El monasterio de Cartuja: la locura del barroco
El ADN de Granada
Su construcción tardó casi tres siglos y alberga una valiosa colección de arte religioso que incluye pinturas, esculturas y objetos litúrgicos
Varias veces se han hecho en él obras de restauración y conservación para preservar su esplendor original
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El monasterio de la Cartuja o de la Asunción tiene tanta historia por contar, tanto misterio por descubrir y tanto arte que admirar, que a veces sorprende comprobar que este edificio que forma parte del ADN de Granada desde hace siglos siga siendo tan desconocido, incluso para los propios granadinos. Un vecino de la ciudad de la Alhambra no puede dormir tranquilo si aún no ha ido al monasterio de Cartuja y ha visto su sacristía barroca (“la más bonita del mundo”, dijo un crítico) o su refectorio lleno de pinturas de monjes con cogullas. Pero bueno, ese desinterés del granadino por lo suyo también forma parte de su ADN.
Por lo pronto, el monasterio es un edificio que se deja engañar: el exterior nunca predice lo que hay en su interior. Como esos trampantojos que existen en sus salas creados para engañar el ojo, creando ilusiones ópticas con pinturas que imitan elementos arquitectónicos y decorativos: ese cuadro de la Santa Cena en donde hay ventanas pintadas que parecen reales, esos personajes de los cuadros que te miran te pongas donde te pongas o esas columnas que parecen de mármol y que son de yeso. En esa misma sala, en la del refrectorio, hay una cruz pintada en la pared con un volumen inexistente que parece tan real que una paloma estuvo revoloteando a su alrededor durante varios minutos con la intención de posarse en ella. Al final cayó rendida al suelo.
Pero empecemos con contar su historia. Estaba ya muy achacoso don Gonzalo Férnandez de Córdoba, alías el Gran Capitán cuando recibe la visita del padre Juan de Padilla, un mandamás de la Orden de Cartuja. Éste le pide que le done unos terrenos para construir una nueva casa para religiosos cartujos. El Gran Capitán, convertido en duque de Sesa y que vivía su senectud en Granada, era muy devoto de la Virgen de orden cartujana y le dice al cartujo que sí, que no solo le dará los terrenos, sino que ayudará económica a construirla. El exsoldado le dona un enorme espacio donde estás las huertas de Aynadamar, que eran el lugar de veraneo de los moros ricos. Pensaba que aquel lugar podría al final albergar sus restos cuando muriera. Todo estaba ya listo. Iban a comenzar las obras –estamos hablando de 1514– cuando el padre Padilla es sustituido en sus funciones por un tal fray Alonso de Ledesma, que dice que no, que no le gusta ese terreno donado por al Gran Capitán, por lo que decide cambiar el emplazamiento. Fray Alonso de Ledesma es el que se encarga de hacer los planos en el emplazamiento que él había elegido, que es el actual. El Gran Capitán pilla un cabreo de tres pares de narices y manda a tomar por saco a los cartujos. “Si ellos mudan de sitio, yo no estoy obligado a guardar mi propósito”, dejó escrito. El que fuera un gran soldado de los Reyes Católicos moriría un año después y sus restos irían a parar al convento de San Francisco primero y después al monasterio de San Jerónimo.
Casi tres siglos de obra
El no tener el apoyo económico del Gran Capitán hizo que el monasterio tardara casi tres siglos en construirse. Ahí es ná. Pero bueno, si alguien tiene paciencia son los cartujos, una de las órdenes que nunca ha necesitado una reforma porque mantienen los principios de su creador San Bruno: sencillez, pobreza, silencio, oración y ayuno. En España quedan alrededor de ochenta monjes cartujos (también unas diez monjas de la orden) y en Granada no hay desde 1835 en que fueron expulsados con la desamortización de Mendizábal. En 1842 fue destruido su claustro y las celdas de los monjes y en 1843 la casa prioral quedo hecha unos zorros. Debido a que su construcción duró casi tres siglos, los estilos arquitectónicos se suceden con el devenir del tiempo: gótico tardío, renacimiento, plateresco, neoclásico, barroco… El que vivieran entre sus muros dos importantes pintores de la época como Sánchez Cotán y Vicente Carducho, ha permitido que en este recinto se encuentren varias obras maestras de la pintura religiosa. Sánchez Cotán era lego, o sea, que no era sacerdote y se encargaban de las labores manuales con el fin de permitir la plena vida contemplativa de los demás monjes. Tenía mucho tiempo para dedicarlo a la pintura. Cotán era de Toledo y era ya un famoso pintor cuando entró en el monasterio granadino. Además de ser un experto en arte religioso, sus bodegones son tan realistas que abren las ganas de comer. En cuanto a Vicente Carducho, había nacido en Florencia y era un pintor muy reconocido en la Corte de Felipe II. Tuvo una rivalidad con Velázquez (decía que el pintor sevillano solo sabía pintar cabezas) a cuenta de un concurso entre los pintores de cámara que convocó el propio monarca. Se trataba de ver quien pintaba mejor un cuadro sobre la expulsión de los moriscos. Participaron seis. Ganó Velázquez, pero Carducho siempre sostuvo que el premio estaba amañado. En fin. Lo que si es cierto es que Carducho es el pintor en toda la historia del arte que más cogullas ha pintado.
El monasterio de La Cartuja, como es lógico, ha sido objeto a lo largo del tiempo de varios cambios y transformaciones. Varias veces se han hecho en él obras de restauración y conservación para preservar su esplendor original. Del viejo monasterio solo se conserva el llamado Claustrillo, un patio construido en el siglo XVII. Hubo un claustro grande en torno al cual se ordenaban las celdas de los monjes. Era de enormes dimensiones y tenía 76 arcos. “El patio estaba poblado de palmeras, sacudes, cipreses y arrayanes, entre los cuales estaban las tumbas de los monjes. Cada celda poseía una pequeña huerta”, dice el estudioso Francisco López. Como hemos dicho antes, el claustro quedó hecho un solar en 1842.
Una dependencia curiosa es el refectorio, donde hay muchos cuadros de cartujos. Por cierto, como un cartujo, sin palabras, se puede quedar el visitante cuando entra en la sacristía. Cuentan que hace años una señora que cuidaba del monasterio cerraba la puerta y cuando estaban todos los visitantes esperando para entrar, la abría de pronto para que todos lanzaran ese ¡oooohhhh! prolongado que provoca la admiración y el pasmo. Es realmente espectacular. En cuanto a la iglesia, está dividida en tres tamos y en todos ellos resalta la decoración a base de cuadros religiosos, marcos de hojarasca, coros con sillería de madera, elementos de yesería y hornacinas con santos.
Paco Izquierdo en su Guía secreta de Granada dice que el monasterio es una auténtica “locura del barroco” y un “huracán artístico”. El sagrario, junto a la basílica de San Juan de Dios y el Camarín de la Virgen de Rosario que hay en Santo Domingo, es el culmen del barroco granadino. Fue levantado entre 1704 y en él, su constructor, Francisco Hurtado de Izquierdo, echa el resto para mezclar con una sensibilidad exquisita la arquitectura, la pintura y la escultura.
Ah, también el monasterio tiene una escalera de caracol impresionante. Si se sube por ella se puede ver una panorámica de Granada. Lo dicho: si aún si usted, querido lector, no ha ido a verlo porque le pilla lejos o por simple pereza, siempre está a tiempo. No suele haber problema para aparcar. Y si no quiere llevar coche, son varios los autobuses que pasan por allí. Y cuesta siete euros, lo que un par de cervezas. No hay excusa.
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