Muros que hablan de quienes están adentro
La Residencia Perpetuo Socorro de Santa Fe decora sus muros con retratos de sus usuarios, acompañados de un código QR que animan las imágenes
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“Yo no sé leer eso” exclama Salvador Molina cuando Franco Rivero le aproxima un código QR y evidencia, sin ser consciente, la brecha generacional que separa a ambos. El primero supera los 90 años y aprendió a leer con los antiguos calendarios en una época en la que gran parte de España era analfabeta; el otro, en la veintena, se ha criado en una sociedad tecnológica y para él un código QR es lo más habitual. Sin embargo, pese a los casi 70 años que los separan los dos son amigos y han estrechado lazos durante el trabajo para pintar el mural que decora ahora los muros de la Residencia Perpetuo Socorro, en Santa Fe, donde están inmortalizados Salvador y otros usuarios del edificio.
El mural, de 21 metros, pretende precisamente eso, servir de puente entre dos generaciones, por eso el código QR que sostiene Rivero acabará incrustado en la pared para que quien visite los alrededores de la residencia pueda escanearlo y dar vida a las imágenes, que contarán su historia, una historia de un tiempo no tan lejano, aunque lo parezca.
Es el caso de Salvador, el único que de momento cuenta con este privilegio–animar los distintos dibujos lleva tiempo y aún faltan varios retratos por completar–, quien destaca la importancia de ser buena persona y ayudar a todo el mundo, un credo con el que comulga y a mucha honra.
De su pasado en el ejército, recuerda haber enseñado a los soldados analfabetos a leer. “La alegría más grande era verlos con una novela. Era una gran alegría ver leyendo a un muchacho que hace unos meses no sabía leer”, valora Salvador, quien recuerda cómo en uno de aquellos calendarios que fueron su profesor de lectura aparecía una frase de San Pedro que refería cómo “Jesús pasó por la Tierra haciendo el bien”, una máxima que él se aprendió y nunca olvidó.
Gracias a eso, Salvador asegura tener “la conciencia limpia” y poder “dormir tranquilamente por la noche”, al igual que Dominica Gómez, que junto a su marido puso una academia en Calle Alhamar. Ella, en el sótano se encargaba de enseñar mecanografía a los jóvenes para que, cuando empezaran la mili, los pudiesen destinar a un puesto más seguro, ante el temor de sus madres. Unas madres, como reconoce ahora Dominica, no tenían dinero para pagar esos cursos, pero ella, fruto de esa generosidad que comparte con Salvador, hacía la vista gorda. “Yo he regalado tantos cursos de mecanografía que si mi marido lo supiera me retiraba la palabra”, afirma provocando la risa de sus compañeros.
La suya es otra de las historias inmortalizadas en un mural que busca “transmitir el legado” de los usuarios de la residencia, como explica Cinthia Lareu, integrante de la asociación Juventud con una misión, donde también participa Rivero, y que fueron en cierta medida los impulsores de la idea. “Hace dos años nos pusimos en contacto con la residencia porque caminando por fuera pensamos que sería bonito que los muros hablen de la gente que está detrás de ellos”, explica.
Fue así como inició una andadura, mano a mano con la residencia, que les llevó hasta Estados Unidos, con Marcelo (Uriah Marcellus Hammond), que finalmente fue el encargado de pintar el mural, pero también de darle vida a través de las preguntas –previa traducción– que se hacía a los distintos usuarios y que cobrarán vida gracias a la tecnología.
La pregunta, interviene Inma Molina, trabajadora social, fue clara: “cuéntame algo que te conecte con algo muy feliz” y los distintos protagonistas fueron rememorando su infancia, lo cual fue grabado y ahora está siendo adaptado para poder cobrar vida en el smartphone de quien pase por delante de los muros de la residencia.
Para Dominica, aquel recuerdo feliz era cocinar para su familia, y así aparece en el mural, con un perol y un delantal; y para Concha Martínez, que aparece tejiendo, era la empresa de mantillas que tenía su madre y posteriormente ella heredó. Aún hoy, destaca con cierto orgullo, su hermana sigue tejiendo pese a haber superado ya los 80 años.
Ya con todo preparado, los miembros de Juventud con una misión acudieron al centro para grabar a los protagonistas. Uno de ellos era, de nuevo, Franco Rivero, quien pese a la edad que le separa ve en ellos una realidad no muy lejana. El mayor de cinco hermanos, a Rivero le tocó durante parte de su vida ser los ojos de su abuelo, cuando este perdió la vista, “así que prácticamente lo que hacía mi abuelo lo hacía yo y para donde iba mi abuelo, iba yo”, explica, lo que hizo que se empapara de las vivencias de su abuelo, que se crio en una zona rural (de “campo, campo” puntualiza Rivero), por lo que en cierto sentido siente como suyas las vivencias que después escuchó de los ancianos.
Ahora Rivero sigue siendo, en cierto sentido, los ojos de alguien, y se encarga de que Salvador, quien pese a la insistencia de todos aún desconfía de que un código QR se “lea”, pueda ver qué ocurre cuando se escanea.
“Es fácil”, arranca Rivero, basta con enfocar con la cámara del móvil el código y posteriormente enfocar a la imagen de Salvador, inmortalizado leyendo un libro. Pero la suerte no está con el joven y la prueba no sale bien, Salvador tendrá que esperar a que vengan sus nietos y con sus teléfonos móviles le enseñen cómo su retrato empieza a pasar las páginas de ese libro.
También tendrán que esperar quienes pasen por los alrededores de la residencia, situada en Avenida de América. Para evitar futuros actos vandálicos, el mural se va a cubrir con un barniz especial “antigraffitis”, relata Inma, y posteriormente se colocarán los distintos códigos acompañando las imágenes de los protagonistas, también protegidos frente a las inclemencias.
Todo ello con el objetivo de que ese legado que apuntaba Cinthia se conserve, que los muros de la residencia conserven el recuerdo de sus usuarios y que este se pueda transmitir hacia las generaciones futuras, como las de Rivero, o como las del resto de jóvenes de Santa Fe, que puedan escuchar las voces, y las vivencias, de quienes habitan al otro lado.
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