El alma de América bajo las estrellas de la Alhambra

Un volcán de jazz, emoción y belleza sinfónica estalla en el corazón de la Alhambra en el primer concierto del Festival de Granada de este año

El Palacio de Carlos V acoge un concierto benéfico para arreglar el patrimonio granadino

William Eddins dirige la Orquesta Ciudad de Granada en el Palacio de Carlos V
William Eddins dirige la Orquesta Ciudad de Granada en el Palacio de Carlos V / Fermín Rodríguez/ / GPMEDIA
Daria Zelenska

Granada, 14 de junio 2025 - 03:33

La noche granadina se llenó de swing, jazz, emoción y sinfonía este viernes en el majestuoso Palacio de Carlos V, donde la Orquesta Ciudad de Granada, bajo la dirección y al piano de William Eddins, ofreció un concierto inolvidable dentro de la nueva edición del Festival de Granada. En la noche de la Alhambra coronada por la luna, el público fue testigo de un viaje vibrante por el alma musical de Estados Unidos a través de tres de sus más grandes iconos: George Gershwin, Leonard Bernstein y Duke Ellington.

Hay noches en las que el arte no solo se escucha, se respira. Se siente en la piel como un escalofrío que brota de las piedras milenarias y se disuelve en el cielo estrellado. Anoche, en el Palacio de Carlos V, la música americana —esa que bebe de las raíces más hondas y también de los sueños más modernos— se apoderó de Granada y la convirtió en un escenario universal.

Bajo la batuta y al piano del carismático William Eddins, la Orquesta Ciudad de Granada ofreció un programa de los que no se olvidan: un homenaje vibrante, sincero y profundamente emotivo a tres colosos de la música del siglo XX en beneficio del World Monuments Fund. Una causa noble respaldada por un repertorio monumental.

William Eddins dirige la Orquesta Ciudad de Granada en el Palacio de Carlos V
William Eddins dirige la Orquesta Ciudad de Granada en el Palacio de Carlos V / Fermín Rodríguez/ / GPMEDIA

La noche se abrió como una partitura mágica. La obertura de Strike Up The Band sonó como una carcajada irónica lanzada al viento, una sátira política transformada en pura vitalidad orquestal. Con la maestría de Don Rose y la energía eléctrica de Gershwin, los primeros compases pusieron al público en pie de guerra… pero una guerra musical, alegre y festiva, como un desfile de Broadway en pleno Generalife.

Luego llegó Porgy and Bess: A Symphonic Picture, y con ella, el alma profunda de América. Se abrieron las puertas de Catfish Row, y a través de las notas, llegaron las voces de los marginados, los cantos espirituales, los lamentos y las esperanzas. Era Gershwin, sí, pero también era el pueblo. La orquestación de Robert Russell Bennett tejió un tapiz sonoro donde cada hilo era una emoción, un recuerdo, un suspiro. La orquesta, impecable, se transformó en un coro invisible de vidas humildes, y Eddins en un narrador de epopeyas cotidianas.

Y entonces… Rhapsody in Blue. El piano, arrebatador, rompió el silencio como un relámpago. Eddins dialogaba con los metales, se deslizaba entre los vientos, se fundía con la percusión. Era Gershwin en su esencia más pura: audaz, romántico, contradictorio, genial. El público contuvo la respiración. Algunos cerraban los ojos. Otros sonreían con nostalgia. Porque Rhapsody no es solo música. Es un estado del alma.

Segunda mitad

Tras el intermedio, el telón imaginario volvió a levantarse para mostrarnos el Nueva York de los años 50. West Side Story llegó con toda su carga emocional, como una tormenta de amor y violencia, de prejuicio y esperanza. Las Danzas sinfónicas, en su versión orquestal definitiva, sonaron como un musical sin palabras, donde cada ritmo decía más que un verso y cada compás era un latido. Bernstein, siempre comprometido, siempre apasionado, dejó en ellas un retrato sonoro de una ciudad dividida, pero viva.

Eddins dirigía con el cuerpo entero, con gestos teatrales, con una sonrisa cómplice o una mirada de fuego. Era puro Broadway, pero también era pura Filarmónica. Los músicos respondían con precisión y alma. Las cuerdas lloraban, los metales rugían, la percusión marcaba los pasos de una danza que era tanto puertorriqueña como universal.

William Eddins dirige la Orquesta Ciudad de Granada en el Palacio de Carlos V
William Eddins dirige la Orquesta Ciudad de Granada en el Palacio de Carlos V / Fermín Rodríguez/ / GPMEDIA

Y cuando parecía que no podía haber más emoción, llegó Duke Ellington. Con A Tone Parallel to Harlem, el jazz entró en el palacio como un vendaval elegante. El swing acariciaba las columnas renacentistas, el ritmo hacía vibrar los arcos, y la esencia de Harlem —su luz, su sombra, su dignidad— flotaba sobre los asientos. Esta no era solo una pieza sinfónica: era un manifiesto, una declaración de orgullo afroamericano elevada al máximo nivel artístico.

La obra, encargada por Toscanini y grabada por primera vez en 1951, encontró en la interpretación de la Orquesta Ciudad de Granada un nuevo esplendor. No era fácil rendir homenaje a Ellington sin imitarlo, pero Eddins logró algo más: reencarnarlo, traerlo de vuelta por una noche y dejarlo hablar con toda su voz.

Cuando el último acorde se apagó en el aire cálido de la noche, el aplauso fue largo, sentido, casi reverencial. No era solo agradecimiento. Era una ovación a la música que rompe fronteras, que une culturas, que transforma auditorios en santuarios.

Granada vivió anoche una de esas veladas que justifican toda una temporada. Un concierto que fue más que un concierto: fue un puente tendido entre el alma americana y el corazón andaluz. La prueba de que la música, cuando es verdadera, no necesita traducción.

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