Música y espiritualidad

El Coro Tomás Luis de Victoria y la Málaga Camerata interpretaron un emotivo Requiem de Gabriel Fauré en la Catedral de Granada

Virtuosismo y esencias de La Habana

Un momento del Concierto en la Catedral.
Un momento del Concierto en la Catedral. / Juan Ojeda
Mercedes Castillo Ferreira

Granada, 02 de noviembre 2025 - 14:26

El pasado sábado se inauguró el XVI Ciclo de Música y Tiempo Litúrgico, que dedicó su primer concierto a los Fieles Difuntos. Para la ocasión se programaron dos obras de enorme espiritualidad del compositor francés Gabriel Fauré, en una inspirada y emotiva interpretación del Coro Tomás Luis de Victoria y la Málaga Camerata. El concierto, organizado por el Centro Cultural del Arzobispado de Granada, en colaboración con la Asociación Amigos de la OCG, congregó en la metrópolis granadina a más de mil personas, que en el día de todos los Santos vibró exuberante y espléndida en su grandeza haciendo las delicias de quienes tuvieron la suerte de poder acceder al templo.

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Catedral de Granada: Ciclo Música y tiempo litúrgico. Programa: Gabriel Fauré, Cantique de Jean Racine op. 11 y Requiem en Re menor op. 48. Coro Tomás Luis de Victoria (Pablo García Miranda, director). Málaga Camerata (Santiago Otero, director). Solistas: Ana Gallegos (soprano) y Pablo Corbí (barítono). Director: Santiago Otero. Lugar y fecha: Catedral de Granada, 1 de noviembre de 2025.

Este concierto abre una programación centrada en explorar el amplio y maravilloso repertorio musical asociado a los distintos tiempos litúrgicos, y contó con la presencia del Arzobispo don José María Gil Tamayo. En palabras de Don Eduardo García, Deán de la Catedral, este concierto supuso una invitación para celebrar el día de los Santos y de los Fieles difuntos a través de la música. En este sentido, la elección del repertorio por parte del Coro Tomás Luis de Victoria y la Málaga Camerata no solo resultó muy oportuno, sino que además constituyen dos páginas de las más inspiradas y conmovedoras dentro del repertorio religioso.

El Coro Tomás Luis de Victoria es una formación granadina que lleva casi tres décadas dedicado a la recuperación del patrimonio musical y su interpretación dentro de un contexto historicista, labor que realiza con enorme respeto hacia el repertorio y con una aproximación del más alto nivel. El preciosismo sonoro de esta formación se debe, principalmente, a la cuidada dirección de Pablo García Miranda, musicólogo y cantante de dilatada trayectoria, que ha sabido aunar en esta formación coral a un conjunto comprometido con la interpretación musical al más alto nivel y dentro de una contextualización histórica y litúrgica siempre cuidada y de enorme coherencia. Para esta ocasión estuvo acompañado por la Málaga Camerata, conjunto instrumental con el que en el pasado ya han dado varios conciertos y que está dirigido por Santiago Otero, quien para la ocasión se hizo cargo de la dirección de todo el conjunto.

Programa

La primera obra fue el Cantique de Jean Racine op. 11, que supuso una ocasión privilegiada para reflexionar sobre la vitalidad de la música sacra francesa a finales del siglo XIX, pero también sobre la capacidad de un conjunto coral y orquestal para dialogar con un espacio acústico tan imponente —y tan exigente— como la Catedral de Granada. Esta obra fue compuesta cuando Fauré apenas tenía 20 años y acababa de concluir sus estudios en la École Niedermeyer. Es una obra temprana, pero ya contiene todos los rasgos que asociamos con su madurez como un refinado sentido melódico, armonías que huyen del drama para buscar una luminosa espiritualidad, y una escritura coral fluida e íntima. El texto de Racine, traducción de un himno latino, es una plegaria que pide la iluminación divina. A partir de estos versos, la música de Fauré envuelve su contenido con una sensación de calma profunda, con un tono devocional muy personal, que fue magníficamente puesta en atriles por la formación.

El Réquiem en Re menor op. 48, por su parte, representa una de las cimas del repertorio coral occidental. A diferencia de otros réquiems célebres —como los de Mozart, Verdi o Berlioz— Fauré se aleja del dramatismo apocalíptico para ofrecer una visión serena de la muerte. Para ello suprimió la tradicional secuencia del Dies Irae y añadió el responsorio “In Paradisum”. Él mismo dijo de su obra: “Se ha dicho que mi Requiem no expresa el miedo a la muerte, e incluso alguien lo ha llamado una nana de la muerte. Pero así es como yo veo la muerte: como una liberación dichosa, una aspiración a la felicidad, más que como una experiencia dolorosa”. A la sombra de esta colosal obra coral se encuentra la triste experiencia de varias importantes pérdidas personales, entre ellas la de su padre y después la de su madre. Sin embargo, más que un gesto de dolor, este Requiem es un acto de consuelo. Su carácter se aleja de cualquier gesto teatral y, en cambio, abraza la ternura, la esperanza y la luz. Por ello, la versión que se interpretó de 1889, con orquesta reducida, es más íntima y, quizás, la más coherente con la estética que Fauré quiso proyectar.

La decisión de interpretar ambas obras con una orquesta de cámara dotó al concierto de una frescura especial. Frente a versiones sinfónicas de gran aparato, la lectura de la Málaga Camerata permitió la transparencia de las líneas, y un equilibrio natural con el coro, que nunca fue sobrepasado. Uno de los puntos más destacables de la actuación fue el buen desempeño de las trompas. En Fauré, este instrumento tiene una función especialmente expresiva: enmarca momentos de transición, sostiene la armonía y aporta un color noble sin imponerse. El director mostró un dominio admirable sobre el conjunto. Su gesto fue claro y muy consciente de las necesidades acústicas del espacio. Dirigir en la Catedral de Granada no es tarea sencilla: la reverberación prolongada exige una planificación precisa de tiempos, respiraciones y dinámicas.

Un detalle hermoso y significativo fue que los dos solistas —soprano y bajo— provenían del propio Coro Tomás Luis de Victoria. Esta decisión aportó una coherencia estilística notable pues sus voces emergían no como elementos externos, sino como prolongaciones naturales del tejido coral.

En el "Pie Jesu” la soprano Ana Gallegos destacó por un timbre especialmente delicado, luminoso y redondo, idóneo para esta página. Su interpretación evitó cualquier dramatismo innecesario; se mantuvo serena, casi suspendida, logrando que este canto fuese un auténtico momento de oración musical. Por su parte, el barítono Pablo Corbí, que asumió el “Hostias” y el “Libera me” la parte solista, exhibió una voz con proyección firme y potencia controlada. La acústica catedralicia jugó aquí a su favor: su timbre se expandió con nobleza, sin perder nunca la inteligibilidad del texto.

El Coro Tomás Luis de Victoria, por su parte, ofreció una actuación de gran nivel, demostrando profesionalidad, atención al texto y una flexibilidad dinámica admirable. Uno de los mayores logros del coro fue su capacidad para modular dinámicas con sutileza pese a la reverberación del recinto. En el “Kyrie”, por ejemplo, las dinámicas suaves fueron manejadas con mucha delicadeza, permitiendo que los crescendos surgieran con naturalidad, sin brusquedades. El “Agnus Dei”, por su parte, mostró un trabajo refinado de planos sonoros, donde las voces internas —especialmente tenores y altos— mantuvieron una presencia no invasiva. El empaste global del coro fue sobresaliente. Las voces se fundieron con una claridad que suele ser difícil de lograr en contextos litúrgicos con reverberación tan larga. Fauré pide una expresividad serena, sin gestos grandilocuentes, y el coro supo mantenerse fiel a esa estética. La interpretación evitó el sentimentalismo excesivo y abrazó una espiritualidad contenida, luminosa y profundamente respetuosa con el estilo del compositor. A ello se unió una precisa dicción del texto, articulando las consonantes con énfasis suficiente para que el texto no se perdiera y expandiendo las vocales hasta sublimar la línea melódica.

Uno de los momentos culminantes del Réquiem es el "In Paradisum", que Fauré escribió como un susurro de esperanza, un adiós luminoso y casi etéreo. La interpretación fue sobresaliente: las voces sopranos llevaron la línea principal con una ligereza angelical, mientras el resto del coro tejía un colchón sonoro que parecía flotar en el aire. El resultado fue un cierre que dejó al público en un silencio reverente antes de estallar en aplausos. La prolongada ovación, que resonaba en una Catedral rebosante, persuadió al conjunto para ofrecer como bis, fuera de programa, la famosa Pavana de Gabriel Fauré.

En definitiva, este concierto del Coro Tomás Luis de Victoria de Granada y la Málaga Camerata fue una demostración de sensibilidad y amor hacia la música religiosa Gabriel Fauré. El resultado fue una velada profundamente conmovedora, en la que la serenidad espiritual que caracteriza a Fauré se unió a la frescura de una interpretación que, aun realizada con una plantilla instrumental reducida, supo llenar el recinto con un sonido cálido y de notable coherencia estética.

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