Festival Internacional de Música y Danza

El derecho a roce de Sílvia Pérez Cruz

  • La artista catalana estrena en un atestado Palacio de Carlos V un espectáculo diseñado para el Festival que finalizó con guiño granadino, 'Pequeño Vals Vienés' y 'La Estrella'

Tener derecho a roce. Entendiendo como derecho las ganas del otro y la potestad adquirida del uno para saciarlas. Es la historia de un reencuentro a cuatro bandas en Granada: tres músicos que alinearon sus encrucijadas por una sola noche y un público que es quien ponía las ganas de ser rozado. Sílvia Pérez Cruz, Javier Colina y Marco Mezquida, un trío eventual, un lío de una sola noche en Granada que revuelve sus sábanas para el estreno de un espectáculo diseñado ad hoc para el Festival de Música y Danza.

Cruz, Colina y Mezquida son viejos conocidos, han compartido escenario los unos con los otros bajo el nombre propio de una catalana que se ha acercado a multitud de géneros sin quedarse a vivir en ninguno. Ella forma parte de la música y por eso, y esta noche ha dado cuenta de ello, no quiere casarse con ninguno. El para toda la vida restringe demasiado.

Sílvia Pérez Cruz abarrotó el Palacio de Carlos V y lo hizo a su manera: discreta, sencilla y a base de gestos cariñosos con una multitud a la que no podía ver la cara nítidamente. El público esta vez estaba renovado, la media de edad bajó considerablemente y varió el estilo. Cientos de hipsters invadiendo el Festival y reciclándolo para asegurarse de que continuará otros 68 años más.

Comenzó de la mano de Morente. Que me van aniquilando y de ahí al cielo. Vestido blanco coloreado con el par de focos que el Festival le dedicó. El leve balanceo acompañaba a un recital mágico como pocos ha visto el Palacio. Porque a Pérez Cruz la acompaña la intimidad y también los elementos. La brisa moviendo el pelo de la cantante que asegura que no hace ejercicios de voz. Lo suyo es natural y espontáneo como las palabras que dedicó tras el primer combo de canciones. “Mi madre me ha dicho que aquí hay mucha sabiduría y que se conserva mucha magia”, dijo la catalana sobre Granada y el Carlos V. Continuó tras la petición del público para que hablara más alto y tras nombrar a Morente un aplauso espontáneo respondió a su guiño y a su agradecimiento por estar con ella anoche.

Líquida, hielo o burbujas de ebullición, la catalana pasaba por todos los estados del agua en una misma canción y lanzaba imágenes por todo el cielo circular del palacio. Recurriendo a temas actuales y volviendo a otros de discos pasados trazó una línea atemporal en la que la lengua no era un problema. Del español al inglés pasando por el portugués con sotaque brasileiro, que explotaba en belleza tropical.

Sílvia Pérez Cruz comenzó sola su recital. Forma parte de su embrujo verla en directo y no poder evitar emocionarse con sus giros imposibles, cuando ahoga la voz mientras agacha la cabeza o cuando la hace arder. No hay tanto pan fue la siguiente, éxito social que le valió un Goya y siempre el aplauso empático de los que escuchan. “Es indecente, gente sin casa, casas sin gente” y una ovación ahogada por las ganas de que no dejara de cantar.

Después de ella llegaba el turno de Javier Colina que acompañó con el contrabajo a su amiga, que lo veía lejos en el escenario y se acercaron poco a poco. La popular Verde, del disco Domus, fue la elegida para empezar con Colina a la que siguió una copla enorme: Ojos verdes y vuelcos en los más de 1.200 corazones andaluces del palacio que se hicieron añicos con Lágrimas negras y The sound of silence. Juntos, Pérez Cruz y Colina, las miradas se hicieron canción y entre solos de contrabajo de fragancia cubana, dieron el toque jazz latino al recital un tema tras otro.

Mezquida a las teclas y cambiaba de tercio. “Músico precioso” lo presentó, que “toca como vive”. Y tocó con deferencia siempre, generosidad callada la de Mezquida que se reivindicó sin dejar a un lado esa elegancia del acompañante virtuoso. Mañana fue el tema elegido para abrir una parte final en la que los músicos hicieron de un recital puro gusto sin las pretensiones de la crema de la intelectualidad. No era necesario.

Llegaba el final y la catalana se deshizo en un puñado de canciones, hasta una de coro, pero no cantaba el Pequeño Vals Vienés, de textura doblemente granadina. Anunció la artista el final con la pequeña My funny valentine y el respetable pensó que se despediría en inglés. Pero todos, incluso los que pidieron a gritos la versión de Morente de la de Cohen, olvidaron que Sílvia Pérez Cruz está hecha de pequeños detalles que la hacen gigante. 

Despedida y cambio de luces. El azul eléctrico de una canción que dijo no soportar de pura belleza cuando la escuchó por primera vez. El Pequeño Vals Vienés llegó para romper el clima frío de despedida y hacer de un final algo rotundo y lleno de sentido. Por estar en Granada, por cantar por Morente al rescate de los versos de García Lorca. Apoteosis la de Pérez Cruz que sostuvo en sus quejíos más agudos los cientos de respiraciones.   

Acababa la canción con una ovación eterna pero eso no era todo. La catalana tenía que cerrar el círculo y llevarse consigo a los que aún no había conquistado del todo. La artista bajaba del escenario, sus músicos la miraban desde arriba y ya sin sonido conectado, a viva voz, Pérez Cruz hizo lo que los grandes hacen: el último gran roce con una versión con La Estrella, también de Morente. Por derecho. 

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