Análisis

Joaquín Aurioles

Europa y su dilema existencial

El pasado se esfuma y desaparece, pero hay cosas que se resisten y regresan cada cierto tiempo del subconsciente individual o colectivo, empeñadas en no dejarnos en paz. Es el caso de la crisis existencial de la Unión Europea y su periódica necesidad de replantearse su futuro. La última vez fue en 2017, con motivo de la elaboración del Libro Blanco sobre el Futuro de Europa. Había que afrontar un conjunto de retos y desafíos cuyo desenlace dependería del escenario en que se desarrollaran. Se planteaban cinco opciones que iban desde la más conservadora, seguir como estamos, aplicando las reformas de la Declaración de Bratislava de 2016, a la más ambiciosa consistente en ampliar las competencias de la Unión, dotándola de más recursos y poder para interferir en las políticas nacionales. Las otras tres consistían en limitar el futuro de la Unión al mercado interior; reducir competencias, pero reforzando la eficiencia en las instituciones; y una Unión a varias velocidades, permitiendo que los miembros que lo deseen puedan profundizar en sus relaciones en campos específicos de interés.

La perspectiva para valorar si se avanzaba en la dirección adecuada era 2025 y además están las elecciones europeas en junio, así que una nueva reflexión resulta de lo más oportuno. Draghi acaba de lanzar una primera andanada: más que una reflexión, lo que Europa necesita es un cambio radical de rumbo. Hoy es bastante más divergente en términos nominales (inflación, endeudamiento y déficit) que cuando se creó el euro y además ha de hacer frente al acoso sobre sus pilares ideológicos desde el interior de la propia Unión, pero todavía más importante es reaccionar frente a las prácticas proteccionistas para ganar competitividad en el resto del mundo. Ya era uno de los desafíos a afrontar en el Libro Blanco. En concreto, la activación de protocolos de represalia frente a iniciativas lesivas de los intereses europeos, especialmente en casos de estrategias de evasión fiscal y de abuso de posición dominante en los mercados, e implantación de la preferencia europea en sectores estratégicos.

El resto de los retos de entonces se pueden agrupar en tres capítulos. El primero, una estrategia europea de defensa, entonces de lo más pertinente por la presencia de Trump en la Casa Blanca, pero ahora también por la escalada de la tensión con Rusia. En segundo lugar, una estrategia de ciberseguridad que incluya la defensa frente a la injerencia en procesos electorales y la financiación extranjera de partidos políticos. Por último, la defensa de un modelo de bienestar respetuoso con los valores sociales tradicionales en Europa, que obliga a definir una estrategia migratoria común y compartida y otra frente al cambio climático.

Esto era lo que se planteaba en 2017, sin que se hayan producido grandes avances desde entonces. Luego vinieron el “brexit”, el Covid 19, la crisis de los suministros, la guerra en Ucrania y las reacciones geoestratégicas pertinentes, sobre todo en China y Estados Unidos, por lo que las propuestas de Draghi resultan de lo más pertinentes. Sobre todo considerando el impacto geoestratégico de una posible victoria de Trump en noviembre.

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