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La sobriedad siempre gana (aunque a veces no triunfe)

Terror, EEUU, 2013, 100 min. Dirección: Kimberly Peirce. Guión: Roberto Aguirre-Sacasa. Fotografía: Steve Yedlin. Música: Marco Beltrami. Intérpretes: Chloë Grace Moretz, Julianne Moore, Judy Greer, Ansel Elgort. Cines: Cinema 2000, Serrallo Plaza, Kinépolis, Artesiete Alhsur

Buena idea la de confiar esta nueva versión de Carrie (no la llamo remake porque no considero que lo sean las distintas versiones de un texto novelístico o teatral) a una directora con personalidad propia, capaz de recrear lo atractivo de la trama de Stephen King y el efectismo imprescindible que el público espera de estas películas. Pero también capaz de añadirle una dimensión latente pero no explícita en la novela -interpretándola más que adaptándola- que enriquece la historia creada por este enigmático escritor, tan genial inventor de tramas como tosco prosista. La inteligente y poco prolífica Kimberly Peirce -Boys Don't Cry (al fin y al cabo también una historia de conflicto con el cuerpo) y Stop Loss- se ha apropiado del relato para llevarlo a su terreno. Ignorando la celebrada, en su día exitosa y muy influyente versión de Brian de Palma, realizador desigual con el que el tiempo está siendo implacable (con las excepciones de Los intocables, Misión Imposible y, sobre todo, Corazones de hierro). Aunque el juicio sobre las dos versiones variará según se aprecie o no a de Palma, porque hay quien llama estilo a su barroca-yeyé pirotecnia visual sobrada de tics.

Personalmente prefiero el estilo sobrio y elegante de Peirce, sus medidos y por ello eficaces movimientos de cámara, su frialdad que refuerza por contraste el horror de lo que cuenta. Y su tratamiento de la aversión al propio cuerpo, el pánico biológico, la inducida repugnancia al sexo, el miedo a los otros, la inseguridad de los diferentes, la deformación que la religión puede provocar cuando los fanáticos se apropian de ella. El añadido del ciber acoso entre los adolescentes refuerza la crueldad del cerco creado en torno a la protagonista. Y la irrupción de la violencia, el horror y la sangre, cuando Carrie descubre a la vez su feminidad y sus poderes, toma definitivamente el aire de una venganza ni tan siquiera querida o calculada en principio, como si fuera el movimiento reflejo de defensa de una naturaleza atormentada y físicamente débil pero mentalmente poderosa.

Juliane Moore hace una soberbia interpretación de la madre fanática: una máscara, a la vez, del mal y del dolor. Chloë Grace Moretz es una muy convincente Carrie, frágil y atormentada, que tiene la capacidad de expresarlo todo con su mirada animalmente desvalida. Pasará a la historia del cine -ya está en ella- la versión de De Palma, por su éxito en la decisiva década de los 70 y su enorme influencia en el cine de terror. Pero esta, que tal vez pase sin pena ni gloria y se olvide, es mejor por estar mejor interpretada y dirigida, ser más inteligentemente sobria y por ello mucho más dura que efectista; y por contar con dos extraordinarias interpretaciones que dan humanidad y densidad dramática a los personajes. No deja de tener su lógica que tres mujeres -Peirce, Moore y Moretz- cuenten mejor esta historia de mujeres.

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