El Festival de Música y Danza: pitos y flautas en el marco incomparable
Después de unos comienzos desastrosos en materia económica y muchas vicisitudes de toda índole, ha logrado implantarse en la ciudad hasta llegar a ser una cita obligada para todos los amantes de la música
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El Festival Internacional de Música y Danza de Granada es un acontecimiento que está ya por derecho propio en el ADN de Granada. Y entre pitos y flautas, siempre está ese ‘marco incomparable’ del que hablaban los críticos de los periódicos madrileños en sus crónicas sobre el festival. Pero hablemos de sus orígenes. La creación del certamen en el año 1952 se debe sobre todo a la cabezonería de Antonio de las Heras, crítico musical y secretario técnico de la Comisaría Nacional de la Música. Este hombre había estado en 1948 en el festival de Aix-en-Provence y el ambiente monumental y musical de aquella ciudad le hizo pensar que Granada, con su Alhambra y Generalife, podía aspirar a algo parecido. Aquí se venía celebrando desde 1883 en el Corpus unos conciertos sinfónicos en el Palacio de Carlos V a los que venían orquestas de varios sitios del mundo. Pero esto sería algo más serio y se celebraría con más regularidad: un festival en toda regla. La iniciativa pronto iba a tener la correspondiente arena en los cojinetes: todos los responsables de las instituciones que podrían implicarse, desde el Ministerio de Cultura a la Universidad de Granada, decían los mismo: la idea es cojonuda, pero no hay dinero. Hasta que Antonio Gallego Burín deja la alcaldía de Granada y es nombrado director general de Bellas Artes. En un principio Gallego Burín también se opone a la idea, más que nada porque no quería que nadie pensara que había tráfico de influencias al crear un festival de música en la ciudad en la que él había nacido y había sido alcalde muchos años. Hasta que la insistencia de Antonio de las Heras hizo que el nuevo director general de Bellas Artes pensara seriamente en esa posibilidad. A tomar por saco los problemas de conciencia. Por dinero que no sea, dijo. “Llevo pensando en el Festival de Granada noche tras noche. Vaya... y arrégleselas. Vea a un muchacho muy simpático, Manolo Sola, que será para usted una gran ayuda. Veamos qué puede hacerse entre todos", le dijo Gallego Burín a Antonio de las Heras, según cuenta Fernández-Cid en el libro sobre los comienzos de certamen. El ex alcalde de Granada se encarga entonces de mover los hilos y buscar dinero hasta debajo de las piedras. Y, a prisa y corriendo, en junio de 1952 se celebra el I Festival de Música y Danza (lo de Internacional vendría después) bajo los auspicios del Ministerio de Asuntos Exteriores, el de Cultura y el de Información y Turismo de España. Luego vendrían los problemas, pero el certamen ya había nacido. Ese año el ABC titula en su página de hueco grabado: “Granada, el nuevo Salzburgo español”.
En los diez primeros años hay muchos problemas, casi todos relacionados con los presupuestos o el divismo de algunos de los participantes. A los dos o tres años de crearse el Festival hay una inversión importante en el Generalife para crear una infraestructura para las actuaciones. Pues va el bailarín Antonio y dice que aquello no le sirve, que su espectáculo no se podía dar en un espacio tan pequeño. El periodista Julio Moreno Dávila aquel año le dio un zasca en toda regla. Escribió: “Tal vez, en caso de que Antonio hubiese sido director de las obras, él hubiera derribado el Generalife y talado sus cipreses y allanado la colina para conseguir un escenario inmenso, campeón de escenarios gigantes”. Y si unos se pasaban de divos otros se pasaban de modestos. La bailarina Margot Fonteyn, teniendo en cuenta los problemas económicos del festival, estuvo viniendo varios años sin cobrar. “Quiero siempre volver a Granada solo porque es el sitio más maravilloso para bailar”, le escribió al alcalde Manuel Sola.
Mal comienzo
En su libro sobre el festival, José Luis Kastiyo dice que los primeros años del acontecimiento fueron desastrosos en materia económica. Si bien la crítica alababa la música y los espacios –no había crítico que no pusiera en sus crónicas lo del famoso ‘marco incomparable’- la respuesta del público no podía calificarse de animosa. Y es que todas las autoridades de la ciudad, personal con puestos importantes y gerifaltes de los ministerios –que eran legión- entraban de gañote. Y con sus respectivas esposas. Ellos luciendo el frac y ellas los vestidos de noche con sus estolas de visón. De ahí que el festival enseguida fuera tachado de elitista. A la capital granadina también se desplazaban (a gastos pagados) todos los críticos de música de los más importantes medios de comunicación a nivel nacional. Visto lo visto, cundió la idea de que el festival en sí no estaba creado para las capas populares de la sociedad granadina, sino para unos privilegiados que consideraban el certamen un signo de distinción, cuando no un despilfarro inútil. Además, casi todos los años eran los mismos artistas los que actuaban: el bailarín Antonio, el arpista Nicanor Zabaleta, el guitarrista Andrés Segovia y la cantante Victoria de los Ángeles. Y la Orquesta Nacional de España, que estaba casi obligada.
En 1961 muere Gallego Burín y muchos creen que el certamen iba a desaparecer con él. Pero no fue así, ya estaba lo suficientemente anclado en la agenda de los acontecimientos musicales del año. Es más, con el tiempo adquiere el calificativo de Internacional. En 1970 se crean los Cursos Manuel de Falla para que estudiantes de música pudieran aprender de los que venían a actuar.

En los primeros años de la década de los 80, tuvo mucho que ver en el desarrollo del festival Antonio Gallego Morell, que apostó por el certamen que había creado su padre. Faltaría más. Gallego Morell, además de comisario del certamen, era presidente del Patronato de la Alhambra y rector de la Universidad. Aunque quién realmente llevaba a cabo la programación y la organización era el Ministerio de Cultura. José Luis Entrala, por entonces responsable de la Oficina de Turismo, escribe en su anecdotario sobre Granada que “prácticamente todo se hacía desde Madrid. Incluso desde la capital de España venían parte de los trabajadores del festival como acomodadores, porteros o vigilantes”. La cosa cambia cuando se consigue la autonomía andaluza. Desaparece la figura del comisario del festival y se cambia por la del director del festival. El primero fue Antonio Martín Moreno. Se crea un nuevo patronato en el que entrarían personalidades de las tres administraciones: central, autonómica y local. Para entonces ya habían pasado por el festival la Filarmónica de Berlín con su director Herbert von Karajan, la Orquesta de París dirigida por Daniel Barenboim o el pianista Yehudi Menuhin, por poner tres nombres que están en el parnaso de los dioses. Granada comienza a ser para los músicos una plaza a conquistar. El festival dentro de poco cumplirá 75 años. “Consolidado en el tiempo, renovado en su estructura, sólido en lo económico, el Festival de Granada encara sin preocupaciones un futuro que será preciso resumir al menos dentro de otros 75 años”, que hubiera escrito José Luis Kastiyo.
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