Covid-19

La fiesta de Granada en noches de coronavirus

  • Las zonas de marcha habituales presentan una imagen completamente desconocida, sobre todo en fin de semana

Tres semanas de confinamiento, de ejércitos de barrenderos, desinfectantes y máquinas limpiadoras y nada, la roña incrustada en las aceras de Pedro Antonio de Alarcón sigue siendo la misma. Al menos no quedan restos de pipas en la puerta de La Marisma, lo que pellizca el corazón y explica que esto no es normal, y menos a las once y media de un viernes previo a la Semana Santa.

La que es la calle donde todas las generaciones de granadinos descubrieron la noche, a vivirla y a temerla por partes iguales, se ha convertido en una bonita avenida residencial, cubierta de árboles frondosos, con aparcamientos de sobra, luces atenuadas y hasta apagadas, y con el sonido de las televisiones y las conversaciones escuchándose por encima de un silencio que no se conoce por estos pagos. Va a costar que los vecinos de Pedro Antonio vuelvan a acostumbrarse a las madrugadas de fiesta tras conocer los beneficios de vivir en el silencio.

Por no oler, ni huele a shawarma. Parte el corazón ver con la persiana echada el Ugarit, local veterano donde los haya, aunque para solera el Frankfurt's Bocanegra, que más de una noche de descontrol ha salvado a tiempo con un San Francisco o una Pikanwurst en estómago perjudicado. En el mítico local l-a reja deja entrever el interior, donde una fantasmagórica luz verde de emergencia alumbra tan sólo a los taburetes vacíos.

El edificio Aliatar, cerrado a cal y canto este fin de semana El edificio Aliatar, cerrado a cal y canto este fin de semana

El edificio Aliatar, cerrado a cal y canto este fin de semana / J. J. Medina

Sí se respira olor a pizza. Cerca de Plaza Einstein perviven a este confinamiento por coronavirus dos negocios de comida rápida, uno de kebab y otro italiano, que no dejan de recibir a repartidores de forma continua. Ninguno puede entrar en los locales: aparcan la moto delante y esperan a que el cocinero les dé el pedido. El aroma de la masa cociéndose y el queso fundiéndose embriaga, pero el tintineo de una bicicleta despierta del letargo: uno puede pasarse cinco minutos en mitad de la calzada en Einstein y ni darse cuenta.

No hay música, ni motores acelerando. En los locales ni siquiera se han puesto mensajes de cierre o de ánimo. En las zonas de fiesta de Granada es donde se hace más visible la realidad del estado de alarma, del miedo al coronavirus, y de la responsabilidad de no salir. Tampoco es cuestión de arriesgarse. Además de repartidores, a medianoche sólo se ven camiones de basura (de todos los tipos: residuos orgánicos, cristal, barredoras), y coches patrulla. Si incluso se están varios minutos parado en un mismo punto se puede saber hasta su itinerario.

Camino de la zona de moda para la marcha, por Ganivet, a las luces hacia el cielo del edificio Aliatar les falta el sonido de los motores de los vehículos que esperan el verde del semáforo del Hotel Victoria. Chapado a cal y canto. En el techo parpadean las luces todavía del histórico cartelón Cinema Aliatar, que cada vez funcionan peor, y que valdrían para el plano de cualquier película apocalíptica. Si se le suma que lo único que se oía era el arco de seguridad de Massimo Dutti saltando como si alguien estuviera robando, el guión de esta noche era digno de Shyamalan.

Una casa iluminada y el cartel de una chupitería de Pedro Antonio de Alarcón con la persiana bajada Una casa iluminada y el cartel de una chupitería de Pedro Antonio de Alarcón con la persiana bajada

Una casa iluminada y el cartel de una chupitería de Pedro Antonio de Alarcón con la persiana bajada / J. J. Medina

En Ganivet se paró el tiempo cuando se suspendió esta Semana Santa. Ni palcos de la carrera oficial ni las jardineras que la decoran el resto del año. Todo diáfano. En esta calle es habitual escuchar el rumor de la muchedumbre desde lejos, sobre todo la que se concentra en la calle Moras. La Perra Gorda, el Sarao o el Backstage normalmente estarían a rebosar en estas noches de cielos despejados, camisas ceñidas, vestidos cortos que anuncian primavera, y fragancia de azahar mezclado con incienso. Pasa un taxi y de nuevo se queda el paseante consigo mismo, el traqueteo de la cámara de fotos en la bolsa, y los dígitos de los mupis cambiando la hora por la temperatura.

En la Mae West al menos les dio tiempo a dejar un mensaje de ánimo. "Ahora es el momento de cuidar, apoyar, creer, amar, reír, luchar, soñar, confiar. Es el momento de ser solidarios. Pronto volveremos a bailar juntos", repite una y otra vez sin descanso la pantalla a la que nadie hace caso porque está encima del ascensor, donde se suben los 'privilegiados'. Casi esquinado, una luz tenue alumbra el logo de la discoteca quizás más famosa de España. Las escaleras se van oscureciendo a medida que se sube por ellas. El foco que alumbra la estatuilla ni está encendido. No son ni la una. Las estrellas siguen Alhambrando en la noche de Graná, pero a nadie al pasar.

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