los años a Cancienes, aunque ya murió mi abuela. Mañana 15 de agosto voy. Nos juntamos los amigos y volvemos a recordar cómo lo pasábamos. Hasta llorábamos al final del verano.

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