María Jesús Peregrín, periodista y escritora

María Jesús Peregrín: "Me interesa que el lector comprenda los resortes que alguien convierte a un hombre bueno en criminal"

María Jesús Peregrín ha presentado esta semana su quinta novela.

María Jesús Peregrín ha presentado esta semana su quinta novela. / R. G. (Granada)

La escritora granadina María Jesús Peregrín acaba de publicar su quinta novela: El año de la sal, un estremecedor thriller rural de posguerra editado por Binomio. La periodista de Canal Sur Televisión, ahora jubilada, suma este último título a los anteriores: La Visión Harper, El frutero no discutía de mermeladas, Sibila hija de Lobos y El límite de Roche.

-La trama de su última novela, El Límite de Roche, transcurría en una Florencia culta. En ella hablaba de perfumes, Astronomía y también de crímenes. No ha perdido el interés por la novela negra. ¿Cómo son los personajes de El año de la sal?

―Muy muy diferentes a los anteriores, ya que la narración transcurre en el año 1945, un tiempo duro y difícil. Y mucho más en el campo, dónde eran pocos los que comían caliente. Hay apenas siete personajes. La novela gravita fundamentalmente sobre Ginés, un joven de quince años obligado a sustituir a su padre enfermo recogiendo alcaparras en un cortijo almeriense. En plena posguerra, un niño se queda solo a merced de un patrón que le hará la vida imposible. Imagina. También noir de principio a fin.

-Injusticia social.

―Más que eso, diría yo. Porque el protagonista se esfuerza en trabajar la tierra, pero las humillaciones del patrón acaban por destruir su inocencia y hacen crecer en él un odio de consecuencias dramáticas. Me interesa que el lector sienta cómo la actitud del hombre del “ordeno y mando” se apodera del muchacho; que a través de las páginas intente comprender los resortes por los que alguien convierte a un hombre bueno, en criminal.

-Ha elegido un cortijo imaginario de Pulpí, en Almería, para hablar sobre las relaciones del campesinado con los ricos terratenientes de las plantaciones agrícolas del sudeste andaluz. ¿Por algo en especial?

―Por la memoria. Mi abuelo recogió tápena (alcaparras) en aquellas tierras y eso me hizo plantearme la obligación ―como tercera generación que soy― de contar cómo fue la dureza de aquel tiempo. Porque los tallos de la tápena tienen pinchos, se clavan en la piel como cuchillos y hay que recogerlos de madrugada o al oscurecer. Con el cuerpo encorvado sobre la tierra. Y a los dueños de muchos cortijos no les importaba más que cosechar.

-La novela está escrita de forma ágil y precisa. ¿Está pensada para enganchar?

―Se lee con facilidad, pero el trabajo que lleva detrás no lo ha sido. He hablado con personas mayores de la zona que recordaban con pena el hambre que pasaron en aquellos tiempos, las colas con las cartillas de racionamiento. El estraperlo. También ha sido para mí de gran ayuda el trabajo previo que hallé en la publicación de dos historiadores, Dolores Muñoz y Francisco Martínez, que me abrieron los ojos de par en par y de los que he aprendido bastante.

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