La tortuga gigante
Festival Internacional de Jazz de Granada. Fecha: Viernes, 20 de noviembre de 2009. Lugar: Teatro Isabel la Católica. Aforo: Completo. 800 personas.
El último viernes de festival se presentaba como el más moderno de la actual edición, primero con la actuación del cuarteto del trompetista franco suizo Erik Truffaz en el teatro Isabel la Católica, y más tarde con la del italiano Nicola Conte y su Jazz Combo en el BoogaClub. Si había un día dedicado a satisfacer al sector de aficionados más interesado por las últimas tendencias, era éste. Al menos sobre el papel. La realidad, siempre tozuda, acabó por dejar claro que no todo es lo que parece ni las expectativas siempre se cumplen. Ambos son artistas emparentados con la música electrónica de contenido hedonista y en su día se vieron beneficiados por la ola de interés que el llamado Nu-jazz despertó entre un público joven arrastrado al género por el éxito de artistas como Saint Germain hace cosa de diez años. Truffaz, a pesar de ello, era un músico que, si bien había mostrado su inclinación a experimentar con ritmos electrónicos, ya tenía un largo recorrido que lo había llevado a participar en el Festival de Montreux en el año 91. Su concierto del viernes comenzó algo titubeante pero en el transcurso de las casi dos horas de música que desplegó su cuarteto, convenció a los más recalcitrantes con una actuación que no hizo más que crecer hasta la divertida lectura del Je t'aime de Serge Gainsbourgh con que se despidió. Y eso que él como trompetista muestra ciertas limitaciones. Más cómodo con las texturas, parece renunciar deliberadamente al fraseo y seguramente fue el único de los cuatro músicos que no despertó la admiración con sus solos. Tampoco lo pretende. Lo suyo se limita a componer sugerentes paisajes sonoros sobre los que el resto de la banda vuelca un volcánico torrente sonoro. Con un planteamiento más cercano al de banda de rock, o más bien de jazz-rock, el grupo abunda en los caminos mostrados por el Miles Davis de los trajes chillones y las gafas llamativas, el de In a silent way o Bitches brew. Y así Patrick Muller cumple sobradamente con el piano acústico, pero hace retumbar el teatro cuando pulsa las teclas de su Fender Rhodes hasta hacerlo sonar como una guitarra distorsionada a base de efectos. Marcello Giuliani es un bajista robusto, fibroso y absolutamente rotundo, mientras que Marc Erbetta, el más veterano compinche de Truffaz, maneja su batería con la precisión de un reloj suizo y la pegada de una apisonadora. Así fue hasta que fue poseído por un gato afónico, o tal vez por un glaciar. Eso parecía al menos cuando con el micro se dedicó a producir con su boca sonidos sobre los que luego el grupo al completo construía su nueva canción. Para entonces el público estaba rendido ante la avalancha de contundencia que cayó sobre el patio de butacas.
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