Historias de Granada
  • Cada cierto tiempo la provincia granadina asume su papel de ser la zona en donde más terremotos se dan de toda España

Cuando el señor Richter se instala en Granada

Sismógrafos del Instituto Andaluz de Geofísica y Prevención de Desastres Sísmicos. Sismógrafos del Instituto Andaluz de Geofísica y Prevención de Desastres Sísmicos.

Sismógrafos del Instituto Andaluz de Geofísica y Prevención de Desastres Sísmicos. / Photographerssports

Hay cálculos que dicen que 14 millones de españoles viven en áreas de riesgo alto y muy alto de terremotos. Usted (si vive en la provincia de Granada) y yo somos dos de ellos. Deberíamos estar acostumbrados, pero yo creo que a que se mueva el suelo bajo nuestros pies nunca nos acostumbraremos. No sé usted, pero yo tuve mi primera ración de terremotos made in Granada en 1984, cuando llevaba un par de años residiendo en la ciudad de la Alhambra. Vivía por entonces en un bloque de pisos de la calle Sancho Panza, en la décima planta. Cuando temblaba la tierra yo temblaba a la vez, pero de miedo. En aquel tiempo juré que nunca volvería a vivir tan alto. A los dos meses o así me mudé a un primer piso de un bloque de la Avenida de Dílar. Se estaba dando por entonces lo que hoy se llama un enjambre de terremotos que nos tenía a la población atemorizados, a pesar de que los expertos nos decían que no había que temer demasiado porque la tierra así estaba liberando energía. Y que era preferible muchos terremotos chicos que uno grande. Ya, pero… ¿y si los chicos son el preludio de uno grande?

De aquella temporada sísmica recuerdo una noche en que tres parejas salimos a cenar y tomar una copa para celebrar algo. Transcurría el mes de junio. Estando en el primer plato sucedió un temblor de tierra tremendo que hizo mover la mesa. Me asusté mucho e instintivamente cogí la mano que tenía más cerca. No era la de mi mujer, sino la de la comensal que había a mi lado. El marido de la referida que estaba en frente me miró un poco mosqueado. Le tuve que explicar que había sido un acto reflejo para que no pensara que estaba liado con su mujer. Al final todo acabó en risas.

Algunas personas durmieron en el coche el pasado día 26 de enero por miedo a los terremotos. Algunas personas durmieron en el coche el pasado día 26 de enero por miedo a los terremotos.

Algunas personas durmieron en el coche el pasado día 26 de enero por miedo a los terremotos. / Photographerssports

Me acuerdo de que los colegas del periódico escribían por esos años de los terremotos como si estuvieran escribiendo de ruedas de prensa a las que hubieran asistido. Con mucha normalidad.

-Vaya, ya se ha venido el señor Ritcher a pasar una temporada en Granada -decían cuando se sucedían los temblores.

El gran experto era José Luis de Mena y Mejuto, que hacía unas estupendas crónicas agrícolas en las que explicaba los pormenores de todos los productos que daba el campo. También se convirtió en mi profesor de Terremotos.

-Lo primero que tienes que saber es que no es lo mismo magnitud que intensidad. Y que hay dos escalas, la de Richter y la de Mercalli. Los terremotos se pueden medir en función de la cantidad de energía liberada o mediante el grado de destrucción que causan en el área afectada. Lo primero es la magnitud y lo segundo la intensidad. ¿Lo entiendes?

-No mucho.

-Pues espera que haya uno y te lo explico sobre el terreno.

De Richter sabía que fue un físico que vivía en una zona sísmica en Ohio y que por eso inventó una escala para medir la intensidad de los terremotos. Era un apasionado de los temblores de tierra. También era un despistado tremendo y cuando daba clases los alumnos se le iban yendo uno a uno mientras él seguía hablándole a la pizarra. Cuando murió en 1985, la tierra le dio su pésame provocando un seísmo importante en México.

Franco vino a ver qué había pasado en Granada durante el terremoto del 56. Foto cedida por el IES Aricel. Franco vino a ver qué había pasado en Granada durante el terremoto del 56. Foto cedida por el IES Aricel.

Franco vino a ver qué había pasado en Granada durante el terremoto del 56. Foto cedida por el IES Aricel.

Los que más asustaron

José Luis de Mena era un ingeniero técnico de montes injertado -y nunca mejor dicho- en el periodismo. Se sabía en todo momento a cómo se cotizaba un kilo de melocotones de Purullena o cual era el tiempo propicio para sembrar habicholillas. Era capaz de escribir en una hora un tratado sobre el escarabajo de la patata o la mixomatosis del conejo. A veces se atrevía a hacer predicciones meteorológicas por las informaciones que le daban los agricultores y todo lo medía en términos agrarios.

-Esa debe tener un marjal de coño -decía cuando veía a una mujer hermosa y espléndida.

Luego nos explicaba a los profanos que un marjal eran cien estadales granadinos, alrededor de cinco áreas. Mena era capaz de hacer un cuadernillo de 16 páginas él solo en una tarde. Rellenaba las cuartillas como un panadero rellena tortas de la Virgen. Medio cegato y con la cabeza pegada al papel, golpeaba con los dedos índices las teclas de la máquina de escribir a una velocidad endiablada.

-Un cubo de agua para la máquina del Mena, que va a salir ardiendo -gritábamos de vez en cuando.

Y él sonreía sibilinamente sin dejar de darle porrazos a las teclas de la Olivetti.

Fue él quien me habló de que en verano de 1979 había habido algunos seísmos tan fuertes que muchos granadinos se asustaron, cogieron sus colchones y se fueron a dormir a la calle o al campo, en donde permanecieron varios días. Una noche de junio de ese año la tierra se movió bruscamente en la capital hasta siete veces, desde las dos de la madrugada hasta las ocho de la mañana. Al día siguiente la tierra siguió en sus trece de asustar a sus pobladores de esta zona. Aquel año el Corpus triunfó porque fue muy concurrido: las casetas del Salón se llenaron de personas que esperaban al amanecer para volver más tranquilas a sus casas.

Entierro de las personas que murieron en el seísmo del 56. Foto cedida por el IES Aricel.. Entierro de las personas que murieron en el seísmo del 56. Foto cedida por el IES Aricel..

Entierro de las personas que murieron en el seísmo del 56. Foto cedida por el IES Aricel..

Aunque del que había escrito algo cuando era muy joven había sido del ocurrido en 1956, que tuvo trágicas consecuencias. Perdieron la vida siete personas entre Albolote y Atarfe, los pueblos más afectados. Un par de días más tarde se hundió una cueva en el Beiro y murió un matrimonio y sus tres hijos. El Observatorio de Cartuja lo estableció como de magnitud seis y la violenta sacudida hasta averió los sismógrafos allí instalados. Muchas casas de endeble construcción se vivieron abajo y obligó a Franco a visitar las zonas afectadas. Fue cuando los publicistas del Régimen le colocaron una frase en su boca al ver el desastre que había causado el temblor: “Que Dios me dé fuerzas para remediar esto”. Un buen titular para los periódicos.

José Luis de Mena era hijo predilecto de Alhama de Granada y se acordaba de que sus suegros le habían hablado mucho del terremoto ocurrido en su pueblo y en Arenas del Rey en 1884. Su intensidad fue tal que muchos pueblos cercanos sufrieron sus devastadoras consecuencia. Al suceder de noche, la del 25 de diciembre, pilló a la población acostada. Las casas, construidas con materiales muy endebles y nada seguros, se vieron casi todas abajo. En Arenas del Rey murieron 135 personas y en Alhama 463. Pero en toda la zona murieron casi 900 personas. Un desastre que hizo llorar a toda España. El mismo rey Alfonso XII, que se encontraba enfermo de tuberculosis, se desplazó a Granada para conocer los efectos del seísmo y animar a la población. Un bello gesto si tenemos en cuenta que el monarca español moriría nueve meses después de aquella visita. El entrañable Mena moriría en 1990, cuando contaba 50 años de edad, de una hemorragia cerebral. Muchos agricultores se quedaron sin su cronista preferido y regaron sus tierras con las lágrimas que echaron por él.

El enjambre

Las sacudidas de la tierra tienen la facultar de blanquear las caras de los que los sufren. En Granada, como ya es sabido, ha habido tantas que hemos adoptado un santo especializado en temblores terráqueos. Se llama San Emigdio, obispo y mártir, cuya imagen está en la capilla dedicada a San Cecilio en la catedral granadina, junto a San Gregorio Bético y el patrono de la ciudad. Hay una oración en concreto que todavía hay gente que la reza cuando sucede una sacudida. También, hace un par de siglos teníamos un Pozo Airón cerca de la calle Elvira, una especie de sima que, decían los vecinos, apaciguaba los terremotos. Este tipo de pozos existen en muchos lugares del mundo y los antiguos les atribuían el poder de calmar los movimientos de tierra, ya que dejaban salir las tensiones o la energía de las profundidades de la tierra por sus aberturas. El cronista Henríquez de Jorquera dice que el pozo granadino fue hecho precisamente para que el aire que viniera del centro de la tierra tuviera salida y aminorara los temblores. Este pozo fue cegado y, según los cronistas, los grandes terremotos que sucedieron en 1778 se debieron a que la tierra no podía respirar. De ahí que hubiera manifestaciones populares para que se abriera otra vez el pozo.

En Santa Fe algunas zonas fueron acordonadas tras las últimas sacudidas importantes. En Santa Fe algunas zonas fueron acordonadas tras las últimas sacudidas importantes.

En Santa Fe algunas zonas fueron acordonadas tras las últimas sacudidas importantes. / Photographerssports

Los terremotos también tienen el poder de provocar confusión y modificar conductas. No ha mucho leí que en abril de 1431 hubo uno tan grande en Granada, que moros y cristianos tuvieron que parar la batalla en la que ambos ejércitos estaban enzarzados. El rey Juan II de Castilla estaba a punto de tomar Granada cuando sucedió un gran terremoto que le provocó el pánico y que le hizo abandonar el empeño. Así que fue un terremoto el que retrasó más de 60 años la Toma de Granada. “En este tiempo tembló la tierra en el Reino y más en la ciudad de Granada, y mucho más en el Alhambra, donde derribó algunos pedazos de la cerca de esta”, relata el cronista medieval Alonso Barrantes. Otro cronista, un tal Conde, escribió de aquellos terremotos: “La tierra se estremecía con grandes vaivenes y subterráneos bramidos y truenos que en sus entrañas de oían, atemorizaba a los más valientes y todos esperaban grandes cosas”.

Ahora las crónicas de los terremotos se escriben en los móviles: ¿Te has enterao quillo del terremoto? Cada vez que sucede uno hay quien coge el teléfono para poner en el guasap que en su casa se ha movido la lámpara del salón y el perro ha empezado a ladrar. Y hay quien asusta a la población poniendo rajas de casas que ya estaban antes de suceder el temblor. Durante estas últimas semanas los granadinos hemos abusado de una palabra en el guasap: ¡Otro! Mientras que la intensidad la hemos medido por mensajes tipo: ¡Joder! ¡Este sí que ha sido fuerte!

Daños en algunas casas en Atarfe en 1956. Foto cedida por el IES Aricel. Daños en algunas casas en Atarfe en 1956. Foto cedida por el IES Aricel.

Daños en algunas casas en Atarfe en 1956. Foto cedida por el IES Aricel.

Y luego están los que piensan que el mejor antídoto contra el miedo es la risa. Después del último terremoto de intensidad 4,2 que a algunos nos puso los huevos de corbata, una señora de un pueblo de Jaén llamó a su hijo que vivía en Granada. Con voz alarmada le preguntaba cómo estaba porque había oído en la tele que se estaban dando aquí muchísimos terremotos. El hijo le tranquilizó diciéndole que estaba bien, y para demostrárselo le envió un selfi… ¡con la imagen movida!

Otro gracioso decía a sus amigos foráneos por el móvil:

-Aquí en Granada te la sacas para mear y cuando quieres acordar se convierte en paja.

Los cronistas antiguos cuentan que los Reyes Católicos tenían pensado poner la Corte en Granada y desistieron al ver que aquí la tierra se movía demasiado. Desde entonces han cambiado las circunstancias y las personas, pero el miedo es el mismo.

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