Mística y oración constante

Devoción | Crítica

En 'Devoción', Pablo d'Ors propone su versión de 'El peregrino ruso', un clásico del cristianismo ortodoxo y de la literatura devocional.

Demonios, brujas, adivinos y otras hierbas

El sacerdote y escritor Pablo d’Ors (Madrid, 1963). / D. S.

La ficha

Devoción. Pablo d’Ors. Galaxia Gutenberg. 232 páginas. 15,90 euros.

Con Devoción, el escritor y sacerdote Pablo d’Ors (Madrid, 1963) recupera y adapta en clave personal la versión clásica del cristianismo ortodoxo recogida en El peregrino ruso, uno de los libros esenciales de la literatura devocional.

La primera parte, más literaria, recoge la versión que el autor realiza sobre la idea de la oración constante y la figura del peregrino errante (el strannik), que camina y ora sin cesar por la vastedad de una Rusia decimonónica. En la segunda parte, el lector hallará una suerte de ensayo sobre la oración constante (en la línea de Pablo de Tarso y su “orad sin cesar”, expresado en su primera carta a los tesalonicenses). Estas líneas entroncan, como sabrá deducir el lector de la obra dorsiana, con su idea espiritual sobre la meditación, el silenciamiento y la oración del corazón. Devoción remite por ello a Biografía del silencio, el celebérrimo opúsculo escrito por el autor, y, en parte también, a Entusiasmo, donde se nos hablaba en clave autobiográfica acerca del fulgor interior ante la llamada de Dios.

D’Ors ha adaptado sólo la primera parte de El peregrino ruso. La segunda, más canónica, carece a su juicio de la pureza naif que imbuye al protagonista en su busca de Dios a través de la invocación a Jesús de forma constante: “Señor mío Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de mí”. En el pietismo ortodoxo el peregrino recibía el nombre de strannik y el guía espiritual era el staretz, al que todo caminante hacia Dios pedía consejo práctico para la realización de la oración constante al margen de toda vicisitud.

Acompañado de su Biblia y de la Filocalía (suma de textos escritos por los Santos Padres orientales del siglo IV), el peregrino decide despojarse de todo y emprender con desnudez absoluta un libre camino de trascendencia, pero que se verá sembrado de dudas y avatares no siempre gratos, y que pondrán a prueba su tesón como caminante y orante.

Aunque secundario en esencia, hoy por hoy, con la guerra de Ucrania tronando de fondo, sorprende un tanto comprobar cómo el peregrino, procedente de Orlov, en Rusia central, muestra su intención de llegar a Kiev, por ser este el lugar hermano donde se veneran los santos iconos más reverenciados (no es un fin en sí mismo, pero sí parte de la meta). El paisajismo y la geografía no dejan de ser elementos secundarios en el cuento, pero no deja de sorprender, repito, que sea Ucrania parte de la cuna espiritual del cristiano ortodoxo en aquella Rusia imperial del siglo XIX. El intento del peregrino de viajar a Jerusalén no fructifica, lo cual le lleva a seguir recorriendo la vastedad del país, donde extensas regiones se hallan pobladas por judíos (estos detalles sí aparecen en la segunda parte del libro que, como queda dicho, no aborda Pablo d’Ors en Devoción).

Como en la práctica interior del silencio, también en la oración incesante anida la meditación a través no del intelecto y sí, sobre todo, de las pautas del cuerpo. La recitación con la lengua, los pasos, la respiración al inspirar y al espirar. Sólo así pueden llegar a entonarse 12.000 plegarias al día, en todo tiempo y ocasión, pues el peregrino, evadido pero sin olvido del prójimo, se halla en el mundo pero fuera del mundo.

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