Pedro Sánchez envía un mensaje a su detractores: está más que satisfecho del trabajo realizado por su Gobierno y no tiene la menor intención de rectificar en ningún aspecto. Como se dice coloquialmente, si no quieres taza, taza y media. Lo demuestra con claridad meridiana al analizar su nuevo Gobierno: potencia el papel de Félix Bolaños al sumar a Presidencia el ministerio de Justicia, lo significa que le encarga controlar de cerca a los miembros de la judicatura que han rechazado el texto pactado con Puigdemont porque lo consideran contrario al Estado de Derecho. Mantiene a Marlaska, enfrentado con los sindicatos policiales y de la Guardia Civil, que ha demostrado también absoluta incompetencia en su lucha contra la inmigración ilegal y, lo que es peor, con un trato humanamente intolerable hacia los inmigrantes que trataron de entrar en España echándose el agua o saltando la valla en Ceuta y Melilla.

Promueve a más altura a personajes socialistas caracterizados por su fiereza no sólo contra el PP sino contra todos aquellos profesionales –fundamentalmente jueces y periodistas– críticos con decisiones de Sánchez que consideran de dudoso talante democrático, con Oscar Puente como principal figura que usa modos que con frecuenta caen el insulto: no sólo nombra ministro al ex alcalde de Valladolid, sino también a su principal colaboradora, Ana Redondo.

Podemos queda fuera del Gobierno, aunque entran dos figuras que fueron importantes en ese partido, Bustunduy y Urtasun, que se echaron en brazos de Yolanda Díaz y Sumar, decisión importante para sus respectivas carreras políticas.

El Gobierno de Sánchez que nació el 20-N –fecha de importantes connotaciones políticas– es la constatación de que Sánchez se reivindica a sí mismo, no asume la menor autocrítica, no da valor a quienes creen que comete sucesivos atentados contra la democracia, voces que no sólo se escuchan en España, sino que pronuncian algunas autoridades de la Unión Europea.

En esa reivindicación de su persona, muy evidente, queda una duda: ¿la continuidad es por su convicción de que ha hecho un buen trabajo o significa que no ha tenido mucho dónde escoger? No lo confesará nunca.

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