Los sonidos del silencio, cancionero para una crisis

Los sonidos del silencio, cancionero para una crisis

"No hables a menos que puedas mejorar el silencio" es una sentencia que legó el escritor argentino Jorge Luis Borges. En estos días de recogimiento en que la inmensa mayoría de españoles tratamos de estar a la altura de las circunstancias era mucho pedir que nuestros políticos también lo estuvieran. Es un vicio de la política española anterior a esta crisis del coronavirus y hasta diría que quizá sea este el momento en el que mejor se están comportando. Lo que ocurre es que desde que por las ventanas de la actualidad comenzaron a atisbarse los primeros síntomas de la que se nos venía encima ellos -los otros, los políticos- empezaron también a salivar: cómo sacar provecho de la situación.

Es un hecho que se sucede desde muchos años atrás, tan pronto como sucede una catástrofe sea sanitaria -como ahora- como accidente ferroviario, climática... A los cinco minutos -¿qué digo? ¡Antes!- ya están allí los políticos de la oposición para apoderarse del escenario y lanzar las más acerbas diatribas contra el gobierno de turno. Con los papeles cambiados, naturalmente: no sería nada complicado encontrar a un representante del partido A lanzando los mismos argumentos que le lanzó el del partido B cuando según el uno o el otro estuviesen a uno u otro lado de la Moncloa. Aunque esta vez -digo- al menos los primeros espadas se han quedado en segunda fila mientras dejaban la tarea del descabello en manos de algún segundo. Así, mientras algunos deberían refugiarse en ese prudente silencio por vergüenza torera después de lo que hicieron con la sanidad pública, cuya factura ahora pagamos, otros han 'okupado' la pantalla televisiva, incluso estando oficialmente en cuarentena, saltándose así las propias prescripción de un gobierno del que forma parte. Llegamos en este contexto al episodio de las 'caceroladas', que algún partido trata de capitalizar mientras desde el otro lado preparan otra en su contra. No diré yo que no estén en su derecho. En este mundo de acción-reacción todo 'caceroleador' puede terminar siendo 'caceroleado'. 

Todo sería más fácil si aprovechasen estos largos días largos, a la espera del pase de pernocta, y los dedicasen a la reflexión y meditación. Para ello, invito a la audición de este inmortal tema de Simon y Garfunkel, nada menos que 'The sounds of silence' ('Los sonidos del silencio'). Una canción compuesta por Paul Simon bajo la conmoción que supuso en Estados Unidos el asesinato del presidente John Fiztgerald Kennedy, en noviembre de 1963. Tres meses después, en febrero de 1964, aparecía esta grabación en la voz de un dúo entonces desconocido, tan desconocido que en su primera versión la canción apenas tuvo repercusión y habría de pasar algo más de un año, cuando Simon&Garfunkel unió su carrera artística a la del productor Tom Wilson, que añadió a la grabación original un fondo de bajo y guitarra eléctrica que multiplicó para siempre su son en el insconciente musical colectivo hasta incluirla en los anaqueles de la historia.

Para entonces, el título había perdido la 's' que pluralizaba el sustantivo, que quedó así como 'El sonido del silencio'. Este humilde cancionero analítico prefiere mantener el título originario como ejemplo significativo de los muchos que en estos días hablan cuando deberían estar callados. Que así se empaparían mejor de estos acordes: "Hello, Darkness, my old friend!" ("¡Hola, oscuridad, mi vieja amiga!") con la que arranca una letra de desorientación en la que se ha sumido Estados Unidos ante el magnicidio, 'oscuridad' a la que regresa el dúo "porque una visión que se arrastra suavemente / dejó sus semillas mientras dormía / y la visión que se plantó en mi mente / todavía queda / en el sonido del silencio". Simon y Garfunkel caminan "en sueños inquietos" por "estrechas calles de adoquines" y al girar el rostro "l frío y la humedad" sus ojos resultan "apuñalados" por el destello de una luz de neón que "dividió la noche / y tocó el sonido del silencio". Bajo esa luz una muchedumbre "hablaba sin hablar" y otras personas "oyen sin escuchar", otros escriben canciones que "las voces nunca comparten" pero "nadie se atreve /a molestar el sonido del silencio". El dúo les grita: "el silencio como un cáncer crece" pero sus palabras "como gotas de lluvia silenciosa /  cayeron / y resonaron en los pozos del silencio". Una visión que culmina en la adoración de la muchedumbre al 'Dios Neón'. En España, los inevitables Mustang presentaron esta versión onírica y futurista cambiando leve pero inexplicadamente el título: 'El ritmo del silencio'. 

En tanto se dictamina el premio 'Idiota del Año', que en la presente edición va estar competido porque a los aspirantes habituales (Trump, Boris Jhonson...) se ha unido con fuerza nuestro honorable supremacista Torra, bien le vendría a alguno de nuestros 'bocazas' habituales' meditar bajo los acordes de esta inmortal creación. Descubrirían así "el repentino silencio que ha ocupado las urbes" que permite por una vez escuchar una primavera, como escribía ayer Jorge Molina en El Mundo. "La inminencoa de la puesta de sol permite a los ciudadanos asomados a la calle disfrutar de la vuelta a casa" de esas aves que protagonizan el 'risveglio di primavera' que cantó Franco Battiato, aves que "como nunca en este 2020 alegran las ciudades, aves "mucho más libres que los humanos en estas semanas", como ha captado el colega sevillano.  

Por mi parte, desde esta humilde terraza dispuesta a acoger el I Festival de Karaoke tan pronto sean levantadas las órdenes punitivas con las visitas -para lo que quedan cordialmente invitadas-os los cantantes habituales-, puedo asegurar y aseguro estar escuchando en estos días de silencio obligado el suave murmullo del río Monachil pese a su exiguo caudal. Un sonido imposible otros años pero mucho más edificante que la mayoría de las diatribas de los políticos, a quienes para no volver a saetear con Borges termino dirigiendo otra, esta de Catón el Viejo:  "A nadie perjudicó haber guardado silencio".  

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