Historias de Granada

Isidoro Máiquez o Martín Recuerda, esa era la cuestión

  • El dedicarle el Teatro de CajaGranada al actor cartagenero en vez de al autor granadino fue motivo de una sobria polémica en los ambientes culturales a comienzos de este siglo

  • El autor de 'Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca' fue una especie de mosca cojonera para los censores del Régimen

Martín Recuerda en la inauguración de una plaza en Almuñécar

Martín Recuerda en la inauguración de una plaza en Almuñécar / Fundación Martín Recuerda

Granada nunca se ahorra una polémica. Todas las que pueden originarse se originan. ¿Por qué no hay en Granada un teatro que lleve el nombre de José Martín Recuerda y sí lo lleva Isidoro Máiquez que nació en Cartagena y está enterrado aquí? El enunciado de la pregunta originó una mesurada pero intensa controversia en los ambientes culturales de Granada en la primera década del actual siglo cuando el presidente de CajaGranada, Antonio María Claret García, nacido también en Cartagena, decidió dedicarle el nuevo teatro a su paisano en vez de al autor teatral granadino. Isidoro Máiquez o Martín Recuerda, esa era la cuestión.

Cuadro de Isidoro Máiquez pintado por Goya Cuadro de Isidoro Máiquez pintado por Goya

Cuadro de Isidoro Máiquez pintado por Goya / G. H.

Hay tres edificios que resumen la modernidad de Granada y que sin duda quedarán como importantes en el patrimonio arquitectónico de la ciudad. Pertenecen a entidades bancarias. Antes los monumentos emblemáticos de las ciudades los construía la Iglesia y ahora los construye la Banca. Uno es el edificio acristalado de la Caja Rural de la carretera de Armilla. Enfrente está la sede de CaixaBank, que fue primitivamente fue de CajaGranada, después perteneció a Mare Nostrum y después a Bankia. Nadie ha trabajado más en los últimos años que el rotulista de La General, que no ha parado de ponerle letreros al Cubo. A este edificio se le conoce como El Cubo porque es una figura geométrica de esa forma, pero gigante, llena de hormigón y vacía de personas porque apenas quedan ya trabajadores en la entidad. El tercer edificio está es ese espacio cultural que contiene el Museo de la Memoria Andalucía y el Teatro Isidoro Máiquez. El autor de ese edificio es Alberto Campo Baeza, el mismo que diseñó El Cubo, que se inspiró para el patio elíptico en una piscina para pingüinos que hay en el zoo de Londres. Así que cada vez que voy por allí no dejo de pensar en los pobres pingüinos.

El monumento y la tumba

Pues bien. Como digo, presidía CajaGranada Antonio María Claret-García cuando se hizo la nueva sede de la entidad y el teatro que lleva el nombre de Isidoro Máiquez. Claret-García había nacido en Cartagena e Isidoro Máiquez también. De ahí que hubiera un sector en la sociedad local que pensara que el nombre que debía de llevar el teatro era el de un autor granadino -por ejemplo, José Martín Recuerda, José Tamayo, Víctor Andrés Catena o José López Rubio, por decir algunos- y no el de un paisano del presidente. Ante este malestar de los representantes de la Cultura granadina, Antonio María Claret-García aclaraba en cualquier corro que se lo pidiera que Isidoro Máiquez, además de tener una relación especial con Granada -aquí murió y aquí está enterrado- fue un actor que revolucionó el mundo del teatro en España y un referente importante en la historia de este género literario y representativo. Y llevaba razón.

De Máiquez dicen sus biógrafos que era alto y bien parecido; ojos negros, trato afable, aire noble y dotado de talento y genio. Sus comienzos fueron desastrosos: no había teatro en donde no le pitaran o le tiraran berzas por lo mal que lo hacía. Se cuenta que representando en Toledo El Triunfo del Ave María en el papel del moro Tarfe, fue tal la pitada del público que salió huyendo del teatro y fue Madrid vestido de moro. Tampoco su matrimonio con la actriz Antonia Prado era un lecho de rosas. Si por aquellos años hubiera habido revistas del corazón o programas televisivos de chismorreos, ambos se hubieran forrado contando sus desavenencias matrimoniales. Ella era una actriz ya famosa y él era simplemente ‘el marido de la Prado’. Los trabajos periodísticos de José Luis Delgado e Ismael Ramos sobre la vida de este actor me han servido para acercarme a esta figura del teatro, que, con el tiempo y su enorme tenacidad, acabaría siendo el actor más importante de ese periodo de entre siglos que va desde 1791 a 1820.

Máiquez se fue a París tras vender su escaso patrimonio y allí conoció otra manera de hacer teatro. A su vuelta a España puso en práctica lo que había aprendido. Regresó a Madrid en 1801, y tras las representaciones de El celoso confundido, La vida es sueño y Otelo, empezó a ser reconocido como uno de los mejores actores de la época. Incluso Francisco de Goya, que era su amigo, lo pintó en varias ocasiones. Mesonero Romanos dijo que nadie como él sabía imitar los personajes, y Moratín lo califica como "inimitable actor". Cuando en la tragedia francesa Oscar, estrenada en Madrid en 1811 representó el papel de loco, causó en el público tal sensación que muchos creyeron que estaba loco de verdad.

Fachada del Teatro Isidoro Máiquez Fachada del Teatro Isidoro Máiquez

Fachada del Teatro Isidoro Máiquez / G. H.

En sus biografías se dice que Máiquez se constituyó como uno de los referentes ineludibles de la historia de nuestro teatro. Para ello dotó de matices la declamación, modulando una voz que entonces solo estaba sujeta a tonos claros y oscuros. De hecho, con él se promovió la creación de una Escuela Nacional de Declamación. Eliminó el amaneramiento de los actores y la sobreactuación. Era partidario de sentir primero para poder expresar luego. Cambió el vestuario de las obras, ajustándolos más a la realidad de sus personajes, de sus tiempos. Cambió y modernizó los decorados, la iluminación, los efectos especiales… Con él nació la figura del director de escena. Introdujo por primera vez la utilización de billetes numerados para la entrada a las funciones. También estableció asientos en el patio para evitar el bullicio y los grupos de gente que se mantenían de pie para ver la representación en los corrales. Otra innovación fue la utilización de carteles impresos en vez de manuscritos. En definitiva, Máiquez fijó en España el carácter de la representación teatral. Con él, según Moratín, “empezó la gloria de nuestro teatro”. En aquella época el estado de los teatros era lastimoso y eso llevó a Isidoro a poner en marcha el primer Reglamento de Espectáculos, sentando las bases de las representaciones teatrales como las conocemos hoy. Pero Máiquez también fue un actor de ideas liberales, lo que le llevó a ser hecho prisionero varias veces, tanto por las tropas napoleónicas como por orden de Fernando VII. En 1814 el régimen absolutista prohíbe sus representaciones y Godoy ordena su destierro. En primer lugar, fue a Francia, luego lo mandaron a Zaragoza, Ciudad Real y, por último, en 1820, a Granada. A los cuatro meses de estar en nuestra ciudad murió pobre, delirando y recitando. Tenía 52 años. Sólo sus cuatro o cinco amigos granadinos asistieron a su entierro.

En 1839 el matrimonio formado por el actor murciano Julián Romea y su esposa, la actriz Matilde Diez, logró que el ayuntamiento de Granada aprobara su proyecto para levantar un monumento en memoria de Isidoro Máiquez. Se ubicó originariamente en la plaza del Campillo, aunque después de varios destinos y tumbos por la ciudad, está instalado en la plaza Padre Suárez. El monumento lleva una banda con el lema ‘Gloria al genio’ e intentó ser también un homenaje a la ideología liberal.

Pepe y Ángel

Les confieso que yo era partidario de que ese teatro llevara el nombre de José Martín Recuerda, sin duda uno de los granadinos que más ha hecho por la escena española. Y era partidario porque además de admirar su obra, era su amigo. Por eso aticé el fuego de la polémica con algún artículo que otro en el que mostraba mi parecer.

Martín Recuerda y Amalia de Toca, promotora de la Fundación que lleva el nombre del autor granadino. Martín Recuerda y Amalia de Toca, promotora de la Fundación que lleva el nombre del autor granadino.

Martín Recuerda y Amalia de Toca, promotora de la Fundación que lleva el nombre del autor granadino. / G. H.

Conocí a Pepe Martín Recuerda en Salobreña, en el Monte de los Almendros, donde compartía vida y hogar con Ángel Cobo, escritor y director de teatro que a la muerte del dramaturgo granadino intentó por todos los medios que, juego de palabras incluido, la posteridad siempre recordara a Martín Recuerda. Con Pepe llegué a tener cierta amistad y era una de las personas que siempre tenía en cartera cuando me fallaba algún tema periodístico en aquellos veranos en los que era enviado a escribir reportajes de la Costa granadina. El comienzo de mi amistad con él no pudo ser más accidentado. Después de publicar una entrevista que le hice me llamó para quejarse de algo que yo había escrito. Resulta que, en la entradilla, al describirlo, decía que tenía una nariz que parecía un pimiento morrón. A él, siempre tan coqueto y presumido, le molestó mi insinuación sobre su napia y así me lo hizo saber.

-¿De dónde te has sacado tú que mi nariz se parece a un pimiento morrón? -me preguntó con cierto malestar.

Le dije que sentía que se hubiera molestado por eso y que estaba dispuesto a aminorar su indignación escribiendo otra cosa sobre su vida o su teatro, sin entrar en detalles personales. A raíz de ahí fueron frecuentes mis visitas a Pepe y Ángel, que siempre se portaron conmigo de forma exquisita. Su relación sentimental duró 42 años. Llegué a tener tanta familiaridad con ellos que a veces me presentaba en su casa para comer o cenar sin ni siquiera haberles avisado. Resultaba divertido oír los comentarios irónicos e ingeniosos de Pepe hacia casi todo lo establecido. Los ministros de Cultura eran todos unos incultos y los políticos unos ‘apesebrados’ que luchaban solo en beneficio propio y no por el bien de la colectividad. Era una persona jactanciosa e inteligente que se había instalado entre el refinamiento y el malditismo. Como buen representante de su condición sexual e impredecible buscador de conjuras contra su persona, nunca quería hablar de su edad y achacaba como un error el año de su nacimiento en muchas de sus biografías. Su risa era casi contagiosa y su elocuencia discursiva no dejaba a casi nadie indiferente: no había más remedio que entrar al trapo ante alguno de sus argumentos. A pesar de esa familiaridad, yo nunca olvidaba que estaba ante uno de los autores españoles que más había hecho por el teatro español. Por entonces Martín Recuerda, estamos hablando de mediados de los ochenta, acababa de dejar la cátedra Juan del Encina de Salamanca y disfrutaba de su jubilación en la costa granadina. Había tenido una vida un poco ajetreada porque había tenido que emigrar a Francia y luego a Estados Unidos. En Granada había sido el director del Teatro Español Universitario (de donde salieron grandes actores como Purita Barrios, Juan Villarreal y Francisco de Paula Muñoz, entre otros) y había sido alumno de Benigno Vaquero, con el que mantenía una sólida amistad. Es a su regreso de París, instalado en Madrid, cuando su obra empieza a tener importancia, sobre todo tras recibir el Premio Lope de Vega.

El autor de este artículo, con Ruiz Molinero y Martín Recuerda (en el centro) El autor de este artículo, con Ruiz Molinero y Martín Recuerda (en el centro)

El autor de este artículo, con Ruiz Molinero y Martín Recuerda (en el centro) / G. H.

Las salvajes del Puente San Gil

A primeros de los sesenta su teatro comienza a ser molesto para las clases dominantes, sobre todo tras el estreno de Las salvajes del Puente San Gil, que fue rechazada por un sector de la crítica por sus connotaciones liberales. La obra tiene como tema el maltrato que reciben las actrices de una revista por parte de las señoras conservadoras del pueblo al que van a actuar. Se vengan divirtiéndose con los hombres del pueblo, hasta terminar en el calabozo. Martín Recuerda fue una especie de mosca cojonera para el Régimen. Durante mucho tiempo cualquier obra que se representara suya tenía decenas de censores dispuestos a que las representaciones no llegaran a buen término. Sin embargo, su teatro reivindicativo y social era cada vez es más admirado fuera de España. Su defensa sobre la dignidad de la mujer era firme y tenaz: en casi todas sus obras las mujeres son las verdaderas protagonistas en los argumentos. Y en muchas ocasiones recurría a distintas máscaras formales y temáticas que le permitían burlar la censura franquista. De alguna forma, se había convertido en un renovador de la literatura dramática española y fue considerado el creador del llamado teatro total. En Las Arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca, a donde fue recluida Mariana Pineda antes de ser ejecutada, hace un retrato de esa Andalucía trágica, amarga y violenta de aquella época. Para Martín Recuerda Las Arrecogías del beaterio Santa María Egipciaca, era su preferida. Por sus connotaciones granadinas y porque había estado retenida por la censura casi siete años. Cuando se estrenó en 1977 con Adolfo Marsillach como director y Concha Velasco como protagonista, ya durante la Transición, tuvo un éxito impresionante. Aunque en general su obra, a juzgar por el crítico Andrés Molinari, “lamentablemente están aún poco representada y por tanto inexplorada de sus posibilidades escénicas. Unas veces porque fue autor molesto, demasiado acusador y los empresarios prefería espectáculos menos polémicos y otras veces porque se le supone luchador de causas obsoletas”. Piensa Molinari que por entonces fue un autor problemático y que hoy yace casi en el olvido, más frecuente en manuales que en programas de mano.

Pinos Puente y Salobreña tiene sendos teatros con su nombre al igual que varios institutos de la provincia. En Salobreña está la Fundación que impulsara la poeta Amalia de Toca. En junio de 2007 se le concedió el Pozo de Plata que otorga el Museo García Lorca en el acto conocido como el Cinco a las cinco. No pudo asistir. Llegó a la organización una nota diciendo que Martín Recuerda había tenido un percance físico y no podía asistir. Los que lo conocíamos sabíamos que se estaba muriendo. Falleció tres días después, el ocho de junio, en el Hospital de Santa Ana de Motril y fue enterrado allí, junto a las cañas secas del camino.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios