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¡Oh Cuba! entre bambalinas

  • Una radiografía de todo cuanto rodea al espectáculo de esta temporada de Lorca en el Generalife

  • La visita a las tramoyas que hacen posible que noche tras noche Granada disfrute del show dedicado al poeta

¡Oh Cuba!  entre bambalinas

¡Oh Cuba! entre bambalinas

Dos pulsos y cinco latidos. Bajo ese símil fisiológico se presentaba en julio la obra ¡Oh Cuba! que se puede ver en el Teatro del Generalife hasta el próximo 26 de agosto. Sería muy complicado contar todos los párrafos que se han publicado sobre su director, los bailarines, coreógrafos, actriz y compositores. Las caras visibles del espectáculo, digamos que su sangre. Pero como en todo organismo latiente, la sangre necesita motor, vísceras y músculo que la haga correr, que le de vida. La tramoya de !Oh Cuba¡ la componen decenas de personas entre técnicos, músicos, montadores, sastras, maquilladores, etc.

Sístole y diástole discretos que cada día, antes y después del espectáculo, se afanan para que las luces, el sonido, la música y toda la espectacularidad de !Oh Cuba! recorran el auditorio a golpe de latido y eleve los pulsos del público.

Para que todo marche a la perfección el equipo artístico y el técnico tienen que sincronizarse

Los asistentes dejan a sus sentidos perderse durante algo más de una hora y media. La magia cubana se apodera del todo, el cardio latino empieza a coger forma y todo nace de entre las bambalinas del teatro. De hecho, la primera imagen de la obra es una gran pantalla panorámica desde donde Federico García Lorca mira al público, -o las orillas de Cuba, según se mire-. Bien, pues este espejismo tan poético guarda tras de sí un trabajo casi titánico. Según explica David Gómez, jefe técnico del equipo del Teatro del Generalife y el Teatro Alhambra, la dificultad técnica de la pantalla es su montaje dadas sus dimensiones y que queda suspendida en el aire, lo que supone un problema añadido ya que para evitar que el viento la mueva debe llevar unas sujeciones especiales. "También es complicado plantear los pesos", explica Gómez cuando se le pregunta por lo que hay tras el semblante del poeta con el que se abre el show.

El equipo técnico es quizás el primero en saborear la obra, al menos en cuanto a sus entrañas se refiere. Tras el fallo del concurso público, el equipo comenzó a tener reuniones a finales de mayo con la compañía. En ellas, se empezó a hablar de las luces, el sonido, el número de artistas que desfilarían por la Alhambra y de la maquinaria.

Después de eso comienza el planteamiento del montaje: elaboración de los planos, cálculo de pesos y materiales a utilizar. A continuación llegó la hora de planificar y montar los 200 canales de focos de 1.000 vatios cada uno, sus líneas de alimentación, el sonido, o el suelo acústico.

Ya durante el show la marcha no cesa. En el aspecto técnico, el trabajo sigue acelerando y cada día, antes y después de la obra, son muchas horas las que se dedican a que el embrujo de la danza y la música surta efecto. El horario de estos discretos tramoyistas comienza a las 19 horas, termina a las 22 horas y vuelve a comenzar al bajarse el telón hasta las dos de la madrugada.

Entre los pasillos que se esconden detrás del escenario habitan otra serie de profesionales que bien en una máquina de coser, en un set de maquillaje o tras los controles de sonido, también se encargan de que todo cuanto ocurre en la Cuba de Lorca siga su curso.

Es el caso de dos mujeres que aguja, plancha e hilos en mano, cosen y arreglan cada día los más de 100 trajes que se usan durante el espectáculo. Las sastras, una del equipo del Teatro del Generalife y otra de la compañía, son los dedos ágiles que ultiman cada prenda para los bailarines, cada uno con seis cambios de vestuario durante la función. Estas dos incansables profesionales son, según cuentan, las primeras en llegar y las últimas en dejar el teatro. Otra lección de que la sutileza bien puede vivir también en un fino trazo de hilo.

Si se continúa el recorrido por los corredores del complejo lo normal es encontrarse con bailarines con una pieza de fruta o calentando, personal de sonido o producción buscando un micrófono o a los flamencos tocando y cantando bajito algún palo apenas reconocible.

Ya en el escenario, mucho más grande y lleno de rincones escondidos imposibles de apreciar desde el patio de butacas, otros músicos empiezan a ensayar. Se reconocen las notas de trompeta de la canción principal de la obra, los pulsos del piano en el calentamiento de las falanges, e incluso algunos avisos de la voz de la cantante cubana de ópera.

Trabajar en un montaje como ¡Oh Cuba! es un sueño que se disfruta noche a noche, en eso coinciden la mayoría de trabajadores de entre bambalinas. Felipe Tomatierra es técnico de la compañía y el encargado de iluminación del espectáculo con más de 15 años de experiencia y amante declarado de su trabajo: "Esto es lo que me gusta. Mi parte favorita es la programación de la iluminación y el montaje", explica este hombre que comenzó su andadura en el Rey Chico.

Veloz y dando vueltas por todo el complejo encontramos a Isa Luna, la regidora de la obra, y quizás el puesto con más responsabilidad de todo el montaje. Esta mujer, que en Madrid fue la ayudante del director, Francisco Ortuño, se conoce la obra como si las palabras hubieran salido de su tinta, y es la encargada de mantener el control de todos los aspectos técnicos y artísticos que conforman el universo ¡Oh Cuba!. Su trabajo consiste en organizar los equipos, las pruebas técnicas y los ensayos, así como preparar cada detalle para cuando el jefe de sala, Ali Benmesouol, de la orden para que comience la obra. Una vez eso suceda, ella manda en el escenario. Aunque, cuenta la regidora, "no es una obra complicada de ejecutar", lo único difícil es solventar las urgencias que puedan surgir durante la función.

La parte artística, la de los bailarines que desde las butacas se ven tan pequeños y se mezclan entre los pasos de baile, también cobra especial protagonismo cuando se pasea por las venas de este espectáculo. "Esta obra es una maravilla, un sueño hecho realidad", explica Loli Sabariego, primera bailarina de la obra. Para ella su parte favorita -y el de la mayoría del cuerpo de baile también-, es el cuarto latido, el llamado El amor y el deseo. "Es el más difícil de construir pero el que más disfrutamos todos", cuenta la encargada junto al coreógrafo de mejorar función a función los "pequeños detalles" que hayan podido fallar.

La producción, quizás la parte más conocida de lo que se esconde tras una obra de estas caracterísitcas está a cargo de Carmen Almirante, una bastetana que tiene que dedicar sus 24 horas a que todo marche mientras la obra se representa, además de todas las anteriores a cuestiones de contratación, logística y coordinación. En definitiva, de que no falte nada en ninguno de los negociados de la obra.

La última parada de este tour por la fisiología del espectáculo es la primera zona que pisa el público: las taquillas. Ana Álvarez es la responsable de este área así como de protocolo tanto del Teatro del Generalife como del Teatro Alhambra. La parte del trabajo más gratificante para ella es la organización de grupos tanto de pueblos de toda Andalucía, como de asociaciones de mujeres y agencias de viajes. Semanalmente llegan a ver el espectáculo una treintena de grupos de gente "que sale del pueblo solamente una vez al año", explica Ana Álvarez que se emociona al explicar que lo que más disfruta es cuando se relaciona con la ellos: "me encanta cuando veo a la gente que viene de tan lejos, que no suelen salir y te das cuenta de lo bien que lo pasan aquí".

En un solo paseo entre los instrumentos, los cables, las herramientas, los trajes y los focos la mente despierta y empieza a asimilar de qué está hecho un espectáculo realmente y cuántas horas reales engloba la hora y media de duración de la obra. La magia es magia sí, pero tiene su truco.

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