Crítica del Festival de Jazz de Granada

Dos hombres y un destino intercultural

Dos hombres y un destino intercultural

Dos hombres y un destino intercultural / Vilma Dobilaite (Granada)

Dos señores en sus correspondientes sillas, una trompeta, un fliscorno, un bandoneón y una cajita de efectos, usada moderadamente. Es el inventario de lo que ocupó el espacio sonoro del Teatro Isabel la Católica en Granada como si fuera una Big Band, inaugurando con sentido y sensibilidad la edición número cuarenta y dos del Festival Internacional de Jazz de Granada. Una iniciativa que nació cuando muchas capitales andaluzas eran un páramo cultural, pero el tiempo pasa y, por suerte, la gente prospera en según qué casos. Sin embargo, hoy día en Granada, para seguir con esta trayectoria histórica y de prestigio, la afición tiene que compensar en el precio lo que no aportan determinadas instituciones a través de un menguado patrocinio. El que quiera cultura, que la pague, diría el neoliberal, una idea para debatir, si no fuera tan fácil que esa premisa se aplicara, en un abrir y cerrar de ojos, a la sanidad, la educación y las carreteras. Pero el público, como un gran dinosaurio enternecido, estaba ahí, como siempre y, en muchos casos, desde hace más de 30 años, como destacó la directora del evento, Mariche Huertas. Este primer concierto se realizó con el apoyo del Instituto Italiano de Cultura.

Fresu obtuvo de manos de la concejala de cultura del Ayuntamiento, María de Leyva, la Granada del Festival. Este músico merece cualquier reconocimiento, sobre todo por representar el amor de Europa por el jazz y, como él mismo indicó en unas acertadas palabras, la visión intercultural que debe caracterizar a esta música y la sólida trayectoria de los músicos del viejo continente durante décadas. El maestro Enrico Rava es un ejemplo. Si alguien pensó que el jazz fue siempre norteamericano, que recuerde que los propios grandes de la época dorada viajaban a Europa para encontrar un público culto y sensible. De ahí surgieron algunos de los mejores discos de la historia de esta música. Y desde ahí se hizo escuela. Su idea del jazz y el aire mediterráneo de este concierto se comprende al leer sus palabras en la entrevista de Juan Manuel Cid en este periódico.

Imagen del graderío repleto en el arranque del Festival de Jazz de Granada. Imagen del graderío repleto en el arranque del Festival de Jazz de Granada.

Imagen del graderío repleto en el arranque del Festival de Jazz de Granada. / Vilma Dobilaite (Granada)

Como una declaración permanente de amor a América Latina, algo que también tiene mucho que ver con Europa, Paolo Fresu y Danielle Di Bonaventura propusieron un viaje musical que no renunció a melodías que emocionaban al ser reconocidas, pasando por Brasil, Uruguay, Chile o Argentina, además de su Italia natal. Un concierto que comenzó con Qué será, qué será, de Chico Buarque, pero que el 90% del público lo recreaba mentalmente con la voz de Ana Belén. Empezaban, estos dos artistas, apelando a nuestra propia biografía, aunque para algún milenial en la sala eso era arquelogía prehistórica que había que investigar en Spotify y no en el disco del salón de casa. Bendito sea ese descubrimiento si se produjo. A lo largo de la noche, la misma sensación con Te recuerdo Amanda, de Víctor Jara; o Un vestido y un amor, de Fito Páez. Quién podría decir que no entiende el jazz en un momento así. Algunas de esas canciones están en el disco grabado con el violonchelista brasileño Jacques Morelenbaum, titulado The sun on the sea. La creación artística como experiencia dialógica y apuesta por la paz. No es poco.

Y la música, que es una, a pesar de la catalogación de géneros. El trompetista italiano apostó por la sencillez melódica, demostrando que menos es más, en uno de esos momentos que, si fuera por casualidad tu primer concierto, hace afición para siempre. Sus fraseos se ajustaron a ese contexto, siendo más que interesantes, con algún moderado recurso a los efectos de sonido y la sensación de que ese señor puede hacer con su instrumento lo que le dé la gana. Apostaba, en resumen, por la profundidad frente a la ostentación. Di Bonaventura tenía su voz propia también, en una línea muy similar, conectando con el público sin decir una palabra, incluso con algún recurso al humor. La solidez del acompañamiento del bandoneón impresiona, con el inteligente uso de la síncopa y el contratiempo, esos trucos que te dificultan adivinar el compás, y que juegan con la rigidez clásica de los tiempos. El jazz como una delicada deconstrucción permanente.

La posibilidad que tiene este instrumento de alargar los acordes durante minutos, junto a un Fresu que recurrió en algún caso a un cierre eterno con respiración circular, se une a la capacidad de ambientación musical. Ese asombroso sonido hace que nos planteemos por qué no hay un acordeón o un bandoneón en cada casa, como antes sucedía en algunos países europeos y en nuestros pueblos. Para calentar el alma en las noches de invierno, ese sonido funciona mejor que el gas natural. Y lo agradecimos, especialmente, en el primer día en el que parece real que se acerca el invierno, y en el que echaremos de menos al maestro Enrique Novi, que tantas críticas y columnas publicó en este periódico.

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