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El cine estilográfico

  • Frente a cineheridos que harían bien en no tocar el bolígrafo existen autores como Juan Vellido, que acaba de publicar en la Universidad de Granada 'Gentes de cine'

Para escribir sobre cine no basta con haberse dejado la retina en las mil y una pantallas en donde se derrama la miel dorada del Séptimo Arte (Para hacerlo bien, digo, pues para hacerlo mal bastan, como se verá, unas simples dosis de desidia y desvergüenza). Para escribir sobre cine, o sobre lo que se tercie, hay que conocer el argumento, por supuesto, pero además respetar esta madera antigua, la de las palabras, tanto como al destinatario natural de todo texto, el lector. Hay cineheridos que harían bien en no tocar el bolígrafo, o el teclado del ordenador, y desahogar su pasión por otros medios. Estoy pensando en el barcelonés Christian Aguilera, un crítico (llamémoslo así) instalado en la cinefilia más ramplona, un escribidor manirroto con una malsana inclinación por construcciones sintácticas tan rimbombantes como descoyuntadas, y un palabreo sonoro, qué importa si inexacto.

Con motivo del centenario de su nacimiento, Aguilera ha dedicado recientemente una monografía a Joseph Leo Mankiewicz. El libro provoca pasmo, rabia y vergüenza ajena, tal es el cúmulo de despropósitos. Nada más empezar, por ejemplo, Aguilera explica que "la pereza, cuando no el desconocimiento", son palabras suyas, ha llevado a un buen número de críticos (él dice "proporción", no "número") a pasar de puntillas por la etapa como guionista y productor de Mankiewicz y centrarse en su trabajo como realizador. Pues bien, dicho esto, Aguilera dedica poco más de una página a la labor como guionista del cineasta y apenas dos, de las doscientas cincuenta de su mamotreto, a su faceta como productor. La cuestión sería divertida de no ser patética. Si el resto de los críticos le merecen los calificativos de "perezosos" e "ignorantes" por descuidar esa filmografía de la que también él se escaquea, ¿cómo llamar a quien ve la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el propio? ¡Qué digo "viga"! Al pobre hombre le ha entrado el pajar entero en el ojo.

La pifia es el rasgo de estilo más característico de este turista en el mundillo de las letras. Sigamos con los ejemplos. En la página 37 de su monografía, Aguilera dice de Mankiewicz: "dada su prospección por historias que"; a ver, "prospección" es el acto de explorar el suelo y sólo con muchísima buena voluntad se interpretaría como "inclinación" o "preferencia". En la página 38 encontramos: "Mankiewicz aceptó la oferta de posicionarse tras las cámaras", pues debió de parecerle poca cosa un simple "ponerse tras las cámaras". En la página 40, habla de la edición "primigenia" de una novela en vez de "primera" u "original". En la pagina 58, se supera a sí mismo y escribe que cierta narración corta de John Klempner, publicada en 1946, está "catalogada de incunable hoy en día". Si no me equivoco -que pudiera ser-, quiso decir que dicho relato es difícil de encontrar en la actualidad. Aguilera ignora -éste es el verbo que mejor lo define- que el adjetivo "incunable" se utiliza exclusivamente para referirse a los primerísimos libros impresos, allá por el siglo XV, no para libros descatalogados. Me planto aquí, aunque podría seguir. Si uno goza de algún crédito, háganme caso, huyan de todo espantajo firmado por semejante "plumífero" (Aguilera es autor asimismo de una plúmbea y cojitranca monografía sobre Stanley Kubrick). A él le aconsejaría, en cambio, que viera menos películas y abriera más a menudo un diccionario. Sin rencor.

Por suerte, no faltan especialistas preocupados por lo que tienen entre manos. Ahí está el decano de la crítica cinematográfica en España, José María Latorre, un crítico sagaz y un notable escritor. Ahí están Antonio José Navarro o Tomás Fernández Valentí, dos autores singulares en la escena nacional, o Juan Vellido, quien, en ámbito local, está llevando a cabo una muy digna labor divulgativa. En el libro Gentes de cine, publicado por la Universidad de Granada, Vellido también rinde un breve homenaje a Mankiewicz y, aunque cometa el error de atribuirle el guión de unas películas en las que sólo intervino como productor, ofrece unas pocas reflexiones infinitamente más valiosas que las naderías de Christian Aguilera. Tres páginas bien hechas son preferibles a tres centenares escritas a la buena de dios.

Gentes de cine reúne cincuenta semblanzas o flashes sobre realizadores e intérpretes en los que Vellido, con encomiable claridad, hace una aportación, si bien pequeña, útil para el lector. Cabe destacar el retrato de primera mano de Juan Antonio Bardem, o el elogio a actores secundarios como Lola Gaos o Antonio Ferrandis, o una defensa ponderada de Pedro Almodóvar. Aunque España y Europa estén bien representadas, hay una clara propensión -que no "prospección"- por nombres señeros del Hollywood clásico: John Ford, Raoul Walsh, King Vidor, etc. ¿Qué tenemos, pues? Un libro sin grandes alardes ni pretensiones. Un libro honesto. Un libro ameno. Hago mío un axioma de Berlanga citado por Vellido. Si el valenciano sostiene que el cine no es un trabajo para señoritos sino para artesanos, escribir sobre éste exige al cronista menos tontería y más disciplina.

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