Daniel Casares: "La moda tiene principio y fin, el flamenco no"
El guitarrista considera este arte como universal y una experiencia espiritual
Daniel Casares lleva a Granada un viaje sonoro desde Estepona hasta la Alhambra
El malagueño Daniel Casares, uno de los guitarristas flamencos más reconocidos de su generación, cumplirá 45 años en septiembre. Aunque le gustaría poder dedicar más tiempo a actividades como el ciclismo, que tanto disfruta, su apretada agenda de conciertos apenas le deja tiempo para descansar. Este verano está lleno de viajes y actuaciones: después de su actuación en Granada en el Festival de la Guitarra en agosto, tiene programada una gira por India, y luego continuará con sus conciertos por América Latina en septiembre.
En 2010 fue el único artista seleccionado para representar la Cultura Europea en la gala de la Exposición Universal de Shanghái, China. Ha trabajado con artistas como Cecilia Bartoli, Loreena McKennitt, Dulce Pontes, Toquinho, Chucho Valdés, Miguel Poveda y Alejandro Sanz. También compuso la música para la película española El Discípulo en 2010.
Pregunta.— ¿En su familia había tradición flamenca?
Respuesta.— No, en mi familia no había nadie que se dedicara al flamenco ni que fuera artista. Yo era el loco de la familia.
P.— ¿Y de dónde te viene esta pasión?
R.— Me volví loco con el instrumento. En mi casa siempre se escuchaba mucho el flamenco, como en buena familia andaluza. Pero a mí me gustaba mucho la guitarra. Mi padre compraba discos de Paco de Lucia, de Camarón de la Isla… Su música me llamó mucha atención desde pequeño.
P.— ¿Cuándo cogió su primera guitarra?
R.— Cuando tenía seis años. Era una guitarra que le tocó a mi padre en una feria en un pueblo en Cádiz. Empecé a dar clases con ocho años en la Delegación de la Cultura de Estepona.
P.— ¿Quién fue su primer profesor?
R.— Tuve varios. El primero fue Juan Manuel Rodríguez. Luego tuve Pepe Fernández, un profesinal guitarrista flamenco consagrado. A partir de ahí comencé mi propio camino, componiendo mis cosas, haciendo mi caminito y mi propia carrera.
P.— Usted compara tocar la guitarra con ir al gimnasio.
R.— Sí, hay que estudiar todos los días y ejercitarse físicamente. Hacer ejercicios, pero no solo de técnica de guitarra. Sobre todo, si se prepara para conciertos. La modalidad de concierto requiere dominar todas las técnicas, o la mayoría. Eso exige mucho esfuerzo diario. Es como hacer crossfit.
P.— ¿Cuántas horas le dedica al día?
R.— Estoy casi todo el día tocando prácticamente. Tengo el estudio en casa; desde que me levanto voy al estudio y trabajo allí. También tengo el estudio de grabación, con la capacidad de grabar en casa con tranquilidad.
P.— ¿Y cómo fue cuando usted empezó?
R.— Muchísimas horas. Llegaba loco desde el colegio a casa para coger la guitarra. Intentaba compatibilizar los estudios académicos con la música. Mi padre siempre estaba muy pendiente de que cumpliera con mis estudios, que era mi verdadera obligación. Cumplía bien y así ganaba tiempo para estar con lo que realmente quería, que era la guitarra.
P.— Y ese concurso que usted ganó siendo adolescente... ¿Es verdad que usted inscribió solo para conseguir una guitarra?
R.— Sí. Mi familia no podía comprarme una guitarra mejor, y yo la necesitaba. Vi que el concurso podía darme una salida, una posibilidad de ganar algo de dinero, y así fue. Afortunadamente, lo gané con la guitarra mala. Pero me había preparado mucho para ello.
P.— ¿Se preparó mucho para ese concurso?
R.— Sí, muchas horas. Ya iba incluso con composiciones propias con 16 años, que también fue un riesgo, poque en aquella época tocaban las piezas de grandes maestros. Al final, todo sumó para bien.
P.— ¿Y ahí usted sintió que podía crear su propia música?
R.— Es lo que más me gusta. Me encanta tocar y dar conciertos, pero lo que más me llena es componer, crear. Creo que la misión del músico es crear. Al final, el papel del músico no es sólo cumplir sus propios deseos, sino también cumplir los deseos que le son transmitidos. Somos transmisores; cuando recibo algo, entiendo que me ha sido enviado. Mi trabajo consiste en desarrollarlo bien, en trabajarlo, para que esté digno. Es un proceso maravilloso.
P.— ¿Y qué transmite al público cuando toca la guitarra?
R.— Intento que hagamos un viaje musical hacia los lugares que cada persona imagina y que le hagan feliz. Mi objetivo es crear esa conexión para que ese viaje sea más o menos posible.
P.— Su primer disco se llamó Duende Flamenco.
R.— Hice este disco con mucha ilusión; fue muy esperado, aunque también con mucho miedo. Tenía 15 años cuando lo grabé, y salió tres años después.
P.— Qué siente usted cuando toca la guitarra?
R.— La libertad. La música del flamenco es el lugar donde me siento libre, y esa libertad la encuentro a través del instrumento. No la encuentro en ningún otro sitio. Por eso, me siento feliz en este mundo. Desde muy pequeño me hallé con el flamenco; la música me llegó con tanta fuerza que descubrí que aquel lugar al que iba a través de la guitarra era donde realmente quería estar, y donde quiero echar el resto de mi vida.
P.— También ha escrito música para cine. ¿Le gustaría ser actor?
R.— Como actor soy malo, seguro, porque soy muy tímido (ríe). Pero sí, me gusta componer música para cine. Lo he hecho en alguna ocasión y me encantó. Es otro concepto, otra manera de contar historias.
P.— ¿Y esa música también es flamenca?
R.— Sí, no puedo evitarlo. Al final, mi música tiene el carácter flamenco sí o sí. Siempre hay algo de flamenco. Intento ser un poco melódico o sinfónico, y de todo hacer el buen trabajo.
P.— ¿Y cómo combina el flamenco con la música sinfónica?
R.— Toda la música tiene un punto de encuentro. Estamos empeñados en dividirla en géneros, pero al final solo hay dos tipos: música buena y música mala. Y en el mundo sinfónico, la música alcanza su máxima expresión y una magnitud increíble. Compuse una obra sinfónica dedicada a mi hija, La Laguna de Alejandra. Es una obra sinfónica de cuatro movimientos y, en realidad, es flamenca. Hay momentos donde se toca por soleá, bulería, fandangos… También hay momentos más sinfónicos y melódicos. La música está toda conectada.
P.— ¿Fue fácil colaborar con artistas como Cecilia Bartoli?
R.— Claro. He aprendido mucho de ella. Es una artista inconmensurable. Viendo cómo afrontaba ciertas cosas, cómo se enfrentaba a la música.
P.— ¿Y con Alejandro Sanz?
R. — Sí, produjo mi disco El ladrón del agua. También hice conciertos con él, toqué en su banda, fue una experiencia increible. Es un maestro de la música, un compositor admirado por todos. Estar cerca de él fue un privilegio.
P. — ¿Y Antonio Banderas?
R.— He tenido la suerte de actuar también en su teatro, el Soho de Málaga, acompañado por su maravillosa orquesta. Antonio es una persona increíble, muy especial, que siempre está al lado de los suyos. Solo tengo palabras de agradecimiento para él.
P. — ¿Le gustaría hacer más colaboraciones?
R. — Bueno, todo lo que se vaya pudiendo hacer, bienvenido sea. Siempre estoy abierto a colaborar con otros compañeros de la música.
P. — ¿Qué usted hace para mantener el buen humor? ¿Cómo alimenta su parte artística?
R.— Mi familia es mi alimento y mi apoyo constante. Los artistas vivimos muchos altibajos, y en esos momentos me refugio en ellos. Son mi sostén y me dan las alas para seguir volando.
P. — ¿Y a su hija, le ha transmitido algo del flamenco?
R. — Ella conoce la música y le gusta, pero yo no la influyo con el flamenco por obligación. Igual que yo tuve la libertad de elegir, quiero que ella también la tenga.
P. — ¿Tiene algún palo del flamenco favorito?
R. — Depende. Hay palos para todos los momentos, entonces todo depende del momento en que me encuentre.
P. — Muchos artistas buscan fama en el flamenco.
R. — El flamenco hay que saberlo y entender que no es una moda, es un clásico, pero no por el tiempo que tiene, sino por el tiempo que le queda. La moda tiene principio y fin; el flamenco no tiene fin.
P. — ¿No le da miedo que se difumine con tantas fusiones?
R. — No creo mucho en esa "pureza" que algunos venden. El flamenco es una mezcla de las culturas, músicas del mundo, ritmos. Nace de la mezcla de culturas. ¿Qué pureza van a defender, si todo viene del mezcla? Todos sabemos cuáles son las bases. Y dentro de eso, cada uno puede desarrollar su camino en la manera que mejor crea. No significa que todo me guste, pero todo es aceptable.
P. — Usted viaja con sus conciertos de flamenco por varios países.
R. — El flamenco es universal, no tiene fronteras. El flamenco es un viaje, y la gente lo siente. Les toca algo por dentro. Por ejemplo, ¿por qué no iban a entender a Picasso en China? Si arte es universal. Al final, es lo que te genera a ti. En un mismo concierto, una persona sentada a tu lado puede vivir una emoción muy distinta a la tuya. Cada uno hace su propio viaje. Tu emoción es tuya, sea donde sea.
P.— ¿Y por qué cree que el flamenco conecta tanto con la gente?
R. — Porque remueve por dentro. Porque hay algo que no se puede explicar con palabras.
P. — ¿Entonces es algo más espiritual?
R. — Sí, es misterio. Y no se puede perder. Hay momentos de catarsis en el flamenco. Pero no depende del flamenco en sí, depende de uno mismo. No siempre se logra, aunque lo intentes. No lo puedes planear.
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