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36 años de controversia

CUANDO esta noche, sobre las diez, el grupo Kronnen acometa los primeros compases de su actuación, el Zaidín Rock cumplirá treinta y seis años de vida. Treinta y seis años que han corrido en paralelo a la historia de nuestra incipiente democracia, hoy atascada, y que de algún modo han sido reflejo de los encuentros y desencuentros, de los hallazgos y las torpezas de la confrontación política local. Su pervivencia en el tiempo y su carácter gratuito lo han convertido en todo un símbolo de una manera de entender la cultura popular y, sobre todo, de la sana dicotomía entre los que defienden la pertinencia de los eventos gratuitos y los que los cuestionan, y por extensión en un caso paradigmático de lo que deben ser los eventos subvencionados, y de las diversas posturas al respecto que desde posiciones ideológicas antagónicas se han venido manteniendo.

En esa controversia el Zaidín Rock ha sido demasiadas veces objeto de polémica y campo de batalla que ha soportado, so pena de su propia existencia, el fuego cruzado e interesado de unos dirigentes locales de miras estrechas y en general más pendientes de sus conveniencias partidistas que del interés general.

Convertido pues en ese símbolo de rebeldía y perseverancia de la Asociación de Vecinos Zaidín-Vergeles, -y asimismo de la empresa concesionaria de las barras, que si bien a veces ha asumido mayor capacidad de decisión sobre el propio festival de la que debería corresponderle, también es de justicia reconocer que ha sido la principal artífice de que haya podido celebrarse durante las ediciones en las que la retirada de los apoyos institucionales dejaban sin capacidad financiera a la Asociación para afrontarlo por sí misma-, el festival de rock ha sido el arma arrojadiza entre rivales políticos durante demasiados años en los que, apenas unos días antes de su celebración comenzaban los rumores acerca de su posible suspensión.

A las dificultades para conseguir financiación se ha sumado en los últimos años el problema de su ubicación. No resulta fácil encontrar un lugar adecuado para albergar, durante tres días consecutivos, hasta veinte mil personas, ofreciendo unos mínimos servicios, garantizando la seguridad y conciliando al mismo tiempo el derecho al descanso de los vecinos afectados por el ruido inevitablemente produce un festival de rock de estas dimensiones.

La puesta en marcha del Parque Tecnológico de la Salud, una zona de especial protección debido a la presencia de instalaciones hospitalarias con una creciente población de pacientes internos, ha venido a poner de nuevo en el disparadero la ubicación del certamen y a dejar con las vergüenzas al aire a unos dirigentes que se han desentendido, un año tras otro, de un problema que tenía la fecha claramente señalada en el calendario.

Hay quien sostiene que de haberse mantenido en la Plaza del Carmen el equipo encabezado por el popular Torres Hurtado, que nunca destacó por su empatía con el Zaidín Rock, al que veía como un semillero de votantes ajenos, la actual edición no habría podido llevarse a cabo. Una opinión que habría que poner en cuarentena dados los precedentes y la capacidad de supervivencia del festival, acostumbrado a encarar las dificultades y las zancadillas con una proverbial determinación, pero que evidencia la existencia de una corriente de gente bien relacionada contraria a su existencia. La ignorancia de algunos ha llegado a plasmarse en afirmaciones como que 'el rock no es cultura', y que retratan la retrógrada visión que algunos mantienen en el siglo XXI.

El caso es que con la llegada del nuevo alcalde socialista, y el esfuerzo de la organización, que ha puesto todo su empeño en controlar a través de una empresa especializada los niveles acústicos emitidos por los equipos de sonido, la celebración de la trigésimo sexta edición está garantizada, pero va siendo hora de que de una vez para siempre se busque con tiempo por delante una solución definitiva a la problemática de un festival que se ha ganado ese derecho.

Puede que el Partido Popular de Granada, siguiendo la táctica de su mandamás Rajoy, esperara que la desidia y el simple transcurrir del tiempo, que haría coincidir este mes de septiembre la actividad hospitalaria del PTS con la celebración del evento, acabarían por enterrarlo definitivamente, pero no contaban con la decisión judicial que sacudió la pasada primavera al consistorio y que acabó por provocar el cambio de gobierno.

El ventajismo sobrevenido del grupo popular, que ahora reclama al equipo de Paco Cuenca que solucione en dos meses lo que ellos no han sabido acometer en varias legislaturas resulta tan tosco que se desacredita por sí mismo. Las últimas medidas llevadas a cabo por la organización, como la de instalar una barrera acústica tras el escenario para reducir el impacto del efecto rebote del sonido, parece que, según la empresa encargada de hacer las mediciones y proponer medidas correctoras, dBA Acústica, con años de experiencia en el sector del aislamiento acústico, lograrán su propósito de minimizar el ruido que puedan recibir los pacientes de los hospitales cercanos, pero más allá de eso, a partir del 12 de septiembre la nueva corporación deberá confirmar su apoyo al festival gratuito más veterano de Andalucía afrontando, con un año de antelación, la búsqueda de una ubicación adecuada que no genere debate y una fórmula que permita su supervivencia y su independencia económica. Es lo mínimo que se le debería exigir a la autoproclamada Ciudad del Rock.

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