Cuando las montañas andan

Historias de Granada

El pueblo de Olivares estuvo a punto de ser sepultado por una enorme lengua de tierra hace 35 años

El 2021 lo recordaremos como el segundo año de la pandemia, el de los terremotos o el del volcán de Palma

El cauce del rio Velillos estuvo a punto de ser sepultado.

Recordamos los años no por la fecha que les ha asignado el calendario, sino por algo que pasó en un año determinado que merece ser recordado. En Granada muchas personas que nos hemos convertido en población de riesgo no nos acordamos de 1951 como tal, sino porque fue el año que reventó el Darro. Los primeros años después de la guerra fueron 'los años del hambre' y en Granada le llaman 'el año de la naíca' a aquel año del pasado siglo en que Granada comenzó sin arzobispo, sin corregidor, sin presidente de la Chancillería y sin pan. Es decir, sin, sin naíca de ná.

Los años se recuerdan por catástrofes sucedidas, por eventos importantes, por episodios personales o incluso por anécdotas. Paco Izquierdo contaba en uno de sus escritos que se acordaba muy bien del año 1955 porque fue el que Pepico Follarranas, harto de vivir, se tiró por el pretil del Tambor de San Cristóbal y cayó en el pozo ciego de Caraculo, de donde lo sacaron emborrizado en mierda y sin el menor rasguño.

Posiblemente este año de 2021 lo recordemos por el 'año del miedo' porque encima de estar en plena pandemia, en el primer mes del año hubo hasta mil terremotos y una bola de fuego cruzó el cielo de Granada en plan inicio del apocalipsis.

Granadinos durmiendo al raso durante los terremotos de 1979.

Lo de la pandemia hizo que miles de personas ni siquiera pisaran la calle por temor a coger el dichoso virus. Los temblores de tierra, sin embargo, nos sacaron de nuestras casas y hay que quién después de aquellos tres terremotos seguidos que sobrepasaron los cuatro grados durmió debajo la cama y con el casco de la moto puesto. En cuanto a la bola de fuego dicen los científicos que era un asteroide, pero los antiguos creían que aquellas señales lo que anunciaban era una catástrofe. Así que tal vez 2021 sea recordado por 'el año del miedo' o 'el año que vivimos con el dodotis puesto'.

Y… ¡cómo no! También lo recordaremos como el año del volcán de La Palma. Un volcán que lleva en activo más de dos meses y que ha provocado que muchos palmeros abandonaran sus casas por temor a ser sepultados por la lava. Como les pasó a los vecinos de Olivares cuando tuvieron que irse de sus viviendas en abril de 1986 por temor a ser tragados por la montaña. Y de eso va esta historia.

Una voz alarmada

Seguro que los vecinos con más edad de Olivares se acordaron, al ver a los palmeros desalojar sus viviendas por culpa del volcán, del día en que ellos tuvieron que abandonar las suyas. De aquella vez en que se movió la montaña y estuvo a punto de tragarse el pueblo. Yo también lo recordaré siempre porque lo viví de cerca y fui el encargado de difundir la noticia a nivel nacional a través de la agencia Colpisa, de la que era el corresponsal en Granada.

Aquella tarde había llegado muy pronto a la Redacción. Era un día de abril de 1986 que se había presentado soleado después de varios días de lluvia continuada. En la Redacción estaba solo Ramón Ramos, que había ido temprano porque quería adelantar un trabajo. De pronto sonó el teléfono.

Vecinos de Olivares desalojando sus casas.

–Cardo, no lo cojas, a ver si va a ser una noticia –dijo Ramón con su habitual retranca.

Ramón me llamaba y aún me llama Cardo. No le hice caso y lo cogí. Lo que oí de la mujer que hablaba al otro lado de la línea supuso lo que, efectivamente, iba a ser una noticia que ocuparía muchas hojas de periódico y muchas horas de radio.

–¿Es usted periodista? –preguntó la mujer.

Le dije que sí y ella, a continuación, con voz un tanto alarmada y casi atropelladamente, dijo:

–Pues vengan ustedes corriendo que la tierra se está comiendo a las casas.

–¿Cómo dice?

–El monte, que se nos echa encima.

–A ver, tranquilícese señora. ¿Desde dónde me llama?

–Desde Olivares.

–¿Y qué pasa en Olivares?

–Pues que la tierra está andando y va a tapar toas nuestras casas.

Si les digo la verdad, en un momento creí que se trataba de una mujer que no estaba bien de la cabeza. Una de esas personas que no tiene nada mejor que hacer que llamar a un periódico para comunicar algo que solo pasa en su mente: una loca.

La mujer, en un andaluz cerrado me explicó que había un deslizamiento de tierra que hacía peligrar las viviendas de Olivares. Si todo aquello era verdad, aquella mujer me estaba dando una gran exclusiva.

Le dije que, de acuerdo, que iríamos para allí para hacer una noticia con la situación. Llamé a Molero, uno de los fotógrafos, y pregunté a Ramón dónde estaba Olivares.

–Cerca de Moclín. A unos treinta kilómetros de aquí. ¿Qué pasa allí?

–Que una mujer dice que una montaña se les echa encima.

–Pues debes ir. Si es mentira te das el viaje en balde, pero si es verdad, tienes un notición.

Cuando llegó González Molero nos fuimos en mi dos caballos de segunda mano, el coche que por entonces podía permitirme.

Olivares es una localidad perteneciente al municipio de Moclín y se entra en él cruzando el puente sobre el río Velillos. El que le puso el nombre al pueblo no debió esforzarse mucho porque el núcleo está rodeado de olivares.

–Aquí hacen un choto estupendo –me dice Molero al cruzar el puente.

Casi una veintena de personas estaban junto a la ladera de la montaña. Cuando le dijimos que éramos periodistas, enseguida se encargaron de contarnos lo que estaba pasando.

Resulta que una enorme lengua de tierra provocada por las lluvias de los últimos días avanzaba hacia la población y hacía peligrar sus viviendas. La lengua había hecho desplazarse árboles y pequeñas construcciones varios metros y continuaba su avance hacia la zona habitada. Los vecinos se encontraban inquietos porque nadie había visto nada parecido. Yo tampoco lo había visto. Algunos árboles estaban casi en el suelo y el deslizamiento había hecho que se desplazaran algunas viviendas.

–¿Ve aquella casa? Pues ayer no estaba ahí. Estaba más arriba –me decía un olivareño señalando una construcción pequeña cuyas paredes estaban ladeadas.

Les pregunté a los aldeanos si habían llamado a las autoridades pertinentes para explicarles lo que estaba pasando y me dijeron que sí, pero que hasta ese momento nadie había ido allí a verlo. Era la lentitud de la Administración o quizás el funcionario a quien le había explicado el suceso no se lo había creído. Cualquiera sabe.

Estuve varias horas hablando con gente y montando la historia. A las diez de la noche, al regresar al periódico, llamé directamente al gobernador para saber su opinión sobre lo que estaba pasando.

–Pues no tengo ni idea de lo que está pasando en Olivares –me dijo el gobernador, por entonces José Guirao, un hombre amable y atento que solía atender personalmente a los periodistas.

La falta de versión oficial no impidió que la noticia ocupara al día siguiente la portada y las dos o tres primeras páginas del periódico. Fue lo que se dice una exclusiva en toda regla porque hasta la propia Administración se enteró de lo que pasaba en Olivares gracias a mi crónica. A partir de ahí casi toda España supo donde se encontraba Olivares. Las televisiones desplazaron a sus enviados especiales y hasta las revistas extranjeras mandaron a sus corresponsables para saber lo que estaba sucediendo en este pueblecito granadino.

Noticia destacada en los telediarios

Durante muchos días la noticia fue en un lugar destacado de los noticiarios porque el deslizamiento no se paraba y hasta el Ejército estudió la posibilidad de volar, por explosión controlada, varias viviendas ya desalojadas y a punto de ser arrasadas por el aluvión. La lengua de tierra llegó a alcanzar los dos kilómetros y movía unos 15 millones de metros cúbicos de material.

Vista de Olivares y su montaña.

Multitud de curiosos se desplazaron hasta Olivares para contemplar tan extraordinario fenómeno geológico. A los aldeanos se les ofreció la oportunidad de trasladarse a unas viviendas prefabricadas, pero ellos se negaban a abandonar las suyas. Los vecinos explicaban a las televisiones que había dedicado mucho esfuerzo y dinero a hacer sus casas y que no se iban a ir de ellas. Yo creo que fueron entrevistados los casi mil habitantes que tenía Olivares. De alguna forma la catástrofe se convirtió en una especie de espectáculo en el que no faltaba el morbo y la tragedia. Máquinas excavadoras y multitud de camiones movieron la tierra desplazada para evitar que se tapara el cauce del río Velillos. Intervino el Ejército para tratar de elevar dos pasarelas para restablecer el suministro de energía eléctrica y la Diputación propuso declarar Olivares como zona catastrófica.

También comenzó a convertirse Olivares en un tema con el que los políticos podían pescar votos. Las elecciones autonómicas estaban a la vuelta de la esquina (se celebraban en junio) y los candidatos hacían ostensible su presencia ocupando los objetivos de los fotógrafos. Vino a Olivares el presidente de la Junta de Andalucía, José Rodríguez de la Borbolla a explicar que se estaban tomando las medidas necesarias para paliar la amenaza y se comprometió a no escatimar esfuerzos para que "nadie pudiera resultar dañado en sus haberes y en su condición de vida", fueron sus palabras exactas. No hubo candidato que no pasara por el anejo en aquellos días con su fotógrafo incorporado. Mientras tanto, la inquietud de los vecinos crecía.

Por lo pronto fueron desalojadas 300 casas. Una de las primeras soluciones propuestas fue la instalación de un mecanismo de bombeo a presión para sacar con mayor rapidez el agua que se estaba embalsando en la parte alta del deslizamiento. Este drenaje, según los técnicos, impediría el deslizamiento o al menos haría que su velocidad disminuyera, ya que el agua acumulada a lo largo de la ladera hacía de lubricante y facilitaba el descenso. Se preparó un plan de evacuación total e incluso se proyectó cambiar el asentamiento del pueblo en un terreno más firme.

El río Velillos a su paso por Moclín.

Mientras tanto, los vecinos miraban todos los días al cielo y le rezaban a su patrón, San Antonio de Padua, para que no lloviera y la situación se pudiera agravar. Se instalaron en los alrededores casas prefabricadas para los vecinos que habían sido desalojados de sus viviendas. Setenta de ellas fueron declaradas en ruinas y los políticos prometieron inversiones para reconstruirlas de manera estable. Poco a poco la lengua se fue paralizando, aunque no el malestar de algunos vecinos. El alcalde de Moclín, municipio al que pertenece Olivares, llegó a tachar de 'chabolas' las casas prefabricadas en las que habían sido instaladas las familias desalojadas. También los dueños de los terrenos donde habían sido aposentadas las casas prefabricadas protestaron por la desforestación que se había causado en sus propiedades y por la expropiación forzosa a la que habían sido sometidos.

A las tres semanas aproximadamente la lengua de tierra se paró. Muchos vecinos que habían sido evacuados volvieron a sus casas y la prensa poco a poco fue olvidándose de lo que había sucedido en Olivares. Los políticos, pasadas las elecciones, ya no volvieron a ir por el pueblo. Hasta hoy. Ahora, cada vez que llueve mucho en Olivares, la gente que vivió aquella pesadilla mira a la montaña por si vuelve a andar otra vez. Los que no vivieron aquello, ni siquiera quieren saber lo que pasó.

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