pasado con presente incluido

Tomás Sola, un catedrático con sotana

  • Fue uno de los fundadores de Alianza Popular en Granada, concejal y diputado provincial, que un día ya lejano dejó la política para ser profesor y sacerdote

A las diez de la mañana el sacerdote Tomás Sola tiene la cara iluminada después de haber dicho su misa diaria en la basílica de la Virgen de las Angustias. Se le ve feliz dentro de su papel de cura y te mira con ojos de bondad, de persona que parece tener el alma satisfecha consigo misma. Su sonrisa entra dentro del catálogo de las que son capaces de apagar los volcanes que llevamos dentro. Habla con expresión serena y relajada, con palabras directas y sencillas, como si estuviera acostumbrado a tratar con personas que no han podido acceder a una mínima cultura por haber nacido pobres o pertenecer al sótano del mundo. Es difícil oírlo hablar mal de alguien, aunque ese alguien le hubiera hecho la puñeta. Cristiano de pies a cabeza, es de los que cree que si eres bueno contribuyes a que haya un mundo mejor y que las personas son buenas por naturaleza, aunque luego vienen las circunstancias y las malean. "Como afirmó Rosseau, dame un niño y te lo haré un santo o un asesino", me recuerda que dijo el filósofo francés.

Tomás Sola fue un político importante en nuestra provincia. Fue secretario general de Alianza Popular en Granada en los primeros años de la Transición. También fue concejal del Ayuntamiento de Granada y diputado provincial, en aquellos años en los que había que asfaltar calles, poner farolas y construir saneamientos en casi todos los pueblos de la provincia. Pero un día dejó la política y se metió a cura, aunque siguió -y sigue- con sus clases en la Universidad de Granada, donde es catedrático en la Facultad de Ciencias de la Educación. Como integrante del Grupo Área de la citada facultad es importante su labor educadora en aquellos pueblos sudamericanos a los que va y a los que les lleva la esperanza de la paz material y espiritual. También es autor de varias publicaciones, libros y artículos sobre educación especial y la realidad educativa en nuestro país.

Abandonó la política primero para ser profesor y segundo para ser sacerdote

Dice que no se arrepiente de casi nada de su vida y que aquella etapa en la que pasó por la política fue muy satisfactoria para él porque conoció a personas que le aportaron mucho en el devenir de sus días. En los confines de su humildad está el trato con los más desfavorecidos: los ringorrangos los justos y necesarios y el incienso solo para las misas. Aquí un amigo, aquí Tomás Sola Martínez el cura y profesor que una vez fue un importante político y que hoy parece estar condenado a la felicidad.

ENCUENTRO EN LA SACRISTÍA

Nuestra cita es en la sacristía de la Virgen de las Angustias. Le había escrito por guasap que quería hablar con él para protagonizar un capítulo de esta serie periodística. Me contestó que estaba fuera de España, en una de esas misiones suyas por pueblos sudamericanos a los que va frecuentemente para seguir algún programa educativo allí implantado. Y que lo llamara al regreso. De eso fue casi un mes, así que lo llamé la semana pasada y comprobé que ya estaba de vuelta. Después fue fácil concertar el encuentro. "¿Sabes un sitio donde podemos estar tranquilos? En la sacristía de la Virgen de las Angustias porque allí voy todos los días a dar misa. Después nos tomamos un café si quieres". Y allí fui el martes pasado.

Nada más verlo compruebo que su figura ha cambiado mucho desde lo vi la última vez, hace ya muchos años. En mi mente estaba ese joven estilizado de barba cerrada y pelo abundante que en los años ochenta convocaba a los periodistas para informar de su gestión o para decirnos que en la fiesta de la Toma él sería el encargado de portar el pendón. Ahora ha crecido el volumen de su cuerpo y el pelo ha desaparecido por el sumidero de la edad. De la barba negra y cerrada tampoco hay rastro. Sin duda son los jirones que causa el paso del tiempo. De amabilidad exquisita, Tomás me invita a sentarme en una de las dos sillas que hay enfrente del escritorio. Él lo hace en la otra.

-Nací en Cúllar en el año 1951. Mi padre era un maestro habilitado a los que se les permitió dar clases porque después de la guerra faltaban muchos profesores. Pero estuvo siete años nada más. Me acuerdo que nos decía que le daban cinco duros al mes. Luego lo dejó y puso una agencia de seguros y se dedicó al sector del automóvil, pero eso ya en Baza. Mi infancia la pasé en la aldea de Tarifa y cuando estudié el bachiller tenía que ir a Lorca, porque ese pueblo nos pillaba más cerca que Granada. Después hice la carrera de Magisterio y, no es por nada, pero saqué el número uno. Ese mismo año empecé a dar clases en los Salesianos. Luego estudié Psicología y Pedagogía.

-¿Y cuándo te picó el bicho de la política?

-En el año 1977 entré en aquel partido que fundó Manuel Cantarero del Castillo que se llamaba Reforma Social Española, no sé si te acuerdas. Este partido se integró en Acción Ciudadana Liberal de Areilza y en las elecciones generales del 1979 formó parte de la Coalición Democrática, que aquí en Granada estaba liderado por el general Prieto. En esa coalición también estuve.

-¿Y luego recalaste en Alianza Popular?

-Sí porque Coalición Democrática se disolvió y yo por entonces creía que podía seguir en política y servir a los demás. Fui de los fundadores en Granada de Alianza Popular, aquel partido de Fraga Iribarne, y en una reunión que tuvimos en el Washington Irving me nombraron secretario general. Estuve cinco años en ese puesto, en una época muy difícil, cuando aquel referéndum por la autonomía en que Almería y Jaén se desmarcaron del proyecto. ¿Te acuerdas? Por entonces yo estaba en el Consejo Político Nacional que presidía José María Aznar.

-Y luego estuviste de concejal del Ayuntamiento de Granada y diputado provincial.

-Sí. En aquellas elecciones que ganó el partido de Antonio Jara por una mayoría aplastante. En el Ayuntamiento éramos oposición pero en la Diputación sí que tuve competencias. Estuve primero con José Sánchez Faba y después con Juan Hurtado, cuando sucedió 'la rebelión de los catetos'. ¿Te acuerdas?

Tomás Sola utiliza conmigo de vez en cuando la coletilla del "¿te acuerdas?" porque por aquellos años yo ya ejercía el periodismo en Granada y quiere hacerme compinche de sus recuerdos. Le digo que sí, que me acuerdo de aquella 'rebelión de los catetos' en la que la mayoría de concejales elegidos en las listas del PSOE, con Juan Carlos Benavides a la cabeza, se rebelaron contra la imposición de la ejecutiva regional y eligieron a un presidente distinto del que sugería Rodríguez de la Borbolla. Fueron expulsados del PSOE en medio de una gran tensión, pero mantuvieron durante cuatro años la Diputación de Granada.

-Pero entonces se hacían las cosas de otra manera. Aunque fueras de otro partido te dejaban participar. Yo fui el encargado de la Sanidad en Diputación e hicimos trabajos interesantes, como reconvertir el hospicio y darle trabajo a muchos de los chicos que había allí. Digo que se hacían las cosas de otra manera porque había entendimiento entre los políticos de los diversos partidos que integrábamos las comisiones. La mejor manera de que un político trabaje en una administración es darle competencias. En esas reuniones de las comisiones se establecían criterios para que no hubiera competencia a nivel ideológico. A todos nos interesaba avanzar y para eso no había más remedio que ponerse de acuerdo. Me temo que eso ya no se hace así.

Tomas Sola estuvo de concejal y diputado entre 1983 y 1991. Y dice tener un buen recuerdo de aquellos años. Me comenta que hizo grandes amigos que eran de ideología distinta a la suya. Como Juan Tapia, aquel veterano socialista con el que intimidó y con el que sostuvo una gran amistad. O como Pepe Guardia, aquel histórico comunista aficionado al flamenco al que le conminó a que estudiara Derecho. "Es que tenía una inteligencia natural impresionante. Yo le dije que nunca era tarde para estudiar una carrera y sacó Derecho en aquella Universidad para mayores de 25 años. Era un tipo estupendo con el que me entendía de maravilla, a pesar de ser de partidos políticos tan distintos". Tomás Sola se vanagloria de haber tenido siempre un sueldo de funcionario ("nunca de un político", subraya) y de haber luchado siempre por el bien y el bienestar de los ciudadanos.

El abandono de la política

Tomás abandonó la política primero para ser profesor y segundo para ser sacerdote. Se doctoró en Ciencias de la Educación y su primer destino fue un colegio de Almanjáyar, donde llegó a ser director.

-Había unos 1.200 niños. Una barbaridad. Todos de la conflictiva zona norte. Pero trabajar allí también me produjo una gran satisfacción. Formé una Escuela de Padres y tanto el delegado de Educación de entonces, Juan Ruiz, como el alcalde de Granada, Jesús Quero, me apoyaron bastante. Sabían que había que volcarse con niños como aquellos, muchos provenientes de familias desestructuradas. La verdad es que también tengo un buen recuerdo de aquella época. ¿Quieres saber una anécdota? Años después de dejar el colegio, estando en la Facultad, me dijeron que me esperaba abajo un individuo de aspecto un poco sospechoso. Cuando bajé me encontré con un gitanaco enorme con varias cadenas doradas en el cuello. Al verme me dijo que había sido mi alumno y que llevaba muchos meses buscándome porque había tenido una hija y quería que yo la bautizara. ¡Qué sorpresa! Le pregunté si estaba casado y me dijo que no, que estaba arrejuntao, pero que si era por eso él se casaba con tal de que yo bautizara a su hija. Fue tremendo.

-¿Cuándo sentiste la vocación sacerdotal?

-Exactamente no lo sé. Si sé que quien me dio el empujón fue Antonio Cañizares, que fue arzobispo de Granada. Tenía una gran amistad con él y un día me dijo: 'Tomás, en ti hay un gran sacerdote que no puede decir a Dios que no. Así que prepárate'. En 1999 fui diácono y en 2001 fui ordenado sacerdote en la catedral por el propio Antonio Cañizares.

Desde entonces la vida de Tomas Sola sería muy distinta a la de antes. Dice que compagina muy bien su dedicación a la Iglesia con su labor como profesor y su implicación en el desarrollo educativo en ciudades o zonas de provincias sudamericanas. Ha estado dando clases en aulas hechas solo con bancos de madera en Chiapas (México), Chile, Ecuador o en Santander, al norte de Colombia, donde la guerrilla campaba por sus respetos.

-¿Pasaste alguna vez miedo allí?

-Miedo no, terror. Aunque a los educadores solían respetarnos, siempre estábamos al acecho de algún peligro. Nosotros hablamos con la guerrilla e intentamos fomentar el diálogo y la educación y, sobre todo, ayudar a la gente. Pero estábamos en una zona donde el río Tibú, por ejemplo, bajaba lleno de cadáveres y los niños que nosotros tratábamos de educar eran muy propenso a la violencia. Allí hay una enorme labor a realizar.

Labor que intenta llevar a cabo el Grupo Área, de la Facultad de Ciencias de la Educación, del que forma parte y que, igualmente, lleva siete años trabajando en un proyecto de dirección de tesis en Angola. Como prueba fehaciente de su labor por esos sitios de Dios están los diplomas que ha atesorado en una carpeta y su nombramiento como doctor honoris causa por el Consejo Iberoamericano, que lo formas 22 universidades. También Tomás Sola forma parte del Patronato Juan XXIII, que fundara el sacerdote Rogelio Macías. La ciencia no sirve para nada si no va unida a una sólida piedad. Principio papal que Tomás Sola cumple a rajatabla.

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