Silvia Pérez Cruz | Crítica

Un ángel en la noche granadina

  • La catalana deleitó al Carlos V con un espectáculo de fusión a caballo entre el flamenco, el jazz y la música caribeña

Silvia Pérez Cruz proyectando su tremenda voz

Silvia Pérez Cruz proyectando su tremenda voz / Carlos Gil

El Festival Internacional de Música y Danza, en su apuesta por la diversidad, trajo a la noche granadina la angelical voz de Silvia Pérez Cruz, que con un espectáculo de fusión a caballo entre el flamenco, el jazz y la música caribeña deleitó a los presentes. Estuvo arropada por el contrabajista Javier Colina y el pianista Marco Mezquida, componiendo un trío lleno de magia e intimidad.

La solemne arquitectura del Palacio de Carlos V había enmudecido en el oscuro previo al concierto; de repente, como si de una aparición sobrenatural se tratara, la cantante surgió de la oscuridad resplandeciente, con un vestido blanco que a la luz de los focos despedía tanta claridad y alegría como la propia voz de Silvia Pérez Cruz, convirtiéndose en metáfora viva del alma de la artista. Sola, con su voz desnuda ante la audiencia, comenzó a cantar los primeros versos a cappella de Que me van aniquilando en homenaje a su querido Enrique Morente, en su ciudad; y de repente, su guitarra, compañera inseparable, unió su canto enriqueciendo con acordes y polifonías las ricas sonoridades de la noche. Encadenando una canción con otra evolucionó hacia la canción Plumilla inspirada en Mauricio Rosencov, para concluir su presentación con la Tonada de la luna llena de Simón Díaz.

Desde el comienzo, y durante todo el concierto, la cantante se dirigió en numerosas ocasiones para explicar sus experiencias y relatar los motivos de inspiración que le habían llevado a componer un espectáculo tan rico y diverso. Silvia Pérez Cruz es la dulzura misma en el escenario, y en todo momento se mostró considerada hacia la audiencia, a quien explicó lo orgullosa y emocionada que se encontraba por venir a cantar a Granada. Si en este momento de la velada alguien todavía no había entrado en el universo sensitivo de Pérez Cruz, lo hizo seguro con la bella interpretación de No hay tanto pan.

Para continuar el espectáculo se incorporó al escenario el contrabajista Javier Colina, con quien la cantante ha grabado en varias ocasiones y a quien le une una estrecha amistad, que se tradujo en una complicidad musical solo existentes entre los buenos amigos. Juntos interpretaron Verde, La bien pagá, Ella y yo y The sound of silence, aunque sin duda uno de los momentos más emotivos fue la interpretación de Veinte años, que dedicó a su padre, a quien se la cantaba de pequeña.

Silvia Pérez Cruz y el contrabajista Javier Colina Silvia Pérez Cruz y el contrabajista Javier Colina

Silvia Pérez Cruz y el contrabajista Javier Colina / Carlos Gil

Y el dúo se convirtió en trío con la incorporación al cuadro musical del pianista Marco Mezquida, un virtuoso de su instrumento que en varias ocasiones intervino directamente sobre el clavijero para crear efectos sonoros muy a propósito para la música de Pérez Cruz. Juntos tocaron con agrado y sintonía, como si de una plácida cena entre buenos amigos se tratara. Comenzaron con Mañana, basada en el cancionero de Ana María Moix, a quien Silvia Pérez Cruz le tenía una gran admiración. Los tres continuaron con Asa Branca de Luis Gonzaga.

A solas con el piano, la cantante que desprendía dulzura y calidez en cada gesto, en cada palabra, en cada exhalación de aire, rindió otro homenaje a sus padres con Habanera. También Federico García Lorca fue homenajeado en varios momentos, como con la canción basada en el poema El niño mudo. Apoyada en el piano con porte elegante también interpretó un fragmento de la música compuesta para el Cyrano de Lluis Omar. Este periplo íntimo entre voz y piano concluyó con la Oración del remanso de Jorge Fandermole.

Para cerrar el espectáculo, que apenas fue un suspiro pese a mantener la atención durante más de dos horas de música, poesía y belleza, el trío al completo interpretó una serie de canciones con las que Silvia Pérez Cruz se ha ido encontrando a lo largo de su carrera, muchas de ellas de cadencia caribeña. Te vi llorar, la nana Belén, la canción ¿Quién serás? de Marta Valdés o La Tarde se sucedieron en un singular caminar por los recuerdos de la cantante, que concluyó su concierto con un triunvirato sensorial: Christus Factus est de Bruckner en una versión para voz y piano, Lonely woman en una vocalización sobre la música del saxofonista Ornette Coleman, y My funny Valentine.

El público, entregado desde el primer acorde, aplaudió tanto a la cantante y a sus compañeros en este viaje musical que no pudieron más que agradecer tanto calor y tanta pasión con una obra fuera de programa: el Pequeño vals vienés de Lorca musicado por Leonard Cohen, magníficamente revisitado por Silvia Pérez Cruz. Con los últimos tonos de la canción todavía flotando en el ambiente, entremezclados entre los centenares de manos aplaudiendo, la cantante se bajó del escenario, se situó en medio del patio del Palacio de Carlos V y, sola y sin amplificación, interpretó la más desgarradora e inspirada versión de Estrella de Enrique Morente, dejando constancia del amor incondicional que le tiene a Granada y sellando con este bello gesto la devoción que los que allí estuvimos siempre le tendremos, pues convirtió en mágica la noche granadina, e hizo posible lo imposible: que un ángel musical se hizo presente ante nuestros sentidos.

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