‘Lo contaron al mundo’: una nueva mirada en la batalla
Libros
Díaz Nosty recoge en un libro editado por Renacimiento las semblanzas de 200 periodistas extranjeras que relataron con emoción y empatía el horror de la Guerra Civil española.
Eva Díaz Pérez despoja al tiempo de sus capas en su biografía sobre Sevilla
En las crónicas que la rusa Elsa Triolet firmó para la revista parisina Regards sobre el sufrimiento de los republicanos españoles que cruzaban la frontera con Francia, derrotados por el rumbo que tomaba la Guerra Civil, la escritora se emociona al toparse con una niña que le corta el paso y que intenta atarse, con torpeza, “el cordón de un zapato sorprendentemente gastado”. Al contemplar a la pequeña, Triolet alberga el impulso de “sacarla de allí, llevarla a un lugar donde no lloviera y ponerle unos zapatos secos. Y darle juguetes y una muñeca. No se me permitió”, lamenta la narradora, que años más tarde sería la primera mujer que ganó el Premio Goncourt, y que ante la indolencia con que los franceses recibían a los vencidos en 1939 confiesa: “Perdí mi corazón frente a la estación de Le Boulou”.
Esa amarga toma de conciencia es uno de los múltiples testimonios que el periodista, investigador y docente universitario Bernardo Díaz Nosty recoge en Lo contaron al mundo. Periodistas extranjeras en la Guerra Civil, un libro editado por Renacimiento en el que el especialista reivindica a las mujeres que brindaron su mirada a la contienda en la prensa internacional, un grupo que en la tercera edición de este volumen se aproxima a unas doscientas profesionales, que pese a su “notable y valeroso desempeño profesional” serían expulsadas en su mayor parte de la bibliografía posterior. Esas reporteras, fotógrafas y autoras de memorias aportaron sin embargo, defiende Díaz Nosty, un nuevo enfoque al drama bélico, “poniendo de relieve que la crisis humanitaria no se encuentra únicamente en los frentes, ni el interés de la información radica solo en los espacios militares o en las dependencias gubernamentales”. La mirada femenina se detiene con “emotividad y empatía” en la población vulnerable, propone “planteamientos cercanos a la defensa de los derechos humanos”, expresa perturbación ante la barbarie.
El mismo año que cubre los Juegos Olímpicos de Berlín y deja constancia de la admiración rayana en el delirio que ciega a los alemanes con Hitler, la sueca Barbro Alving viaja a España y comprueba con espanto cómo “los civiles indefensos”, cuenta Díaz Nosty, “se convierten en objetivo militar”. En un artículo publicado en el Dagens Nyheter de Estocolmo con el rotundo título de Mujeres y niños en depósitos de cadáveres: una pesadilla, Alving describe angustiada los cuerpos sin vida que maldicen su suerte arrumbados en una morgue. “Y sin embargo”, señala la periodista, “lo más dramático en la escena no son las heridas, las mutilaciones y la sangre. Es la ropa andrajosa de mujeres que no tienen que ver con la guerra. Mujeres que podían estar fregando el suelo, lavando los platos, acariciando a un niño, chismorreando; nada que mereciese una muerte tan espantosa”.
La cercanía a la gente es una de las constantes en las crónicas y los textos que escriben estas autoras, en las fotografías que toman. La inglesa Valentine Ackland recordará cómo tras el Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en 1937 en Valencia, unas mujeres se les acercaban y les agradecían con lágrimas “que hubiesen viajado a España, contándonos lo que deberíamos escribir a nuestro regreso, y siempre terminaban con un ¡Viva la República! ¡Vivan los intelectuales!”.
Los relatos de estas mujeres reflejan que “la crisis humanitaria no se halla únicamente en los frentes”
Entre las semblanzas de Lo contaron al mundo están mujeres que pasarían a la posteridad como Martha Gellhorn, Gerda Taro, Simone Weil o Elena Garro, que en el libro declara la “confusión” que le generan los escritores españoles que conoce junto a Octavio Paz. “No son claros como Cervantes o como Pepe Bergamín que hacía frases brillantes, o Cernuda que permanecía plácido en la playa, o Miguel Hernández que hablaba de Josefina. Los demás eran personajes raros y hablaban un idioma inconexo y siempre tenían un secreto que guardar”, anotó Garro en sus Memorias de España, una cita que rescata Díaz Nosty. El conjunto también incluye a personajes imprevisibles como la estadounidense Jane Anderson, que se casará en España y pasará a ser tratada como la marquesa de Cienfuegos. Distinguida por las autoridades franquistas por su cruzada contra el comunismo, su vehemencia llegaría a los oídos de Goebbels, que la contratará para que divulgue propaganda nazi en programas radiofónicas en lengua inglesa, un episodio por el que la prensa norteamericana la señala como traidora a su país.
También se dan en estas páginas hondas reflexiones sobre la violencia, como el reparo moral con que Simone Weil se resiste a bromear junto a unos anarquistas sobre el asesinato de dos sacerdotes y constata abatida que se ha impuesto una visión desalmada del mundo. “Cuando sabemos que es posible matar sin riesgo de castigo o culpa, matamos; o al menos alentamos con sonrisas a los que matan”, concluye la pensadora francesa.
En el relato de estas periodistas, la vida se abre paso en la tragedia. La británica Francesca M. Wilson, que al coincidir con unos refugiados malagueños analfabetos en su mayoría anota que “durante siglos, la educación [en Andalucía] había estado en manos de la Iglesia, que prefirió mantenerlos en la ignorancia”, se emociona al ver cómo la esperanza irrumpe entre el dolor y unas mujeres bailan sobre los escombros, en las colas para conseguir comida.
No hay comentarios