Análisis

juan PABLO LUQUE martín

Día 3: Lo que cuesta leer

Por unos medios responsables (no sé si existe ya el hastag, pero debería…)

Todos en la mesa. La tele apagada. Sin móviles -no por nada, están cargando-. Pablo termina los deberes de religión y, como siempre, Cayetana ha terminado antes. Cayetana es la rápida, la eficiente, la colaboradora. Pablo es ternura, sonrisa, un beso (y también el que vive en su mundo). Y Nacho… Nacho es el mayor. Se nota. Se desarma si a sus hermanos les sucede algo. Todo responsabilidad, el volcán que igual de rápido sube y baja, a medio camino entre mirarnos y quedarse, o emprender la ruta que su edad aconseja. Día tercero. Si le sumamos los tres del fin de semana, comienza a notarse. Saltan con más facilidad. La rutina cada vez es más rutina.

Las ocho sigue siendo buena hora. No sólo por el aplauso. Ahora también se suman las quedadas. Ha surgido una aplicación nueva. Para mis hijos es el Zoom. Para otros tendrá otro nombre. Quedan, conectan sus vidas, sus emociones, el alma, se sienten todos a la vez… Hoy están casi todos sus primos: Carmen desde Melilla, Ana que celebra su cumple… faltan algunos aún: Borja, Lucía… Los mayores van aparte. Ellos juegan, conectan, y no nos dicen nada. Sabemos que están, que se tienen: compañeros de clase, amigos, cada vez más amigas, los primos… Ley de vida. Aunque mamá loba no quiera entregarse a ello ni reconocerlo, es ley de vida.

Por lo demás, el virus sigue su camino. Últimamente optamos por no leer, por obedecer y cumplir las medidas. Pero no leer mucho. Me quedé en la cifra de 56.000 muertes previstas en España, en la de millones y millones de personas que irán al paro, en una infranqueable recesión económica. Duro compartir camino en estas circunstancias. Duro no saber cómo amanecerá. Pero más duro aún que los diarios vengan con agoreras y estúpidas previsiones que sólo conducen a una profunda depresión social.

Sentir miedo es humano. Tanto como llorar, sufrir, amar… tanto como esperar. Nos toca librar una guerra de calles vacías, una batalla de profundo silencio interrumpido tan solo por unos aplausos a las ocho. Podemos pensar en el sufrimiento humano, en el destrozo económico, pero siempre nos creeremos con fuerza para pensar que vamos a levantarnos. Podemos pensar en el encierro, en la soledad, en el plan de cada día. Pero lo que esta sociedad no dará cabida es a unos medios que sólo sepan ganar aceptación y adeptos, a través de mensajes a cuál más aterrador. Y si eso conduce a tener más lectores, abandonen el concurso y hasta la profesión. Imposible que su vocación pueda ser conducirnos a pensar que engrosaremos la cifra de muertos, o que después de esta batalla habrán quedado en el camino la mayor parte de nuestros seres queridos. Es su responsabilidad social, y no pueden hacer del dolor una línea editorial.

Las siete. Tocan juegos de mesa. Somos cinco y los cinco aprenderemos a disfrutar de esta hora como lo más divertido del día, como lo mejor que estábamos esperando. Piti es la leche. Yo estoy escribiendo, cascos y música incluida para poder aislarme un poco. Ella puede con todo. Son de otra pasta. Perdonen este arranque de machismo, pero en este encierro, es lo que pienso y siento cada vez más. Aquí estoy, claro. Pero sobretodo, aquí está ella. Y con ella, nada faltará. Seguro. Nada nos faltará.

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