Leopoldo Torres Balbás, el arquitecto denostado que aún espera justicia

Está considerado el mejor restaurador de la Alhambra, además de rescatar varios edificios históricos que estaban en ruina

En noviembre se cumplen 65 años de su muerte, que acaeció al ser atropellado por una motocicleta

El Bañuelo, los baños árabes que sobrevivieron al expolio y a la ruina total

Torres Balbás en una imagen de archivo. / GH

Digámoslo cuanto antes: Granada se portó muy mal con Leopoldo Torres Balbás, un arquitecto que está en el ADN de la ciudad porque fue el hombre que salvó la Alhambra y recuperó varios edificios centenarios que habían sido pasto de la desidia y la ruina e iban también hacerlo de la picota. Sin él muchos de los monumentos que están siendo visitados diariamente por miles de turistas, simplemente no existirían. Sin embargo, fuera porque se divorció de la granadina con la que se casó en un tiempo en el que los matrimonios eran para siempre, fuera porque su ideología liberal no fue aceptada por la sociedad de entonces o fuera porque algunas de sus actuaciones restauradoras (como la de la Fuente de los Leones) no fue comprendida por la supuesta intelectualidad del momento, el caso es que en muchos estamentos oficiales se originó una inquina hacia el arquitecto que no era normal. Se tuvo que ir de Granada y desde allí le escribió a un amigo diciéndole que comprendía que a mucha gente no le gustara alguna de sus actuaciones, “pero creí tener algún derecho a que los granadinos me tratasen con más consideración teniendo en cuenta que durante varios años he estado plenamente entregado a la conservación de los monumentos de esa ciudad”.

Cuando Leopoldo Torres Balbás, madrileño de nacimiento, llega a Granada en abril de 1923 como arquitecto conservador de la Alhambra, ya tenía a parte de la ciudad en contra. Entre otras cosas porque venía a sustituir a Modesto Cendoya, al que le sentó muy mal su destitución y había creado una corriente de opinión contraria al recién nombrado. Pero el madrileño venía con mucha ilusión y enseguida se puso a restaurar todo aquello que había que recuperar. La Alhambra estaba en aquella época hecha unos zorros. Malos gobernantes insensibles a la belleza, nefastos restauradores que habían pervertido el espíritu del monumento y expoliadores clandestinos que se habían llevado valiosas piezas arquitectónicas, habían convertido a la Alhambra en un edificio sin el valor que debía tener, sobre todo porque ya había sido declarado Monumento Nacional y nadie parecía entenderlo. Pasado el tiempo y ya con la objetividad que requiere el distanciamiento, todos los investigadores del patrimonio concuerdan en señalar que fue Leopoldo Torres Balbás el que salvó el monumento, el padre de la Alhambra moderna, el que restituyó la fidelidad histórica y eliminó toda la floritura ficticia que habían realizado otros restauradores que le precedieron. Estuvo como arquitecto restaurador desde 1923 hasta 1936. Vivió en ese tiempo en la llamada Casa del Arquitecto, que él mismo restauró y que estaba junto a la Puerta del Vino. Se casó a los 35 años con la granadina Josefa Márquez Yanguas, que era 15 años más joven que él. Tuvieron un hijo. Dicen los cronistas del corazón de aquella época (que también los había, aunque camuflados) que el matrimonio no cuajó porque a él le gustaba el silencio y el estudio y ella, muy joven y de familia adinerada, había convertido su vivienda en un lugar donde todas las tardes había tertulias, fiestas y recepciones. “Quizás esta vida mundana no concordaba mucho con la austeridad y un cierto retraimiento que siempre había manifestado en su carácter el arquitecto”, dice su biógrafo Alfonso Muñoz. Fue ella la que al final pidió el divorcio. El aceptó, pero exigió quedarse con el hijo de ambos. El divorcio se produjo en 1931 y, como curiosidad, fue el primero que se concedió en España tras la instauración de la II República. Después los dos rehacieron sus vidas.

Tras ser destituido de su puesto de arquitecto conservador de la Alhambra en 1936, al comenzar la Guerra, se va a vivir a Madrid. En su diario, al hacer un balance de su estancia en Granada, escribe lo siguiente: “Cuando llegué me encontré importantísimas partes de la Alhambra en ruina, toda ella llena de hoyos y agujeros, apenas sin jardines y viniendo a menos el arbolado. Dejo la Alhambra completamente consolidada, aumentada su superficie con 12 fincas adquiridas en estos años, una porción de jardines nuevos que antes no existían y una oficina bien montada y organizada”. Torres Balbás sabía que la Alhambra existe gracias al agua. Sus estudios sobre cuestiones hidráulicas han quedado para la posteridad, con la recuperación de las acequias y canales con los que devolvió la circulación histórica del agua al monumento.

También es cierto que muchas de sus actuaciones no gustaron a la llamada crema de la sociedad granadina. Sobre todo, el cambio del templete del Patio de los Leones y su participación en la eliminación del trascoro de la Catedral de Granada, que originaron sendas polémicas y tras las cuales muchos granadinos le echaron la cruz.

Más que la Alhambra

De todas maneras, el balance no dejar de ser muy positivo. En el tiempo que pasó en Granada, Torres Balbás no solo recuperó la Alhambra, sino otros edificios emblemáticos en la ciudad como la Casa del Chapiz, el Corral del Carbón, los baños de El Bañuelo, la Casa de los Girones, la iglesia de San Juan de los Reyes o el Palacio de Dar Al Horra. También intervino en la recuperación de varios monumentos de la provincia.

Fue acusado de pertenecer a la masonería y declarado “afecto al régimen de izquierdas”, por lo que fue depurado, tras la Guerra civil, como catedrático de la Escuela Superior de Arquitectura. “Su talante liberal, su sólida formación académica y su vocación profesional no atendían a militancias políticas, pero ello no impidió que acabara sus días vetado para desempeñar cualquiera labor oficial”, dice el investigador Manuel Mateo Pérez.

A Leopoldo Torres Balbás le pilló el inicio de la Guerra en Soria, cuando hacía una excursión con sus alumnos. Fue su ex mujer la que le advirtió que no pisara Granada porque si lo hacía sería fusilado, como lo había sido su amigo Federico García Lorca. Murió, casi olvidado, en noviembre de 1960 (hace 65 años) por las heridas sufridas por una motocicleta que lo atropelló en Madrid. A su entierro no fueron más de veinte personas. Los periódicos granadinos de entonces apenas le dedicaron unas líneas. “Pero la obra que yo hice en Granada no podrá borrarse fácilmente y estoy seguro de que en el porvenir se me hará justicia”, dice en su diario. Y en eso estamos, esperando la justicia para Leopoldo Torres Balbás.

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