Granada

El miedo como forma de vida

La mujer llega a España embarazada y con su hija, huyendo de la violencia que su cónyuge ejercía sobre ella. En su país las cosas no estaban a su favor ya que su agresor era una persona reconocida socialmente y con un estatus bastante alto. Este hombre había tenido denuncias anteriores por agresiones graves a una de sus mujeres, incluso intento de feminicidio, y siempre salía impune. Un día, ella coge las maletas y, sin mirar atrás, cruza el Mediterráneo. Llega al norte de España donde da a luz a sus dos mellizosy durante toda su estancia en dicha zona pasa por todo un largo camino para inscribir a sus hijos que, finalmente, consigue hacerlo sin el reconocimiento del padre. Tras una temporada allí decide venir al sur, donde se instala con sus tres pequeños pero tanto ella como sus tres hijos se encuentran en situación administrativa irregular. Su situación se va complicando y tiene que esperar tres años para poder tramitar su documentación por arraigo, debido a que la protección internacional queda fuera de su alcance, y la legislación de su país, al ser muy diferente a la nuestra, es complicado tener documentos que lo incriminen directamente. Esto conlleva que no pueda acceder a los recursos como víctima de violencia de género, ya que nadie la considera como tal y no existe denuncia en el territorio español. Aquí, en el sur, comienza su interminable odisea: sin documentación, con pocas posibilidades de acceso al mercado laboral ya que tiene dos bebés que no pueden acceder a una atención socieducativa gratuita de 0-3 años, con una pequeña que ha sido víctima de la violencia ejercida por su padre hacia su madre y en un país completamente nuevo.

Consigue su documentación y sobrevive con el apoyo de servicios sociales. Además, consigue documentar a los dos pequeños, pero la mayor, reconocida por el padre, sigue sin poder documentarse. Presenta la demanda de divorcio en su consulado a la vez que él la denuncia por impedirle ver a sus hijos ya que en su país sí los tienen reconocidos a todos. Todo esto provoca que se tenga que presenciar, que la citen una y otra vez en el consulado y en su país y, lo más trágico de todo, que viva con el atroz temor de pensar que se queda sin sus pequeños. Finalmente la justicia de su país le da la custodia al padre, y le facilita un visado de 4 años para que pueda venir a España. A día de hoy le tiemblan las piernas cada día al despertar, al abrir la puerta, al pensar que puede estar al otro lado de la calle y solo le queda esperar a que la agreda, o la mate. Entonces engrosará la larga lista de mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas.

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