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El retorno de la danza

  • El Ballet y la Orquesta del Teatro Stanislavsky llevan al escenario del Generalife la obra 'Giselle', de Marius Petipa

 Noche algo más fresquita, sin el calor sofocante de los últimos conciertos y lleno absoluto en el teatro del Generalife, donde anoche no cabía un alfiler. Público bastante homogéneo, típicamente del festival, con menos presencia infantil de la que suele ser habitual en estos ballets clásicos, y alguna pincelada de turismo cultural extranjero, cuya presencia se está dejando notar en esta edición del certamen. Personajes ilustres también entre el respetable, como la reina de Bután y el ministro de la Presidencia Ramón Jáuregui, que entró al teatro acompañado por el director de la muestra musical, Enrique Gámez. Todos disfrutaron de una estupenda velada de danza, sotenida sin más artificio que el sensacional trabajo coreográfico de la compañía rusa, dibujado contra los jóvenes cipreses del teatro remodelado hace poco. Y sostenido también por el excelente trabajo de la orquesta de la propia compañía, a la que hay que atribuir parte del éxito.

La de anoche supuso el retorno de la gran danza clásica, en el mejor sentido de las palabras, al Teatro del Generalife, donde tantas noches imborrables ha dado este género al público del Festival. A la que habrá que sumar la resurrección de la eterna Giselle que anoche volvió a morir y renacer en los jardines de la Alhambra. Tantas veces se ha dicho que este ballet es la culminación de la danza romántica, y tantas veces hemos visto a su heroína pasear por las noches del Festival envuelta en tutús un tanto decadentes, que la de ayer se nos antoja una representación algo sobria, afortunadamente. El propio vestuario era un ejemplo de esta característica, y no es que faltaran los tutús, pero la representación dramatúrgica nos ahorraba esas purpurinas y diademas tan características de un cierto ballet del Este. Lo mismo en el desnudo decorado, lo que hacía resaltar la pureza del gesto coreográfico contra la noche oscura del Generalife. 

 

Y no es que faltara esa magia de mundo de hadas tan propio del ballet clásico, y tan buscada por el público, pero se mostraba contenida, sin exceso de adorno, lo mismo en el traje que en la coreografía, y en ese fondo destacaba mejor el desarrollo dramático de la historia de la aldeana engañada por un noble y muerta de amor, que renace como espíritu del bosque para vengarse para acabar rescatando a su amado y a la propia pureza del amor. Sin duda lo más característico del Ballet del Teatro Stanislavsky es la aplicación a la danza de ese principio de realismo y verosimilitud que preconizaba el teórico teatral ruso. Si como quería Stanislavsky el actor no debe interpretar sino convertirse en el personaje, es verdad que los bailarines y bailarinas de la compañía rusa huyen de ese hieratismo tan peligroso y distanciador de los grandes divos de la danza, para ofrecernos a los personajes humanizados, y por eso más próximos, más cercanos. Muchos corazones jóvenes volvieron a vivir anoche en el Generalife ese cuento de hadas del amor eterno gracias a la pericia y perfección técnica de una compañía excelente. 

 

En consonancia con la filosofía del teatro Stanilavsky que acoge a esta compañía de ballet, hay que destacar las capacidades actorales de los bailarines, el gesto de la danza, que roza a veces la pantomima, como en la escena inicial, pero sin perder nunca la esencia coreográfica. En esta capacidad para transmitir el argumento más allá de la danza acaso sobresale la principal bailarina Natalia Somova, como una Giselle sensible, casi frágil, elegantísima.

 

Hay que destacar también, sin duda, la precisión y belleza del cuerpo de baile y de la escenas corales.

 

El espectáculo se engrandeció mucho con la presencia, en el coso y en directo, de la Orquesta del Teatro Stanislavsky bajo la dirección de Felix Korobov. Es altamente llamativa la diferencia que hay entre un ballet con música grabada previamente (lo que se suele llamar 'música enlatada') y lo que es una orquesta tocando en vivo.  La orquesta cumplió con creces su cometido en la obra.

 

En resumen, una gran noche para la danza que el público, que aplaudió muchas veces a lo largo del espectáculo, terminó rubricando con una gran ovación.

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