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El temor y la alegría

  • La ONE se despidió anoche del Palacio de Carlos V con una propuesta que unió las tinieblas del esperado 'Requiem' de Ligeti con la luz gozosa de la 'Sinfonía nº 9' de Beethoven

El segundo concierto de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE), junto al coro de RTVE, dirigido ayer por el bienfamado director Josep Pons para el Festival Internacional de Música y Danza, fue un 'ying yang', el entrelazamiento de la oscuridad y de la luz, partiendo de las tinieblas de Ligeti para amanecer en el gozo de Beethoven. Fue un proceso que inquietó y despertó sensaciones muy profundas entre el público que abarrotó el Palacio de Carlos V (los dos conciertos de Pons fueron los que más rápido se vendieron en la taquilla del festival).

Pons corría un riesgo. Lo comentaba el público más entendido antes de entrar al monumento renacentista de la Alhambra. No es fácil programar una obra como el Requiem de György Ligeti, y como el propio Pons dijo a los periodistas el pasado viernes, tampoco es fácil combinar la Novena de Beethoven con otras obras. Así que el ex director de la Orquesta Ciudad de Granada y de la OCNE (el próximo año estará al frente de la Orquesta del Liceu de Barcelona) decidió apostar todo al rojo, y consiguió crear, de partida, una expectación inusitada. Además, la obra de Ligeti no había sonado nunca en el Festival de Granada. Si Pons lo había programado así, es que la unión merecía la pena.

De esta forma, en los oscuros terrenos del Requiem se asentaron los cimientos sobre los que levantar una catedral sonora como la legendaria Novena. Todo apoyado en unos coros y unas voces solistas que fueron protagonistas. Entró desde el más absoluto y pétreo silencio, desde la ultratumba, desde una contención tensísima, poco a poco el manto de voces inescrutable y contemporáneo del primer movimiento. En el segundo, la pesadilla empezaba a crear la compunción y la angustia que todo el público recordó asociada a 2001: una odisea del espacio de Kubrick -en la película aparecen fragmentos de este Requiem-, para en el tercer movimiento, el De die iudicii sequentia, dejar el protagonismo absoluto a la soprano Caroline Stein y la mezzo Charlotte Hellekant. El respetable agradeció con grandes aplausos -los artistas tuvieron que salir dos veces a saludar- el gran esfuerzo de los coros y las voces por interpretar una partitura inefable y muy complicada para ellos, dirigidos por Joan Cabrero y Jordi Casas.

Tras la catarsis generada por Ligeti, Pons continuó a través de su batuta con la segunda parte de su propuesta: La inmortal Sinfonía nº 9 de Beethoven, que con su Allegro entró sentenciosa y monumental por los pasillos del Palacio de Carlos V, posicionándose como un despertar tras el miedo onírico del Requiem. El Molto vivace insufló energía a esas horas de la noche y esperanza, y el Adagio apaciguó la tensión acumulada. Y las voces volvieron con el cuarto movimiento, la inolvidable oda a la alegría que reza así y que dotaba de significado a la idea: "¡Oh amigos, cesad esos ásperos cantos! Entonemos otros más agradables y llenos de alegría. ¡Alegría, alegría!". La declaración de intenciones quedó revelada y Pons volvió a triunfar.

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