Corazones que acogen y que no caben en el pecho: la acogida de niños cambia vidas

El programa de acogida de niños que no pueden estar con sus familias por un tiempo o que esperan se adoptados se sustenta en historias individuales, como la de Rosa

Las manos de Rosa junto a las de la niña que tiene en acogida en su casa de Melegis. / Alba Márquez / Picwild

Hay corazones que laten con mucha fuerza y otros que necesitan ser acogidos para volver a coger el ritmo de la vida. Ambos están llamados a cruzar sus caminos, aunque por un tiempo tan incierto como intenso que, sin duda, dejará su marca para siempre.

Es el caso de Rosa y de la pequeña de meses que acoge en su casa desde el pasado mes de octubre. Rosa, de 55 años, es valenciana, de Játiva, pero instalada en el municipio granadino de Melegís desde hace muchos años, el pueblo de su marido Nicolás, al que conoció trabajando en Ibiza. Hace algo más de dos meses tenía pensando pasar por el quirófano para operarse de la rodilla que aún le fastidia –hace un par de años fue intervenida de la otra– pero su vida le tenía preparada otra sorpresa: hacerse cargo de una bebé de siete meses. “Entonces mi hija me dijo que nos la tenían que dar. Ahora tiene nueve meses y nos desvivimos por ella”.

La petición a Rosa no le llegó porque sí. Hace algo más de diez años tuvo contacto con el programa de acogida gracias a su vecina Puri, quizá la principal responsable de que en una zona tan localizada como es el municipio de El Valle haya más de una decena de familias dispuestas a acoger niños de todas las edades que lo necesitan, niños que por circunstancias familiares especialmente graves necesitan cuidados lejos de los suyos o porque están a la espera de poder ser adoptados.

Mucho ha llovido desde que Puri, que tiene 61 años y que lleva acogidos a 14 niños, le pidió allá por 2015 a su gran amiga Rosa que le cuidara a una bebé que tenía en acogida. “A partir de ahí, poco a poco me iba diciendo por qué no me animaba a acoger, que había muchos niños que lo necesitaban”, recuerda Rosa. El paso al frente lo dio después de la pandemia, coincidiendo además con un momento muy complicado con problemas familiares y de salud (“la maldita rodilla”), pero con la ayuda y el apoyo de su marido y de sus hijos, que considera “fundamental”, tomó conciencia. “Le dije a Puri que estaba dispuesta a acoger”, recuerda. En ese momento tomó una decisión que “cambió mi vida”. Era noviembre de 2020.

Empezaron los papeleos, la realización del oportuno curso para que la considerasen idónea para ser madre de acogida, ‘estatus’ que le otorgaron en mayo de 2021. Rosa no tuvo que esperar mucho para que se hiciera realidad su primera ‘prueba de fuego’. En septiembre de ese mismo año le pusieron en sus manos un niño de apenas 21 días. “Me llamaron de Aldaima –la asociación que gestiona el programa de acogida– y me dijeron que en dos días pasara a recoger a un bebé”, recuerda Rosa, que califica esos días de “frenesí” porque apenas dispusieron ella y su marido de tiempo para comprar todo lo que hacía falta: “No teníamos nada de nada, ni biberones”.

Rosa recuerda el día que recogió a ese niño como si fuera ayer: “Fuimos a Aldaima y cuando llegamos a la puerta llegó un coche de menores con ese niño tapado con una manta”. Su marido Nicolás le dijo una frase que tiene guardada en su corazón: “Ese niño es el nuestro”. Rosa cuenta que se puso a llorar y que le dijo que “dejara de llorar no vaya a ser que la asistente social no nos dieran al niño, aunque cuando lo vimos nos emocionamos los dos, tanto que pensé que no nos lo iban a dar. También imploré un ¡Señor, ayúdame! y nos fuimos a casa”.

Con 50 años Rosa se volvió a ver con un bebé en brazos, pero la llegada de ese niño le supuso un cambio radical a su vida, en esos momentos muy complicada. “Te ha cambiado la vida, la cara”, recuerda que le decía su marido. “Además, las cosas en mi casa empezaron a ir mejor”, añade. Esa primera experiencia duró nueve meses. “Nos avisaron de un día para otro que habían encontrado una familia de adopción... y otra vez a llorar”, rememora Rosa, que subraya que la relación con ese niño no se ha roto: “Todos los años lo vemos con su familia de adopción y el niño nos llama abuelos. Sus padres nos recuerdan que el niño está así gracias a nosotros”. Era junio de 2022 y para entonces, desde marzo, Rosa también tenía una niña de 7 años “con mucha historia detrás, una niña que necesitaba muchas más ayudas y se fue con otra familia de acogida después de seis meses”.

Ese mismo año, Rosa tuvo a otra niña durante tres meses, “hasta que la adoptaron... y otra vez otra de llorar, pero también vamos a verla, como el próximo año, que iremos a celebrar su cumpleaños”.

Un año y pico estuvo Rosa en el ‘dique seco’, hasta que llegó la bebé que ilumina su casa, en las afueras de Melegís. Ahí recuerda con Puri, en cierta manera su ‘mentora’, lo mucho que reciben de estos niños que pasan por sus vidas. Ambas están de acuerdo en señalar que “la mayoría que acogemos que vienen son bebés y llegan de forma urgente”. “Nunca sabes cómo vienen, pero ves cuando se van que sus historias y las nuestras ya son otras porque nos dan más de lo que damos”, recalcan Rosa y Puri, Puri y Rosa, porque tanto montan, montan tanto porque las dos tienen un corazón que no les cabe en el pecho.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último