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Declives y tensiones familiares

Drama, Argentina-España, 2009, 123 min. Dirección: Marcelo Piñeyro. Guión: M. Piñeyro y M. Figueras. Fotografía: Alfredo Mayo. Música: Roque Baños. Intérpretes: Pablo Echarri, Leonardo Sbaraglia, Ernesto Alterio. Cines: Multicines Centro.

A partir de la novela homónima de Claudia Piñeiro, la película Las viudas de los jueves se sitúa en los preámbulos del corralito argentino de finales de 2001 para trazar en clave de thriller y a través de un gran flash back con final anunciado al más puro estilo de El crepúsculo de los dioses, el retrato demoledor del declive de cuatro familias pudientes que conviven en una lujosa urbanización suburbial. Marcelo Piñeyro recupera así a una situación y un tipo de personajes que ya había encerrado, en aquella ocasión de forma literal, en El método, parábola de dinámica teatral en la que se daba cuenta del proceso de selección de las empresas modernas como metáfora de la degradación moral en la era del capitalismo salvaje.

En Las viudas de los jueves las metáforas siguen siendo evidentes (el country como universo excluyente, el estatus como prisión, etcétera) a pesar de estar inscritas en un trasfondo histórico realista. La película quiere jugar sus bazas en la ambigüedad de su tono, en una cierta distancia, impuesta por la frialdad de la puesta en escena, que aspira a observar a sus criaturas como si se tratara de peces en una pecera cuya agua empieza a pudrirse poco a poco por falta de oxígeno (o liquidez).

Partiendo de una situación atractiva, Las viudas tiene que cargar con varios problemas que le restan potencia y convicción en su desarrollo: el primero atañe a los personajes, que no dejan de representar estereotipos (el líder, el bufón, el apocado, el maltratador) en un desequilibrado dibujo individual; el segundo, un reparto estelar masculino que, a excepción de Echarri, tiene que apechugar siempre con unos personajes más adultos y experimentados, sobre todo en comparación con la madurez de sus parejas femeninas; el tercero, la tendencia a explicarlo todo a golpe de diálogo (excesivamente literario), sin que las imágenes (fotografiadas con la habitual desgana por Alfredo Mayo) puedan expresar por sí solas el sustrato de cinismo, la amargura o el autoengaño que fluye bajo su superficie; el último afecta al no menos tópico subrayado dramático procedente de las tramas secundarias (los hijos rebeldes y sus problemas, la atracción homosexual entre dos de las mujeres del grupo), tramas que resultan forzadas y además ralentizan la narración y acumulan metraje innecesario.

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