El coronavirus y la confusión babélica

¿Qué puede hacer el ciudadano, ante tal cúmulo de mensajes que, no solo no le aportan claridad a su juicio, sino que oscurecen aún más sus posibilidades de decisión?

Estamos cansados de oír voces que se levantan contra esa práctica de ocio juvenil llamada "botellón", que no es otra cosa que la reunión masiva de jóvenes de entre 14 y 24 años fundamentalmente, para consumir grandes cantidades de bebida alcohólica que han adquirido previamente en comercios, escuchar música, y hablar, entre otras actividades, algunas de ellas tal vez menos honorables. Estamos cansados de oír voces que se levantan contra la inconsciencia e imprudencia de este sector de la juventud practicante del botellón.

A diario escuchamos quejas procedentes del sector hostelero -el cual ya ha sido culpabilizado de la diseminación del coronavirus y sentenciado por sucesivos cierres a la ruina o la supervivencia económica límite- que aducen que es la juventud afín a la práctica del botellón, y no sus establecimientos controlados sanitariamente en base a limitación de horarios y aforos, la responsable de la curva ascendente actual de contagios.

Escuchamos a políticos de nivel autonómico quejarse de la inoperancia del poder central y la falta de herramientas para controlar el fenómeno, mientras los aludidos, desde Madrid, dicen que las comunidades autónomas tienen suficientes mecanismos jurídicos para el control de la pandemia en sus respectivos territorios.

En esta confusión babélica inducida por la multitud mensajes contradictorios, solo faltaba la voz de la ciencia, que también se ha hecho presente. A diario, sesudos epidemiólogos y especialistas en diversas ramas de la sanidad, nos documentan - siempre llamando la atención sobre el repunte de cifras de contagios - con un lenguaje generalmente alarmante, advirtiéndonos de la necesidad de la vuelta a medidas restrictivas que limiten la expansión del virus, sobre todo entre jóvenes. Aunque estos también se contradicen entre sí, siendo muy variables los argumentos que vierten sobre el tema, que van desde la simple recomendación de retomar el uso de mascarillas hasta la lectura agorera que augura un futuro caracterizado por el aumento de reingresos y fallecimientos.

A todo ello se suma la proliferación de los típicos programas en los que los llamados "tertulianos", generalmente adscritos al mundo de la prensa, vierten argumentos y razones de todo tipo, siempre, según parece, perfectamente enterados de lo que hay que hacer ante la amenaza pandémica, a tenor de la seguridad y contundencia con que emiten sus juicios y recomendaciones.

Políticos y tertulianos opinan incluso sobre la pertinencia de vacunar con mayor precocidad a un segmento de edad u otro de la población. Unos dicen que debe priorizarse a los jóvenes para que no contagien a los mayores, y otros optan por inmunizar antes a los mayores, que están expuestos a mayor riesgo clínico debido a su edad.

¿Qué puede hacer el ciudadano, por otra parte generalmente no experto en cuestiones sanitarias ni con aptitudes para análisis complejos, ante tal cúmulo de mensajes que, no solo no le aportan claridad a su juicio, sino que oscurecen aún más sus posibilidades de decisión?

Es pues, que esta confusión babélica ha arrastrado al ciudadano a la impotencia analítica, en la que unos arrostran contra la imprudente juventud de los botellones, otros contra la inoperancia política, mientras que todos reclaman una vacuna segura y pronta.

La estrategia de la confusión es una técnica que pretende, utilizando la información contradictoria o excesiva, la desorientación del contrario, que pierde así su capacidad de juicio y decisión, para así asumir el control social con más facilidad.

En este escenario de confusión, nadie parece tomar decisiones efectivas. Unos abogan por cerrar bares y restaurantes y otros por la prohibición del botellón y la vuelta a la distancia social y la mascarilla, u otras medidas muy diversas.

Y esta falta de efectividad redunda en un retraso evidente en el control sanitario de la dispersión del coronavirus y un significativo alargamiento del tiempo necesario para retomar una vida libre de temores y restricciones.

Poder político y mediático son los responsables directos de esta confusión, en cuyo seno tal vez unos y otros se lleven alguna ganancia. Seguramente, los primeros buscan facilitarse a sí mismos en control de la sociedad, mientras los otros generan ganancias al vender alarma. A estos se suman epidemiólogos y otros técnicos sanitarios mas interesados la mayoría de ellos en el incremento de su prestigio que en la disminución de los indices epidémicos.

De una u otra forma, antes o después afortunadamente terminará la pandemia y pronto se disolverán las responsabilidades de este descontrol evidente. Entonces, como siempre ha sido, los humanos saldremos respirar aire puro, miraremos la luz del sol y agradeceremos continuar con vida.

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