Roger Waters reconstruye 'The wall' y aviva el mito

Waters, durante su actuación en Madrid.
E. P. / Madrid

27 de marzo 2011 - 05:00

Las camisetas de Pink Floyd florecen incluso en tierra muerta. Gastadas, desteñidas y agujereadas, pero guardadas con mimo por sus legítimos propietarios a la espera del momento perfecto. ¿Y qué ocasión más propicia que la llegada del alma mater de la banda británica a Madrid para presentar el megaespectáculo The Wall la pasada noche del viernes?

El rock tal vez no sería lo que es sin los discos conceptuales que la formación liderada por Waters -básicamente por Waters- y David Gilmour facturó durante los años que duró su fructífera relación, y puede decirse que la gira de presentación de este disco editado en 1979, desde luego, cambió el curso de la historia de los macroconciertos.

Tan ambicioso era lo que Pink Floyd tenían en mente que sólo pudo llevarse a cabo en unas cuantas ocasiones a principios de los ochenta, e incluso terminó por resquebrajar del todo la relación entre sus dos líderes. El álbum, uno de los más vendidos de todos los tiempos con más de 23 millones de copias despachadas sólo en Estados Unidos, alcanzó un nuevo sentido tras la caída del muro de Berlín y el concierto que para celebrarlo ofreció Roger Waters en la ciudad alemana ante 200.000 personas en 1990. Pero lo que The Wall es ahora, veinte años después, supera cualquier visión que entonces pudiera tener el megalómano compositor británico.

Un espectáculo monstruoso y faraónico en el que todo está tan calculado al milímetro que el espacio que queda para la improvisación y la naturalidad es prácticamente nulo. Pero a quién puede importarle esto cuando tiene entre manos canciones tan icónicas en la historia del rock como Another Brick on the Wall, Confortably Numb, Mother o In The Flesh. Todo para contar una historia ya conocida e inmortalizada en cine por Alan Parker (director) y Bob Geldof (protagonista) sobre la crisis existencial de una estrella del rock que poco a poco levanta un muro para aislarse del resto del mundo. Un muro que en este caso tiene más de 50 metros de ancho por 10 de alto y que es el absoluto protagonista de la noche. Un bloque gigante de lego que empieza dejando ver a la banda pero que progresivamente la va tapando y progresivamente va convirtiéndose en una gran pantalla de proyección hasta que termina por ocultar absolutamente a los músicos.

Antes y después de este punto, pero sobre todo en la recta final, el espectáculo se convierte en un gran orgía audiovisual para todos los sentidos con una parafernalia militar en la que Waters se erige en un maestro de ceremonias, incluso megáfono en mano, ejerciendo el papel de dictador, ataviado con uniforme militar, aunque en realidad es una denuncia de cualquier tipo de extremismo desde el capitalismo hasta la religión y la violencia. No deja de ser curioso observar un Palacio de los Deportes de Madrid abarrotado con 15.000 personas y que miles de ellas estén jaleando un gran muro blanco sobre un escenario vacío, simplemente intuyendo que los músicos estaban detrás.

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