Crítica

Sencillez y maestría

Un momento del concierto ofrecido esta semana en el Falla.

Un momento del concierto ofrecido esta semana en el Falla. / Photographerssports

La Orquesta Ciudad de Granada retoma la temporada en el recién estrenado año con la visita de Christian Zacharias, uno de sus principales directores invitados. Gran conocedor ya de las cualidades y posibilidades expresivas de nuestra orquesta, en esta ocasión escogió un programa heterogéneo pero cargado de belleza y sensibilidad. En una horquilla temporal de poco más de una centuria el director recorrió tres momentos estéticos bien definidos; desde el clasicismo de Mozart, y pasando por el romanticismo de Schubert, su propuesta artística se completaba con una obra de Ravel que, en los albores de las vanguardias contemporáneas, guarda en sí misma la sencillez evocadora preimpresionista y la concisión de un neoclasicismo que apenas era una idea subconsciente en la música europea.

Christian Zacharias es un director metódico y concienzudo que gusta explorar lo que se encuentra bajo las notas de las partituras que interpreta, haciendo aflorar la semántica interna de la música con naturalidad y sin aparente esfuerzo. El verdadero trabajo de este director se realiza en la preparación previa al concierto: con el estudio pormenorizado de cada matiz y cada juego motívico, con un profundo conocimiento musicológico del repertorio clásico y romántico, y con el mimo puesto en las sesiones de trabajo junto a la orquesta, a la que regala cada segundo de su presencia en el atril de director con un compromiso y un respeto dignos de admiración. Tras esa entrega y dedicación, el hecho de que sus intervenciones ante la OCG sean un deleite para los sentidos es solo una feliz consecuencia que merece ser puesta de relevancia, por ser todo un lujo para el público.

Si bien el programa interpretado por Zacharias y la OCG este fin de semana recorría un arco temporal de ciento veinte años, desde el Clasicismo al siglo XX, la presentación de las obras no se hizo en orden cronológico. Por el contrario, su ejecución siguió la lógica evidencia de la psicología de la percepción, interpretándolas en función de la complejidad de su lenguaje y su contenido semántico. Así pues, el concierto se abrió con la suite de Ma mère, l’oye de Maurice Ravel, una serie de cinco piezas orquestales basada en escenas de cuentos infantiles, que fue escrita originalmente para piano a cuatro manos y más tarde orquestada por el propio autor. La partitura, amable y sugerente a la vez, es un claro ejemplo de la perfecta técnica de orquestación de Ravel, sacando el máximo partido a la tímbrica para sugerir y describir lugares, personajes y sensaciones. Así, el aire ensoñador e historicista de la pavana de la Bella Durmiente contrasta con las sonoridades orientales de la Emperatriz de las Pagodas, y el delicado y grácil juego melódico de la flauta que representa a Bella se sublima frente al pesante y rotundo sonido de la Bestia que destina al contrafagot. Christian Zacharias, que dirige sin batuta y sin partitura, tuvo en todo momento una clara concepción de lo que quería extraer a OCG; con una elegante y efectiva dirección, cada sutil movimiento de las manos de Zacharias tuvo una oportuna respuesta en la tímbrica orquestal, destacando los pasajes instrumentales dedicados al viento-madera, las notas de color de la percusión y el buen trabajo de las cuerdas.

La segunda obra del programa fue el Concierto para piano y orquesta núm. 27 en Si bemol mayor K. 595 de Wolfgang Amadeus Mozart, el último escrito por el autor poco antes de su muerte. Como hacía en su época el compositor, Zacharias dirigió desde el piano, interpretando al mismo tiempo las partes para solista y conciliando en un perfecto empaste y equilibrio las dialécticas de cada movimiento. Nuevamente, sorprende la aparente sencillez con que acomete Christian Zacharias la interpretación, esta vez en lo que se refiere a su cualidad pianística, en la que iguala en maestría su faceta de director. A través de los múltiples pasajes solistas, así como de las cadencias de considerable dificultada técnica que interpretó, supo extraer en todo momento la singularidad sonora propia para cada motivo, jugando coherentemente con efectos y técnicas de pulsado que en la última década del siglo XVIII ya anticipaban un nuevo lenguaje. La prolongada ovación del público obligó al director a saludar hasta cinco veces, y lo persuadió para que interpretara, como bis al piano, Les baricades mistérieuses de François Couperin.

La segunda parte se dedicó por completo a la Sinfonía núm. 3 en Re mayor D. 200 de Franz Schubert, la misma obra que se interpretó la noche anterior en el acto de conmemoración del vigésimo aniversario de Granada Hoy, y que resultó del agrado de todos los asistentes. Zacharias desplegó en esta obra de juventud del compositor su habilidad al definir los diseños melódicos de la partitura, tan importantes en la escritura de Schubert. Con primoroso cuidado extrajo cada unidad motívica y las moduló hábilmente a través de las distintas secciones, completando el cuadro sonoro con los motivos secundarios y acompañamientos rítmico-armónicos que tan magistralmente arropan el discurso narrativo en la música de este genio del primer romanticismo. Nuevamente, el prolongado aplauso y la cálida acogida de los asistentes obtuvieron como recompensa la interpretación, fuera de programa, del Tercer entreacto de Rosamunde, también de Schubert.

Con ese hermoso tributo a la delicadeza melódica y el equilibrio orquestal se cerró una velada en la que Christian Zacharias y la OCG crearon una singular sinergia, llena de maestría y de un profundo conocimiento de las obras interpretadas. Tras los ecos de los aplausos todavía se podía percibir en el ambiente la sensación de haber sido testigos de algo especial y digno de retener en la memoria del alma.

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