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Manuel Salamanca, un hombre JONDO

  • Los flamencos de Granada recuerdan al fundador de la peña La Platería, uno de los grandes conocedores del arte y que dedicó su vida entera a que el cante se enraizase en el pueblo

A finales de los años 40, escuchar flamenco en Granada no era nada sencillo. Los escasos discos de pizarra que se producían apenas salían de ciudades como Sevilla, Cádiz o Málaga y los jóvenes artistas que despuntaban no encontraban lugares en los que mostrar su talento. Manuel Salamanca era platero de oficio en esa misma Granada, pero su corazón latía con compás flamenco. La afición le venía desde niño, desde aquellos años en los que escuchaba el cante que salía de la gramola de la Taberna de Juan en la calle Duquesa y se quedaba fascinado, y en los que acompañaba al sereno Nicolás 'El Tuerto', que cantaba por unas entonces desconocidas soleás y seguirillas. Al oficio se hizo trabajando con su hermano Miguel en un taller donde las joyas, además de oro y plata, estaban hechas de pizarra y sonaban, y que sirvió para dar nombre a la peña flamenca que él fundó en 1949 y que hoy es la decana en su género en todo el mundo: La Platería.

Salamanca guardaba en su taller de la calle San Matías una colección de unos 500 discos de flamenco que había ido recopilando durante años que eran el mayor de sus tesoros y que aún hoy siguen formando parte de una de las mayores colecciones de discos de pizarra de flamenco que existen en el mundo. "Recorría Andalucía entera en busca de los discos que se publicaban y no le importaba estar varios días de viaje si luego traía consigo de vuelta una pieza única", cuenta Carlos Alberto García, uno de los bisnietos de Salamanca. Eran joyas únicas de Manuel Torre, Terremoto, Juan Breva, Cayetano 'El niño de Cabra', Niño Gloria, El Tenazas, Antonio Mairena, La Niña de los Peines y de tantos cantaores que le maravillaban y que nunca se cansaba de escuchar.

Los fines de semana a eso de las ocho de la tarde, cuando terminaba su trabajo, abría su platería de par en par a varios amigos y aficionados al flamenco. Allí se congregaban unas doce o catorce personas en torno a una vieja gramola de la mítica marca La Voz de su Amo para escuchar los discos e intercambiar opiniones acerca del flamenco. Las reuniones se podían alargar fácilmente hasta la medianoche y, en ellas, y casi como un rito, nunca faltaba bacalao, cebollas en vinagre, aceitunas, porrones de vino y tabaco picado. Gente como Agustín Viana, Paco 'El del Gas', Rafael Olmo, Pepe Fenó, Eduardo Gálvez, Emilio Fuentes, Pepe Luque o El Compadrito eran algunos de los habituales de esas tertulias, aunque los miembros se iban multiplicando a un ritmo muy rápido, tanto que casi siempre andaban pidiendo prestadas sillas a los vecinos. Allí todo buen aficionado era bienvenido, aunque lo que se escuchaba tenía que llevar el visto bueno de Salamanca, que siempre se caracterizó por su férrea defensa del cante puro y más ortodoxo. "Fue un hombre que se preocupó de que el cante fuese por derecho, de que no hubiese prostitución del cante, y cuya labor ha trascendido hasta hoy día", recuerda el cantaor granadino Juan Pinilla.

En esos años, la fama de Manuel Salamanca como gran conocedor del flamenco se fue extendiendo por la ciudad y su asesoramiento era casi obligado para cualquiera que pretendiese organizar un festival flamenco y su valoración fundamental para todos los concursos. Así, se encargó de la dirección artística de una actuación de cante jondo integrada en el programa del III Festival Internacional de Música y Danza de Granada a la que estaba previsto que asistiese Antonio Mairena, posiblemente el mejor cantaor de la época. Mairena pidió 500 pesetas por cada una de las tres noches que iba a actuar junto a su guitarrista, El Morito,y Salamanca le respondió argumentando que en Granada había muy buenos tocaores y que si no lo hacía con alguien de la tierra no habría actuación ninguna. Y no la hubo...

Las tertulias se fueron haciendo poco a poco famosas por el boca a boca, así que un Guardia Civil con sueño fácil siempre terminaba entre ellos para vigilar lo que se hacía en aquellas reuniones. Aquellos años, el flamenco, lejos de considerarse Patrimonio de la Humanidad como ahora, se asociaba al vicio y a la gente de clase baja, por lo que sus clientes de la platería -normalmente granadinos adinerados- dejaron de ir a su taller y el trabajo, por culpa de esa pasión por el flamenco, comenzó a faltar. En 1954 su hermano Miguel fue arrestado y posiblemente fusilado en cualquier cuneta, porque nunca más volvió a saber de él. Manuel, que tuvo algo más de suerte, se marchó con su mujer y sus dos hijos a Brasil con sus herramientas de platero y su colección de discos prácticamente como único equipaje. Fueron unos años complicados, aunque se solventaron a base de mucho trabajo y reuniones entre españoles promovidas por Salamanca en las que siempre sonaba flamenco y algunos de ellos, como su hija Gracia, derrochaban arte con su cante, tanto que incluso llegó a grabar un disco allí.

Quince años tardó en poder regresar a Granada, una ciudad donde la peña que fundó siguió creciendo de la mano de Manuel Martínez Liñán y que, justo a su llegada, le quiso rendir homenaje. Pero Salamanca sentía que esa Platería ya no era la que él creó y recordaba, así que comenzó a hacer reuniones paralelas en la Peña Manuel Salamanca, por la que pasaron algunos de los mejores artistas de la ciudad.

Antonio Trinidad, también conocido como Fosforito de Graná, estaba recién llegado de Francia cuando pisó por primera vez aquella peña. Esa noche hizo la friolera de treinta cantes que fueron aplaudidos, uno a uno, por Salamanca, tal y como recuerda el propio cantaor. Lo malo fue que el último, en lugar de aplauso, fue recibido con un gesto de desaprobación con el dedo que tuvo a Trinidad hasta cerca de tres meses sin volver a pasar por la tertulia. "A Manuel Salamanca lo recordamos todos los flamencos con mucho respeto porque sabíamos que valoraba lo bueno, lo auténtico, lo bien hecho. Aportó mucha seriedad y conocimiento", recuerda el cantaor, el único al que le permitía que cantase por fandangos, además de a Frasquito Yerbabuena, y que en su bar de la calle del Rosario guarda un lugar especial en sus paredes para Manuel Salamanca.

El guitarrista Paco Cortés también tiene buenos recuerdos de su paso por la peña. Él tenía 10 ó 12 años y un primo que era socio lo invitó a que tocase allí una tarde. "Era muy pequeño, hasta iba con pantalones cortos", recuerda el guitarrista, quien reconoce que Salamanca siempre ayudó a los artistas más jóvenes y se preocupó para que pudieran tener un lugar en el que actuar.

En 1983, con 77 años, el platero recibió el que hasta ahora es su último homenaje en esta ciudad por toda una vida dedicada en cuerpo y alma al flamenco. Sus descendientes han heredado de él la pasión por este arte e incluso algunos, como su bisnieta Ana Patricia García, se dedican también al cante. Ellos están promoviendo un homenaje que tendrá lugar en los próximos meses y que reunirá a importantes figuras del flamenco granadino que no han titubeado en sumarse para recordar a un hombre que vivió por el flamenco y para el flamenco.

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