Letras hoy

Vida del poeta con la vista cansada

  • Luis García Montero entrega a sus lectores otro espléndido libro, 'Vista cansada', un poemario en el que hace recuento de su infancia granadina, la ciudades, el compromiso y la amistad

Luis García Montero (Granada, 1958) ha escrito otro hermoso libro de poemas que ha titulado Vista cansada, (Visor, 2008), un volumen que es un recuento personal desde la madurez, una relación de poemas cuyo carácter memorialista viene sugerido por el orden cronológico: la infancia, la ciudad y sus misterios adolescentes, la primera madurez, el amor más reflexivo que pasional (Habitación con vistas a tu cuerpo) y un epílogo en el que el poeta se coloca sus anteojos y se dispone a aguardar el futuro: "Pierde el tiempo sus llaves / y yo busco mis gafas, / para seguir aquí, / en las ventanas y las mesas, / con los años abiertos / al pie de la ciudad".

Lo primero que sugiere la lectura de Vista cansada es un juego de sentido elemental. La presbicia es un defecto de los órganos visuales; la vista cansada, en cambio, la podríamos definir abstractamente como una madurez de la mirada. O quizá como un proceso de fatiga de la capacidad de fascinación de la memoria. ¿Algo parecido al desencanto? Tal vez, pero no exactamente, pues este desaliento no significa obligatoriamente resignación ni renuncia.

La presbicia hace que las letras bailen y para enfocarlas la única solución es separarse de la lectura. Separarse no significa renunciar a la ocupación sino establecer o aumentar una distancia entre el ojo y el objeto. La presbicia se puede superar con lentes. La vista cansada es, por contra, una debilidad incorregible y la distancia necesaria para acoplar el enfoque es de carácter temporal: visión de la memoria..

La vista cansada es una perspectiva más elevada -sobre el pasado, sobre el futuro-, producto de la edad y, aquí entra Luis, de la percepción reiterada de las experiencias de la desolación: ese agotador "mundo extraño, prestigio del dolor, exactitud de la mentira". Un escepticismo que, sin embargo, no renuncia a la rebelión ni a las antiguas lealtades. Al contrario: "Me duelen / los finales injustos / que cierran nuestros ojos / porque somos cadáveres vivientas".

La infancia es, para el poeta que observa (y recuerda) con la vista cansada, un paisaje sereno donde aún permanecen los testigos principales, perfilados ahora con una nitidez o una imprecisión distinta: la propia ciudad, sus calles y los nombres. A esta sección pertenecen dos de los poemas más conmovedores del libro, los que dedica al padre (Coronel García) y a la madre. El padre, en el poema, es el hombre embebido en sus sueños pero siempre alerta para rescatar al niño de su ensimismamiento diferente. Los años, aunque acrecientan la ternura y el deseo de reparación, no resuelven las causas profundas de la divergencia. Hay un deseo de avenencia, de conciliación ("me gustaría darte / un momento de paz"), pero la fatalidad impone su duro designio: "Voy a decepcionarte también en mi vejez".

El otro poema citado, La madre, es la confesión de un resarcimiento, el cumplimiento de una promesa nunca empeñada, un viaje a París a modo de desagravio por la generosidad del tiempo y el cuidado recibidos; "Nunca guardaste mucho para ti. / Ni siquiera una noche, / una ciudad o un viaje". También ahí, en la sección inicial del libro, está la ciudad natal, Granada, como una presencia constante, aunque sea luego, en la siguiente -La ciudad que no quiso ser palacio- donde alcance su completo y múltiple sentido, como lugar y como espacio de encuentro: con la primera melancolía (representada en El caballero del otoño, envuelto en ecos de Lope: "La gala de mi vida / la flor del tiempo"); Lorca como ausencia, compromiso y memoria; la Universidad; el encuentro con Rafael Alberti y, por supuesto, la amistad y la apuesta política, representada en una suerte de oda elemental a la democracia.

Hay muchos más poemas sociales o políticos a lo largo del libro, como la segunda celebración de la democracia, junto con otros como el reconocimiento del magisterio de Jaime Gil de Biedma, la memoria del primer libro (Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn, de 1979), el empleo de profesor o el ascendiente de las ciudades (París, Madrid y La Habana). Colliure es un poema bellísimo (y político) que rememora la visita a la tumba de Antonio Machado en compañía de Ángel González y que es una extensión de una de las composiciones más estremecedoras del escritor ovetense, Campo santo en Colliure.

De los poemas de amor reunidos en la penúltima sección valga esta especie de reescritura de Le regrete d´Heraclite de Borges: "Imprevisible amor de muchos años. / Nadie besa dos veces / a la misma mujer". Hay muchos otros reconocimientos a lo largo del libro, incluido el preliminar, de raíz cernudiana, que apela a un lector del futuro y le agradece el rescate del olvido, una suerte de inmortalidad imperfecta: "Pero no me consuela / si yo no puedo recordar la vida".

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