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Actualidad de Fu Manchú

  • Tusquest edita 'El chino', la última novela de Henning Mankell, una intriga global donde la pista de un asesinato múltiple conduce a la China de las pre-Olimpiadas

De igual modo que el XIX inglés fabricó una España de majos y aguaoras, el Occidente colonial creó la imagen de un Oriente impenetrable y sinuoso. Ya fuera un jeque vengativo, un hechicero abismático y letal, o la crueldad milenaria de los chinos, las potencias europeas fabularon una tierra enigmática, una multitud indescifrable, que a la vuelta nos diera el recto proceder de nuestros logros. Sin este miedo a lo foráneo, las obras de Chesterton, de De Quincey, del propio Borges, no podrían explicarse. Sin esta fascinación que emana de lo exótico, la vida de Gauguin o la pintura de Picasso permanecerían para siempre a oscuras. Aquel Fu Manchú de nuestra infancia, chino malvado y sombra de entreguerras, fue la cómica personificación de todo esto que decimos. Y no sólo por su poder hipnótico, por su refinada crueldad, por su fantasmagórica existencia; también y principalmente porque representaba la silenciosa amenaza del Oriente, que socavaba los cimientos de un Occidente crédulo. Pues bien, esto es lo que encontramos en El chino de Mankell, sólo que actualizado en la China pre-olímpica y con un nuevo Fu Manchú surgido de la voracidad capitalista.

Los lectores de Mankell y su comisario Wallander ya están acostumbrados a la intriga global, y a las insospechados orígenes de un crimen nimio. Al final, "el hilo escarlata del asesinato" (Conan Doyle) siempre nos conduce a remotos parajes y secretas injusticias que, de un modo u otro, alteran vertiginosamente la apacible sociedad sueca. En esta ocasión, es un homicidio múltiple el que nos lleva, no sólo al otro extremo del globo, sino a ese continente en brumas que es la Historia. Así, las penurias de un chino esclavizado en la Norteamérica del XIX, vienen a repercutir en una pequeña aldea de Suecia, dejando como recuerdo una cenefa de muertos por mano airada. En El chino, no es el atribulado Wallander quien desenreda la madeja de estos crímenes. Para esta novela, Mankell ha escogido a una jueza perspicaz, a una mujer en crisis, que descubre una vaga relación familiar con alguno de los ajusticiados. El problema, sin embargo, no es ése; el problema es la inverosimilitud de la historia, el origen lejanísimo de esta matanza, más el discurso milenarista que desprende El chino: el afán vengativo, la ingobernable cólera del pérfido Ya Ru, vienen acompañados de una seria advertencia. Los nuevos dirigentes de la vieja China pretenden repoblar el África con el excedente de pobres que se adocena y clama en sus grandes llanuras arroceras. Con lo cual, mientras el Occidente duerme, los mandarines pre-olímpicos urden la fabulosa maraña de un nuevo colonialismo, cuya batalla viene representada aquí, en El chino, por las diferentes facciones que operan en el interior del Partido. Una batalla, por otra parte, que se plantea a vida o muerte, y que configurará, a no dudarlo, el nuevo orden mundial en breve plazo.

Aún así, la morosidad y el estilo minucioso de Mankell no han perdido su eficacia. Mientras el misterio se mantiene como tal, el lector de El chino disfruta de esa malsana expectación que propicia el enigma. Ahora bien, en cuanto el asunto toma proporciones colosales (recuerden aquellos relatos de Sherlock Holmes, donde ejercía de espía sobrevenido contra la amenaza prusiana), la incredulidad sustituye a un pirmer entusiasmo. ¿Estará la China post-maoísta asentando los pilares de un África oriental? ¿Será la insidia amarilla tan legendaria como extensa? ¿Sobreviviremos, en definitiva, a este nuevo Apocalipsis que nace de la multitud, de la ambición, nuevo Babel en el tercer milenio? Grande es la bibliografía que nos legaron los hombres del XIX, Chateaubriand, Flaubert, Renan, Edmundo D'amicis, Théophile Gautier, etcétera, advirtiéndonos del secular peligro, de la honda fascinación que nos subyuga y acecha en aquella geografía insondable. La Olimpiada ya pasó. ¿Veremos a los chinos atravesar el Atlas? ¿Coparán con su hueste los desiertos de Arabia? He aquí la inveterada amenaza de Fu Manchú, su misterioso influjo, su fatídica sombra.

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