Novedad editorial

Autorretrato de Rafael Chirbes

  • La editorial Anagrama acaba de publicar el primer volumen de los Diarios de Rafael Chirbes, A ratos perdidos, una obra sobrecogedora por su sinceridad y lucidez

Autorretrato de Rafael Chirbes

Autorretrato de Rafael Chirbes

La reciente publicación del primer volumen de los Diarios (Anagrama) de Rafael Chirbes ha tenido el mismo efecto que la piedra arrojada contra el estanque: el agua ha salpicado en todas direcciones y ha puesto chorreando a cuantos rondaban cerca. La explicitud con que relata algunas correrías sexuales, así como ciertos comentarios intempestivos a propósito de algún colega, pueden resultar embarazosos, la verdad sea dicha, y no sirve decir que estos diarios se escribieron para un uso estrictamente privado. En fecha temprana, Chirbes reconoce que nunca se escribe para sí mismo; en una entrada correspondiente al 28 de enero de 1986, leemos: “¿Es que se puede escribir para uno mismo? Me digo que sí, que se puede escribir para recordar y comprenderse uno mismo, pero no acabo de creérmelo del todo”. Y fue el propio Chirbes quien revisó los diarios y dispuso su publicación. No obstante, me temo que la publicidad esquinada (quizás tendenciosa) de ciertos pasajes podría dar una idea errónea de su valor auténtico, que es inmenso.

Las anotaciones empiezan en 1984, una fecha más dantesca que orwelliana: Rafael Chirbes se haya “nel mezzo del cammin della sua vita”. Tiene 35 años, vive en Madrid y su gran proyecto vital es dedicarse a la literatura: “Lo que he querido toda mi vida es ser escritor: escribir novelas, cuentos, poesías, escribir lo que fuese, pero ser escritor”, confiesa el 10 de marzo de 1985. De una experiencia en Marruecos se ha traído una idea para una novela, una historia sobre un occidental en tierras africanas, levemente emparentada con El cielo protector de Paul Bowles. Resulta sumamente interesante conocer la trastienda del artista: Chirbes decide no releer a Bowles para no sentirse condicionado, pero acaba haciéndolo. No importa, pues su novela termina colocándose en la estela de Otra vuelta de tuerca de Henry James. Chirbes la presentó al premio Herralde bajo el título de Mimoun, pero “Vicente Molina Foix negoció, intrigó, y se […] acabó llevando [el primer premio] -apunta el 25 de diciembre de 1988-. Mimoun quedó finalista, y yo contento, porque no sé qué hubiera hecho como ganador”. Imagino que a Molina Foix esto le habrá sentado como un tiro y que no será un consuelo saber que hay pullas mucho peores.

El escritor habla largamente de lo que lo hace tal: la escritura, sobre todo en la segunda parte del volumen. Para Chirbes, la novela es una forma de indagación en el individuo y la sociedad. El 21 de marzo de 1988 trascribe una cita de Hermann Broch hallada mientras leía a Milan Kundera: “La novela que no descubre una parte hasta entonces desconocida de la existencia es inmoral. El conocimiento es la única moral de la novela”. Según Chirbes, la novela debe ser camino y llevarnos a algún sitio o ser puente y ayudarnos a superar un accidente del terreno o ser vehículo y conducirnos más velozmente a la meta. En unas líneas escritas el 2 de julio de 2004, presenta el trabajo del escritor como “un tipo de sacerdocio laico” que exige una “vocación de servicio”, si bien reconoce que también los mezquinos y los cínicos son tentados por las letras; “algunos están entre los mejores”, dice, pero esta vez no da ningún nombre. Sorprende la búsqueda incesante no de historias, sino de la razón de ser que justifique (y redima) la historia y sorprende descubrir que, poco antes de ponerse con Crematorio (2007), su consagración definitiva, estuviera tentado de tirar la toalla: “Atreverme a decir: "No escribo más, ¿qué pasa porque no escriba?"”.

No eludiré las páginas más crudas, presentes en la primera parte, ni diré que me han dejado indiferente. Imagino que no debió ser fácil vivir su homosexualidad en los tiempos que le tocaron en suerte, y esto te marca, pero me cuesta secundar esas relaciones basadas en la humillación del otro, no importa si con el consentimiento del otro. En ciertos diarios se ve el empeño del autor en adecentar la imagen que quiere dejar a la posteridad. No es el caso; Chirbes es sincero hasta la inconveniencia. Los suyos me han recordado a otros diarios despiadados, demoledores, como El oficio de vivir de Cesare Pavese, por ese empeño tozudo en dejar en carne viva el alma (o lo que diantres se oculte en nuestras entrañas). Rafael Chirbes esboza un autorretrato semejante a los realizados por Francis Bacon sobre el lienzo y convierte su rostro en una máscara sanguinolenta, deformada por los golpes. Uno lee sus Diarios igual que contempla los lienzos de Bacon, con un sobrecogimiento parecido.

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