Análisis

Francisco González García

Departamento de Didáctica de las Ciencias Experimentales

Dime, qué comemos

Resulta muy difícil hacer discursos coherentes y no caer en múltiples contradicciones

Gabriel García Márquez terminaba de escribir en enero de 1957, en París, su novela El coronel no tiene quien le escriba, publicada en 1961. Es una de sus primeras novelas cortas, escrita mientras sobrevivía en la capital parisina en años en los que aún no había alcanzado la fama posterior. Personalmente es una obra que me sedujo de principio a fin. Comienza con el acto cotidiano de hacer café, agotando las últimas cucharadas del bote que lo encierra, y acaba con la dura respuesta a la pregunta: ¿qué comemos? Los seguidores de Gabo saben la respuesta. Se presiente que ante la penuria del coronel y su esposa, de la que no sabemos su nombre pues siempre se cita como la esposa o la mujer, la respuesta sobre qué llevarse a la boca fuera la que ustedes saben.

Esta perífrasis inspirada en la obra del Nobel colombiano me surge ante la avalancha de noticias, informes y reportajes que vienen apareciendo en las últimas semanas. Ahora resulta que una de las razones del cambio climático es que comemos mucha carne, y lo dice nada menos que un comité de expertos de la ONU. El revuelo creado en diversos sectores llevó a matizar la cuestión. Lo primero es que las vacas no tienen la culpa, vayamos a mosquear a los animalistas, y lo segundo es que no se puede generalizar, y demás matices.

Podríamos pensar que el informe fuera aquello que llaman serpientes de verano, pero esa especie de noticia ya está extinta, al menos en este verano y por supuesto desde que existen las redes sociales que nos llenan de víboras y culebras durante todo el año. Tal como comentó un sufrido carnicero ante la "alcachofa" de una periodista: "eso es una tontería".

Esta "nueva tontería" forma parte del continuo goteo de consejos para salvar al planeta que nos van lanzando a los ciudadanos desde diferentes instancias, todas ellas muy respetables por supuesto. Empero, y mi crítica está escrita en este sentido, ¿no lo sabíamos desde ya hace mucho tiempo? Y no me refiero, tan solo, a comer carne o pescado ¿No sabemos que los culpables somos nosotros y no las vacas? Desde que como profesor hace más de 20 años comencé a impartir contenidos de educación para la salud y el consumo ya sabíamos muchas de las cuestiones que ahora parecen de perentoria necesidad.

Desde hace una generación se viene diciendo e informando: "Hay que reducir el uso de plásticos", y durante 20 años he ido viendo que, cada vez que hacia la compra, más y más productos vienen envueltos en ellos. Pareciera que lo que ha llegado a la población, en general, es que con reciclar es suficiente. Como todo se recicla, no importa seguir consumiendo más y más. ¿No sabemos que vivimos en una economía cuya primer axioma es el crecimiento? ¿No tiene que crecer de continuo el número de turistas que nos llegan para que todo marche? ¿No es fundamental que nuestros aeropuertos estén llenos a vuelos de bajo coste aunque sabemos que los aviones son el medio de transporte más contaminante?

¿No es básico que encontremos melones y cerezas en el mes de enero, transportados, por supuesto, en avión desde Sudáfrica o Chile? Y todo ello gracias, claro, a la economía de mercado. Y para reducir el consumo de carne te aconsejan el consumo de frutas y verduras. ¿De temporada o traídas en avión y envueltas en más plásticos? ¿Qué modelos de trabajo y familia permiten hacer compras casi diarias con productos frescos evitando esos problemas? Resulta muy difícil hacer discursos coherentes y no caer en múltiples contradicciones cuando se dan esos consejos para salvar el planeta.

Si dijera que lo de comer menos carne, vamos no comer carne, lo viene diciendo una vieja institución, léase Iglesia Católica, desde el siglo cuarto (alrededor del año 385), pensarán ustedes que "ya estamos con lo de cualquier tiempo pasado fue mejor" y que por supuesto soy de lo más retrógrado. Lo de la Cuaresma también tenía su truco, por supuesto, y era una costumbre para una sociedad donde la escasez y las carencias eran continuas. No es eso, sino que pareciera que conjugar los verbos reducir y disminuir son anatema económico. Por ello, ante la pregunta: ¿qué comeremos? La respuesta puede que termine siendo: Mierda.

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