Historias de Granada
  • La Transición política coincidió con un periodo en el que imperaba la necesidad de hacer cosas distintas en la música, la poesía, la pintura y el periodismo

  • Después de Manifiesto Canción del Sur, comenzaron a aparecer un sinfín de nombres de conjuntos que imprimieron en el rock granadino un aire de leyenda.

Tiempos movidos y de movida

El grupo 091 El grupo 091

El grupo 091

Cuando me inicié en el periodismo la noche estaba poblada por cuatro profesiones que empezaban por 'p': polícías, putas, panaderos y periodistas. En Jaén, en donde residía y en donde laboraba, como diría Lope de Sosa, en esos años apenas circulaban coches por la noche, las calles estaban casi siempre vacías y la gente tenía cierto miedo a salir pasada la media noche. Franco no había hecho nada más que fallecer y nadie sabía cómo iba acabar aquello. Así que mejor era quedarse en la casa.

Recuerdo pues aquellas madrugadas en que salíamos del periódico camino de algún bar abierto y que aparcábamos cerca de la plaza de Santa María, en donde se levanta la catedral. Y recuerdo las piedras húmedas y brillantes por el ambiente invernal. El silencio se imponía entre las rocas seculares y arrinconaban mi conciencia y mi memoria hasta hacerme ver que era otra persona que se despertaba a una nueva época. Luego llegaría la democracia y las elecciones y las noches comenzaron a llenarse de jóvenes con ansias de esa libertad. Era una libertad que no consistía en poder salir a la calle para tomarte una caña y comer berberechos, porque esa ya la teníamos, sino una libertad con la que se reclamaba el derecho a hablar, opinar y votar, ejercicios que hasta ese momento estaban en entredicho.

A mi me pilló la Movida madrileña en la capital de España y sus coletazos en Granada. La Movida fue ese movimiento contracultural surgido en la capital de España durante los primeros años de la Transición y que se extendió como lava de un volcán a muchas otras provincias. Fue una época en que la cultura se debía de ver de otra forma, con nuevas tendencias o fórmulas en la música, la literatura, el cine, la pintura, la moda y la creación en general.

Imperaban las ganas de hacer las cosas de manera distinta al pasado reciente y surgían hornadas de jóvenes creadores que estaban dispuestos a romper con lo establecido. El fenómeno coincidió con la despenalización de la homosexualidad, la venta de anticonceptivos, el resurgimiento del feminismo y el laicismo en la sociedad. Pero en ese paquete también entraban las drogas, a las que se engancharon muchos de aquellos que estaban por recorrer todos los caminos.

Pinta de troskista

Al llegar a Granada mi pinta era la de un trotskista en horas bajas que gastaba afilada perilla y gafas redondas a la manera del intelectual soviético. Por ahí hay fotos mías de esa época en la que me es difícil reconocerme y menos recordar qué pensaba en aquel momento. El caso es que mi aspecto no desentonaba en la movida, con los estudiantes que gastaban trenca de botones de nácar y penenes que se ponían chaqueta de pana. Las tabernas que frecuentaban los estudiantes eran las de Espadador; el Natalio, que estaba en Puentezuelas; el Bimbela, que estaba en la plaza Gran Capitán y después en Melchor Almagro. Uno de los primeros pubs que funcionaron en Granada fue el Radar, en la plaza del Campillo. Aunque para los periodistas, cuando salíamos de trabajar, a las dos o las tres de la madrugada, el sitio más cercano para tomar una copa era el Oxford II, que estaba en Gran Capitán. También estaba el Cambridge, como si los dueños quisieran llevar la rivalidad de las famosas universidades del mundo académico a las barras de sus locales. Allí confluíamos más de una vez periodistas de los tres diarios que se editaban en Granada: Patria, Ideal y Diario de Granada.

Poker de andreses. Vázquez de Sola, Cárdenas, Sopeña y Neuman, en un acto en La Tertulia Poker de andreses.  Vázquez de Sola, Cárdenas, Sopeña y Neuman, en un acto en La Tertulia

Poker de andreses. Vázquez de Sola, Cárdenas, Sopeña y Neuman, en un acto en La Tertulia

Los periodistas de los diarios impresos de entonces nos educábamos en la noche porque nuestra profesión así lo exigía. En la noche en Granada yo notaba esas presencias que agrandaban nuestro espíritu al dejar la Redacción de San Jerónimo. Convertíamos el conticinio de la ciudad en la hora mágica de la jornada. Nuestros pasos en las calles desiertas adquirían el ruido propio de la satisfacción por el trabajo realizado. Allí estaba ese impresionante monasterio renacentista que sería el testigo mudo de nuestros andorreos. Aún oliendo a la tinta de las linotipias, íbamos en busca de otros olores que la ciudad emitía por la noche: el olor caliente de las panaderías que abrían sus ventanas para el ventileo de la estancia, el del squai de los pubs que recogían trasnochadores y noctívagos, el de las flores de azahar que en mayo inundaban las plazas de Granada y el del sol y sombra de los primeros puestos del mercado de San Agustín. La ciudad para entonces era nuestra, sentíamos que la habíamos conquistado y mientras la gente dormía nosotros llegábamos a pensar que éramos dueños de ella. Lo que habíamos escrito al día siguiente estaría impreso en el periódico y esos nos permitía tener la sensación de que estábamos haciendo algo muy importante por esa sociedad que acababa de despertar de una mal sueño.

Juan de Loxa y Enriquel Moratalla. Juan de Loxa y Enriquel Moratalla.

Juan de Loxa y Enriquel Moratalla. / J. A. Díaz

Andábamos pues por la noche bastante metidos en alcoholes, en la incontinencia de un limbo que conforme pasaba las horas se parecía a un paraíso que se perdía cuando llegaba el amanecer. En aquellos tiempos nos dio por hacer una comida que nos servía de cena y desayuno en un restaurante que regentaba el Compadre por Pedro Antonio de Alarcón. Éramos estómagos jóvenes que resistíamos que nos entrara un cocido con coles a las tres o las cuatro de la madrugada.

A veces, antes de irnos a la cama, íbamos a alguna de las dos o tres cafeterías que abrían a las cinco de la mañana (una estaba en el mercado de San Agustín y otra en Las Columnas) a tomar un café con churros. Me veo obligado a decir aquí que desde entonces necesito los antiácidos y el omeprazol.

Algunas noches, algún redactor veterano nos llevaba a los clubs de alterne de la calle Manuel de Falla. Por allí estaba el Caché, el New York y un poco más alejado el Falcon Crest. Por entonces la Transición había aceptado el pecado y la libertad también estaba en esos lugares. Las chicas de alterne se dejaban que les tocaras sus componentes anatómicos a cambio de que la invitaras a una copa, una copa que cobraban a un precio no muy acorde de nuestro pecunio personal. Palpar una nalga te salía por un ojo de la cara, así que preferíamos el café con churros al pecado.

Esa movida también llegó al Periodismo. Después del fallido golpe de Estado de Tejero los periodistas más jóvenes teníamos la sensación, convertida en convencimiento, de que había que hacer lo posible para que no volvieran esos tiempos que se habían quedado atrás con la muerte de Franco.

Por entonces había como un pacto secreto y nunca escrito entre periodistas y los políticos salidos de las primeras elecciones para hablar más del futuro que del pasado.

Redactor de Cultura

Llevaba cuatro o cinco años en Ideal cuando me ordenaron que me encargara de los temas de Cultura, sección que a mí me gustaba mucho. Fue en esa etapa en la que la noche me llevaba de vez en cuando a La Tertulia, el pub de la calle Pintor López Mezquita que recogía las inquietudes culturales del momento. La Tertulia la habían abierto un argentino llamado Tato Rébora y se había convertido en poco tiempo en el punto de referencia de la movida granadina. Era un lugar insólito y adelantado en donde podías ir a tomarte una cerveza al tiempo que escuchar música, ver una exposición o asistir a una conferencia. Todo un incentivo cultural para una ciudad un tanto mortecina. La ONU de la izquierda, como la llamó Alejandro V. García. Por entonces se podía fumar y la recuerdo como una estancia en la que la espesa bruma de los humos de los cigarrillos se mezclaba con charlas de todo tipo, las copas en la mano y el olor creciente de la libertad. Era el sitio en el que constatabas que, por fin, estabas cambiando el mundo. Yo iba allí, como digo, de vez en cuando no solo para desprenderme de la tensión de la jornada, sino para pescar noticias culturales (a ser posible exclusivas) con las que llenar el hueco de la página del día siguientes. Allí se reunían la progresía y todos aquellos jóvenes creadores que entre copa y copa se leían sus escritos y se contaban sus proyectos. Me enteraban de los libros que estaban escribiendo los poetas, las exposiciones que estaban organizando los pintores o los discos que estaban preparando los grupos musicales.

Rafael Guillén, Julio Alfredo Egea y Ladrón de Guevara. Rafael Guillén, Julio Alfredo Egea y Ladrón de Guevara.

Rafael Guillén, Julio Alfredo Egea y Ladrón de Guevara.

Entre los periodistas que cubríamos esas noticias teníamos la certeza de que un valioso grupo de poetas jóvenes estaban cambiando totalmente el concepto de la poesía que conocíamos. Después de García Lorca y el silencio impuesto por una dictadura que solo concebía a la poesía como un instrumento más para alabar el Régimen o para exaltar el amor, vino otra generación compuesta por personas que comenzó a reivindicar el aire de libertad que los tiempos exigían. Ahí estaban Rafael Guillén, Pepe Ladrón de Guevara, Julio Alfredo Egea, Elena Martín Vivaldi, Pablo del Águila…

Alvaro Salvador, García Montero y Javier Egez. Alvaro Salvador, García Montero y Javier Egez.

Alvaro Salvador, García Montero y Javier Egez.

A mediados de los ochenta los periodistas culturales no teníamos más remedio que hablar también de esa terna de jóvenes que creó la tendencia poética conocida como la otra sentimentalidad, germen de lo que años más tarde sería la llamada Poesía de la Experiencia Y allí estaban Álvaro Salvador, Luis García Montero y Javier Egea. Lejos de saber que uno llegaría a ser catedrático de Literatura, otro un militante de izquierdas que hoy preside el Instituto Cervantes y el otro que se pegaría un tiro con una escopeta de caza al cumplir los 47 años. El ideólogo de aquel movimiento fue Juan Carlos Rodríguez, considerado el pope de las nuevas tendencias estéticas de la literatura. También pasaban de vez en cuando por La Tertulia los novelistas Antonio Muñoz Molina y Justo Navarro, que ya tienen un hueco en la historia de la literatura española.

Tiempo después surgiría otro movimiento llamado Poesía de la Diferencia, integrado por poetas que consideraban que la política y las instituciones que llegaron a ser gobernadas por el PSOE después de la Transición favorecían siempre, a la hora de dar subvenciones y privilegios, a los poetas llamados de izquierdas. Estaban en esa cuerda Antonio Enrique, José Lupiáñez, Fernando de Villena, Enrique Morón, Gregorio Morales… Surgió entonces una verdadera guerra de bardos que, de alguna forma, aún colea. Los poetas de la Diferencia crearon el llamado Salón de Independientes, donde quisieron aglutinar a todos aquellos creadores que consideraban que la Cultura no debería tener ideología. Como también admitían a periodistas, me apunté yo.

La música

En la música, la libertad llegó con las guitarras eléctricas. Estaba dando los últimos coletazos el llamado Manifiesto Canción del Sur, de donde había salido Carlos Cano. Fue un movimiento hermano de sangre de 'Poesía 70', ese mítico espacio radiofónico para literatos y cantantes protesta que puso en marcha Juan de Loxa y al cual la Asocición de la Prensa le organizó un homenaje de reconocimiento en 1994, cuando yo era su presidente. Antonio Mata, Enrique Moratalla, Carlos Cano, Enrique Valdivieso, Raúl Alcover y Ángel Luis Luque, entre otros, ya habían dado sus correspondientes mensajes reivindicando la libertad y ahora se imponía otra música si no más contundente sí al menos más ruidosa.

En los años ochenta en Granada empezaron a aparecer un gran número de bandas de rock. Aquella no era mi música pero gracias a las crónicas que enviaba al periódico Juan Jesús García me enteraba de que la ciudad era un auténtico vivero de rockeros. Los incipientes grupos ensayaban durante horas en cuevas del Sacromonte y de la carretera de Murcia, únicos lugares donde no molestaban a nadie al aporrear la batería o al ejecutar un solo de guitarra eléctrica. Allí no los oía nadie. Los acordes retumbaban en las oquedades transmitiendo al exterior los gritos de una gente que inauguraban otra época. En los años de la movida granadina aparecieron formaciones como TNT, KGB, 091, SOS o Magic, que se esforzaban por imitar a The Clash o los Sex Pistols. Muchas de esas bandas grabarían después discos y pasarían a la historia del rock español. Era la música alternativas que muchos jóvenes exigían. De aquella hornada de jóvenes chavales luego surgirían nuevas formaciones como Lagartija Nick, Quäsar, Lori Meyers, Guerrero García, La Guardia y un sinfín de nombres que imprimieron en el rock granadino un aire de leyenda. Y aún sigue.

Así estaba el Vicente Calderón en el concierto de los Rolling. Así estaba el Vicente Calderón en el concierto de los Rolling.

Así estaba el Vicente Calderón en el concierto de los Rolling.

Aquellos eran tiempos de música, alcohol y marihuana. Recuerdo el día en que tuve que tomarle una crónica a Paco Espínola, que había ido a cubrir el concierto que daban los Rolling Stone en Madrid. Los Rolling llegaron a nuestro país en julio de 1982, días después de que la selección española de fútbol quedara apartada del Mundial que España organizaba. Un chasco en toda regla. Pero España encontraba en el rock una forma de mostrar sus ansias de modernidad. El concierto se celebró en el Vicente Calderón y durante el mismo se desencadenó una espectacular tormenta. Aun así, me dictaba Paco, el concierto había sido un éxito tremendo en el que los asistentes se habían fumado hasta la hierba del estadio.

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